Carlos Marquerie: La búsqueda de la oculta claridad

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Hay personajes esenciales que prefieren permanecer en la sombra. El trabajo del escritor, dramaturgo y artista plástico Carlos Marquerie (Madrid, 1954) cristaliza un extraordinario mundo propio. A pesar de mantenerse al margen de los circuitos teatrales convencionales, ha ejercido una enorme influencia en toda una generación de dramaturgos, performers y coreógrafos, desde La Carnicería a Angélica Liddell. Ella misma afirma que conocerle es lo único bueno que le ha ocurrido en el mundo del teatro.

Con ritmo pausado Marquerie ha ido construyendo su carrera lejos de los requerimientos comerciales de la escena dramática española. Nos encontramos en La Ida, un bar de Malasaña. “Cuando preparaba el ingreso en la Facultad de Bellas Artes,” comienza a relatar frente a una taza de café, “tuve como maestro a Francisco Peralta, escultor y fabricante de marionetas. Es un hombre particular cuya ética del trabajo me ha influenciado mucho. Cuando le conocí estaba preparando un espectáculo de títeres. Han pasado veintisiete años y, a pesar de que éste sólo dura media hora, considera que todavía no está resuelto como él quiere.”

Carlos es un hombre tranquilo, muy delgado, con pelo largo y lacio. Formó parte del histórico grupo La Tartana en los tiempos de la transición española. “En 1977, tras el final de la dictadura de Franco, era fascinante trabajar en la calle y encontrarse con la gente cara a cara. Hacíamos un teatro de títeres no festivo, poético, muy cuidado. Pero con el tiempo el teatro de calle se fue comercializando. Los ayuntamientos, incluidos los gobernados por la izquierda, quisieron apropiarse de ese movimiento espontáneo, a través de unas celebraciones populares en las que el hecho artístico perdía sentido. Este teatro se convirtió en verbena y pasacalles.”

Tras la experiencia en la calle, La Tartana abre la sala Pradillo en 1990. “Pasamos de ser una compañía de reparto a constituirnos en equipo técnico y producción. El espacio nació con la voluntad de dar cabida a las propuestas escénicas más avanzadas y explorar conexiones con disciplinas como la danza, la música o las artes plásticas”. Carlos Marquerie apoya de manera firme a toda una generación incipiente de creadores como Rodrigo García, La Ribot, Elena Córdoba, Mónica Valenciano u Olga Mesa. Con ellos comienza una estrecha y estimulante relación.

Pero la gestión le obliga a arrinconar su propio trabajo artístico. “Llegó un momento en el que me planteé que es mucho más importante tomar las decisiones en el taller de ensayo que en una oficina. Dejé, entonces, La Tartana y el teatro Pradillo”. En 1996, crea la compañía Lucas Cranach para producir sus espectáculos siguiendo sus propios tiempos creativos. “Esto supone una vuelta a lo artesanal y a los procesos orgánicos de trabajo. Las decisiones son colectivas y se toman en la sala durante los ensayos”.

El trabajo de Carlos Marquerie se convierte en una investigación autobiográfica, lo que le obliga a trabajar con sus propios textos. “Había momentos en que necesitaba palabras para expresarme, pero las palabras que encontraba escritas no me eran suficientemente próximas”. Reflexiona unos segundos antes de continuar, “para mí la escritura es una vocación tardía. Parte de la necesidad de intentar comprender lo que me sucede, de hacer público lo privado. Recuerdo que en el espacio de un mes, murió un gran amigo mío, nació mi segundo hijo y el mayor, todavía adolescente, se marchó a Inglaterra. Escribí, entonces, tres textos íntimos sobre estos hechos para tratar de entender su impacto. Aparecen como monólogos en la obra El Rey de los Animales es Idiota (1997), camuflados junto a otros textos míos menos personales que elaboré para protegerlos y darles apoyo”.

Dada la influencia e importancia de su trabajo es interesante extenderse en sus métodos y en la importancia que presta al propio proceso. Desde la formación de Lucas Cranach la escritura, el trabajo con los actores y la escenificación han adquirido particular protagonismo. “En un principio escribo sin filtros. Es más tarde, durante los ensayos, cuando el texto se configura y comienza a adoptar una dimensión pública. Para que esto suceda intento mantener una sinceridad total con los actores y no empleo estrategias ocultas. Realizamos un trabajo esencial de compresión del texto: su estructura, matices, significados. Va cuajando hasta que llega ese momento increíble en el que el material deshilvanado cobra sentido escénico. La estructura se fija al final de este largo proceso. Tampoco parto de un diseño escenográfico previo. De todos modos”, hace una pausa y vuelve a su taza de café antes de continuar, “creo que tengo una manera bastante personal de entender la escena. La noción de público no es una clave para mí; me interesa la comunicación individual, como la que se produce en la contemplación de un cuadro o la lectura de un libro.”

En abril presentó en La Casa Encendida de Madrid El temblor de la carne, segunda obra del ciclo abierto El cuerpo de los amantes. La primera, Que me abreve de besos tu boca, fue estrenada en 2005. “La sobriedad, la oscuridad y los tiempos lentos son una constante en mi trabajo,” puntualiza con una sonrisa. “Me interesa investigar qué es lo que debe ser desvelado y qué debe permanecer oculto. La construcción del misterio.” Como comentábamos Marquerie es también un artista plástico. En El temblor hay una influencia importante del barroco español, fundamentalmente de las naturalezas muertas del pintor Sánchez Cotán. “El dibujo y la escritura se entremezclan en mi trabajo. Me interesa mucho el proceso artesanal. Tomo notas, realizo apuntes, doy paseos, colecciono objetos encontrados, trabajo con la memoria.”

Dentro del ciclo abierto El cuerpo de los amantes este año ha presentado también la performance-instalación Maternidad y Osario en Burgos. Este trabajo responde a la búsqueda de una mayor inmediatez. Está concebido para un momento, un lugar y una actriz determinada, que se encontraba embarazada. “No sé si se volverá a mostrar, aunque hay un texto escrito y eso es algo que perdura. Lo mismo puedo hacer una versión distinta ahora que la actriz ha tenido el hijo.”

Las obras que van componiendo este proyecto tratan sobre el amor y la muerte. “La experiencia de la muerte de seres queridos nos acerca a ella. Recuerdo que pasé un momento personal malísimo. Tras parir a nuestro segundo hijo, a mi mujer,” la coreógrafa Elena Córdoba, “le detectaron un cáncer de ovarios. Aunque la situación era terrible, no me permití tener miedo. Más tarde, cuando todo se superó, comencé, de pronto, a sufrir alucinaciones y estuve muy enfermo durante meses. Controlar la cabeza tiene sus desventajas. Por otro lado”, continúa su reflexión, “el amor es esencial en mi vida. Es el motor de muchísimas cosas. He tenido la suerte de encontrar personas a las que he amado y me han amado. De todos modos, tengo claro que prefiero ser cursi que escéptico,” concluye su reflexión. “En mi trabajo hay una guerra declarada contra el escepticismo europeo. Detesto la ironía como recurso. Se ha convertido en el comodín del arte actual.”

Ahora se encuentra en medio de un intervalo creativo. “Quiero continuar con este ciclo. Mientras tanto, tomo apuntes y realizo series de dibujos con carboncillos y pigmentos sin diluir de huesos, calaveras, hojas, ramas.” Carlos Marquerie es una figura esencial en la cultura española, el eslabón entre una manera moderna de entender la tradición y la revolución pendiente. ~

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