Dos Españas frente a frente

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La esencia de España es todavía objeto de polémica en la cultura y en la política
En contra de lo que parecía previsible, las controversias acerca de España que en principio nos hacen retrotraernos a comienzos del siglo XX se mantienen un siglo después con parecida intensidad.
Como es lógico, ya no tratan acerca de la modernización de España o del papel de la ciencia en su historia, pero la aspereza con que se han desarrollado debates como los que tuvieron lugar sobre la reforma de las humanidades o, más en general, sobre la identidad de España testimonia que el apasionamiento es parecido al de hace un siglo. En el fondo, lo que está en cuestión no es otra cosa que el grado de pluralidad cultural existente en la España de hoy y la forma de traducirla en términos políticos. Nos encontramos ante un asunto que viene de lejos y que da la sensación de poder durar todavía mucho: incluso de ser inagotable. En el fondo se trata de un debate intelectual pero que tiene mucho que ver con la realidad política diaria. Recientes acontecimientos como el Congreso del Partido Popular han revelado el nacimiento de un nuevo españolismo; también durante las precedentes elecciones vascas la esencia de España estuvo sobre el tapete político. El objeto del presente artículo es ofrecer una panorámica al día de esta controversia desde una perspectiva que se reconoce como personal, y, además, no distante, sino que tiene una opción propia.
     Pero, antes que nada, habrá que partir de la determinación de lo que ha sido y es en la actualidad esta polémica, cuyos inicios se produjeron hace más de una década. Sobre el particular hay que decir que reúne todas las características de los grandes debates colectivos, como por ejemplo el affaire Dreyfuss. Es, en primer lugar, una discusión a la vez intelectual y política. Tiene evidentes consecuencias en la organización político-administrativa actual y futura, pero sobre todo encierra una interpretación del pasado remoto y reciente y se basa en argumentaciones de intelectuales que aportan no sólo un nivel de abstracción sino también su característico odium theologicum. En segundo lugar, se puede decir que es una controversia transversal. Ha servido para demostrar, si preciso fuera, que en nuestro país a la tradicional división entre derechas e izquierdas se superpone la diferencia de actitudes entre la mayor proclividad a la aceptación de una España plural y la menor propensión a considerar esta realidad como un problema permanente y abierto. Hasta tal punto la cuestión es transversal que ha producido no sólo diferentes alineamientos en el interior de los partidos sino incluso en las páginas de opinión de los diarios. Por si fuera poco, este género de discusión ha sido también, por así decirlo, deslizante. Muchos de quienes han participado en ella han cambiado de posturas. A fin de cuentas esto no es tan excepcional ni extraño como puede parecer por una razón muy simple: cuando existen identidades compartidas o concéntricas, como las ha denominado Edgar Morin, es lógico que haya también una fluctuación personal y a ella coadyuva la propia pluralidad y la incidencia de fenómenos como el terrorismo. Cualquier acontecimiento relacionado con él ofrece perspectivas distintas no ya entre Bilbao y Madrid, sino desde la óptica de Barcelona.
El nuevo españolismo
Quizá la novedad más importante de los últimos tiempos haya sido la aparición de un beligerante sentimiento nacional de España. En general existe coincidencia en afirmar que el españolismo, en el presente y en el pasado, ha sido siempre débil. A lo sumo puede decirse que ha existido lo que podríamos denominar como un "españolismo banal" que no concibe otra realidad que la unitaria. El nuevo españolismo reacciona en contra de los nacionalismos, parte de los logros objetivos de España y los reivindica como aglutinante de una realidad política.
     Este tipo de nuevo españolismo nace de una interpretación del pasado remoto o reciente. Se identifica con la monarquía liberal de la Restauración y con una versión de la transición a la democracia. Los nacionalismos catalán y vasco serían la consecuencia de un sentimiento del fracaso de España como nación. "Aún hoy —ha escrito Fernando García de Cortázar— se deja oír algún que otro ignorante, tonto, útil o malvado que piensa que España es una palabra inventada por Lola Flores, Primo de Rivera o Esperanza Aguirre". El autor citado piensa además que durante la transición ha existido un "brutal proceso de desnacionalización" española inducida por vascos y catalanes que ha obtenido la sorprendente complicidad de la izquierda en su conjunto. Esa "traición de la izquierda" desempeña un papel muy importante también en autores como Jiménez Losantos o Alonso de los Ríos.
