Dios no ha venido a vernos

El debate terminรณ con todos en su sitio: Dios no ha venido a vernos y Rajoy no parece tener ninguna gana de abandonarnos.ย 
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Hay un capรญtulo de El ministerio del tiempo en el que Felipe II descubre por accidente el modo de viajar al aรฑo 2016. Inmediatamente, un mundo de posibilidades se abre ante รฉl: traspasando las puertas del tiempo, puede trasladarse al momento previo de cada uno de sus fracasos vitales para enmendarlos. Puede cambiar el pasado a placer, de tal modo que su gran imperio dure hasta nuestros dรญas y รฉl reine en todas las รฉpocas. El 2016 de Felipe II es, en apariencia, igual que el nuestro, pero hay cosas que chirrรญan. Por ejemplo, todo tiene un aire viejuno, casposo, carca, inquisitorial. Y donde primero se detecta es en la televisiรณn.

Ayer, cuando puse La Primera de TVE para seguir el debate a cuatro de la campaรฑa electoral, casi me da un vuelco el corazรณn. La realizaciรณn, el diseรฑo del platรณ, aquel formato con tres presentadores grises. Y, sobre todo, esa mรบsica. Esa mรบsica solo podรญa significar tres cosas, y ninguna buena. Que alguien querรญa vendernos una enciclopedia Larousse, que estaban a punto de practicarnos una endodoncia o que Felipe II andaba haciendo de las suyas a travรฉs de las puertas del tiempo.

Luego ya vi a Pablo Iglesias, con su coleta deshecha y su perilla descuidada, y descartรฉ la รบltima opciรณn. Felipe II no le habrรญa permitido presentarse en televisiรณn con esa facha. La luz caรญa sobre el lรญder de Podemos desde el cรฉnit, dibujรกndole un aura blanca que, como una diadema, le envolvรญa el crรกneo e iluminaba su camisa arrugada. Entonces nos sobrecogimos, alguno casi se santiguรณ, como si estuviรฉramos ante la visiรณn de un ecce homo redivivo. Despuรฉs, Pablo hablรณ con voz de metal tranquilo, como solo puede hablar un dios o, acaso, un socialdemรณcrata.

Nunca tuvimos claro si Iglesias fue al debate en calidad de dios o de socialdemรณcrata. Durante muchos minutos, el candidato morado fue todo paz y amor. Cuando Rajoy se ufanaba de su gestiรณn econรณmica, trazando una frontera entre la experiencia y la aspiraciรณn, Pablo le reprendรญa con calma, como reprende un padre a un adolescente soberbio. Porque un adolescente soberbio es ciertamente molesto, pero, al cabo, uno entiende que, bueno, que estรก en la edad de serlo.

Con Sรกnchez, Pablo nos enseรฑรณ a amar al prรณjimo. No se cansรณ de decir que su partido tenderรญa la mano a los socialistas, por mรกs veces que Pedro le niegue antes de que cante el gallo en las urnas. Porque dios perdona a los que le ofenden, y los socialdemรณcratas pactan con los socialdemรณcratas.

Pero la hora de la verdad siempre llega en la travesรญa del desierto. Esto lo sabe bien cualquier dios y tambiรฉn cualquier socialdemรณcrata. Es en ese momento cuando dios tiene que demostrar que no hay tentaciรณn diabรณlica que lo doblegue y cuando un socialdemรณcrata ha de encontrar su tercera vรญa para volver por sus fueros. Transitaba Pablo por el desierto con semblante hectรณreo y estoico gesto, cuando dio de bruces con el demonio Rivera.

El lรญder de Podemos ignorรณ sus primeros embates, y ya casi nos creรญmos que era dios mismo. Pero no ceja el diablo tan fรกcilmente. Entonces Rivera le acusรณ de querer ahogar a las clases medias en impuestos, de tener un plan para sacarnos del euro y de haber cobrado siete millones de euros del gobierno de Venezuela. Con el ceรฑo fruncido y los ojos enardecidos, Pablo sacudiรณ la cabeza en una negaciรณn desbocada que se prolongรณ ya durante el resto del debate.

Debiรณ de ser en la brusquedad de aquel movimiento donde Iglesias perdiรณ su aura de luz blanca. Entonces descubrimos, inconsolables, afligidos, que habรญamos estado adorando a un becerro de oro. Pablo no era Cristo revenido ni Olof Palme resucitado. El milenarismo no habรญa llegado, y la socialdemocracia seguรญa sentada a la izquierda de Rajoy, atribulada, y lรกnguida. Emergiรณ entonces el presentador de La Tuerka, ahora sรญ, perfectamente reconocible, y ya todo fue sencillo.

El debate terminรณ con todos en su sitio. Dios no ha venido a vernos y Rajoy no parece tener ninguna gana de abandonarnos. La campaรฑa continรบa, firme y decidida, su deriva hacia los polos, mientras la socialdemocracia se quema en su larga travesรญa del desierto.

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Aurora Nacarino-Brabo (Madrid, 1987) ha trabajado como periodista, politรณloga y editora. Es diputada del Partido Popular desde julio de 2023.


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