     A partir de este planteamiento se oscila entre una adhesión entusiasta al contenido literal de la Constitución y un españolismo de corte más o menos unitarista. Según García de Cortázar, "La nación española refundada manifiesta su superioridad moral sobre la concepción étnica y tribal de los nacionalismos, cuyos criterios suponen una visión regresiva del individuo y carecen de la grandeza ética de los principios constitucionales". Iñaki Ezkerra avanza un paso más reivindicando España "como un concepto coherente, fundado y lleno de contenido no ya histórico y político sino también estético, intelectual y hasta emocional"; incluso pretende ir "más lejos del aséptico patriotismo constitucional" buscando "un camino intermedio entre el nacionalismo español tradicional y la fría o mera aceptación de España como una realidad legal o fáctica". Frente a ellas defiende Ezkerra "la experiencia gozosa de la realidad nacional, la placentera conciencia de pertenencia a una comunidad, el regocijo ante la propia mismidad de España".
     Este es el nuevo españolismo que en mi opinión es susceptible de crítica desde dos puntos de vista. En primer lugar la interpretación de que se produjo una brutal desnacionalización como consecuencia de los nacionalismos vasco y catalán me parece incorrecta. El nacionalismo español era y siguió siendo débil y sólo se ha vigorizado con carácter reactivo frente al vasquismo y catalanismo en una segunda etapa posterior. Por otro lado, de acuerdo con la Constitución de 1978 un factor fundamental en nuestra realidad sería el pluralismo que los nuevos españolistas parecen dejar a un lado.
     Pero esto no quiere decir que el nuevo españolismo sea antidemocrático, o reivindique el unitarismo; simplemente considera que en materia político-administrativa se ha llegado a un punto final y en lo cultural es precisa una enérgica reivindicación de España. Como ha escrito Antonio Morales, "el nacionalismo español de raíz castellana, fundamentalista, reaccionario, propio del franquismo carece de virtualidad tanto política como historiográfica" y el unitarismo "ha desaparecido como estado de opinión y como fuerza política".
     El inconveniente del nuevo españolismo radica no en ser unitario o antidemocrático sino en la concepción que tiene de los nacionalismos distintos del propio. De ahí que se hayan propuesto visiones de estos grupos políticos como la pura consecuencia del sentimiento de decadencia española o se haya pretendido implantar un sistema electoral según el cual resultaría virtualmente imposible la representación en el Parlamento español del PNV y CIU.
     El españolismo —pero no sólo él sino también cierta versión del patriotismo constitucional— propende a ver el fenómeno terrorista como una consecuencia de la radicalización nacionalista. De acuerdo con esta interpretación el PNV padecería la misma fascinación por el populismo violento nacionalista que infectó a los partidos de derecha en la República de Weimar. Esta tesis ha sido defendida especialmente por José Varela en un librito muy original en el que las citas a Max Weber y Porfirio Díaz se complementan con las de la abuela de su madre y el padre de su abuela. En este caso como en tantos otros, los nacionalismos, difícilmente justificables, en cualquier caso tendrían que ser objeto de confrontación política y cultural. Varela pide con respecto al PNV "un poco de disciplina inglesa" e incluso sugiere la posibilidad de hacer desaparecer los conciertos económicos. De nuevo, en todos estos aspectos el nuevo españolismo resulta criticable. Los nacionalismos vasco y catalán no son efímeros grupos nacidos de la crisis española ni tampoco puede decirse que la situación vasca sea el resultado de la degradación moral de una sociedad capaz de mantener la tolerancia con el terrorismo.
     Como vemos, el "nuevo españolismo" ha creado toda una concepción de cara al pasado, al presente y al futuro por más que pueda oscilar en sus términos. Hay que preguntarse a continuación si las otras opciones que aparecen en el horizonte político tienen planteamientos semejantes. Merece la pena, de entrada, referirse a la visión que puedan tener los nacionalismos vasco y catalán acerca del conjunto de España. A este respecto creo que las diferencias son grandes tanto en el pasado como en el presente. El nacionalismo vasco sencillamente no se plantea el problema de España; puede mostrar su máximo de repudio al humanitarismo, pero no hace afirmación alguna acerca de una eventual España futura o pasada. En cambio el nacionalismo catalán siempre ha tenido una tesis desde sus momentos fundacionales. Prat de la Riba la resumió afirmando el propósito de "hacer de lo que nos gobierna un Estado como Dios manda". Hay toda una línea de continuidad entre afirmaciones como ésta y la llamada operación reformista de Miquel Roca a mediados de los años ochenta. También en esta ocasión el catalanismo —el propio Roca— editó un libro proponiendo la modernización de la sociedad y del Estado españoles. Pero la derrota de esa opción electoral ha diluido esos propósitos modernizadores y ha sujetado la política catalanista a las circunstancias más concretas durante los tres últimos lustros.

La organización de la España plural
Un argumento con el que siempre tendrán que enfrentarse los partidarios del "nuevo españolismo" es el modo en que los constituyentes de 1978 llevaron a cabo la organización territorial del Estado. En realidad no resolvieron nada en forma definitiva, sino que expresaron un deseo de acuerdo que estaba destinado a traducirse mediante decisiones de carácter judicial (del Tribunal Constitucional) o simples pactos políticos. Por eso Cruz Villalón, ex presidente del Tribunal Constitucional, ha podido decir que en el texto de 1978 hay una verdadera desconstitucionalización de la estructura del Estado. Otros autores han hecho mención a la existencia de un "bloque de constitucionalidad" que incluiría a los Estatutos en cuanto que son pactos que ninguna de las partes puede modificar sin el consentimiento de la otra. Finalmente, la prueba más definitiva respecto de lo que se viene aludiendo nos la proporciona el libro escrito en 1998 por los redactores de la Constitución. En él al menos tres de los autores siguen considerando la organización territorial del Estado como algo abierto, mientras que otros tres juzgan que se ha llegado al punto final. El séptimo, Manuel Fraga, que parecía más cercano a la segunda tesis últimamente, se ha expresado en unos términos que recuerdan mas bien a la primera.
     El sistema autonómico español puede permanecer tal como está o remodelarse de una forma que sea más pluralista. El "nuevo españolismo" identificado con el PP se ha traducido en diversas disposiciones de carácter concreto, desde la Ley de Universidades a la de Estabilidad Presupuestaria. En cuanto a la visión más plural, ha apuntado en sectores muy diversos pero tan sólo ha sido definida de forma más concreta por los socialistas catalanes.
     Esta visión tiene una cierta tradición en el pensamiento político español, en el que tanta importancia han tenido los federalismos. El sistema autonómico español podría "federalizarse" introduciendo en él una opción por el pacto permanente entre las diversas comunidades y las cesiones entre ellas en pro de una mejor cooperación.
     Esta organización federalista se podría concretar (como de hecho lo ha sido ya) en múltiples aspectos. Desde un punto de vista práctico, incluso comunidades de tipo conservador se han mostrado partidarias de la representación ante las instancias europeas de sus propios intereses. En cambio hay otros aspectos en los que la posibilidad de desacuerdo es mucho mayor y es dudoso incluso que los socialistas no catalanes pudieran aceptar esta versión federal. Cuando se habla de "federalismo asimétrico" se establece una diferencia entre las comunidades con una lengua propia y las que carecen de ella. En el fondo, el término "nacionalidades" en el texto de 1978 significa algo parecido aunque luego no se traduzca en la práctica. Pero un "federalismo asimétrico" que supusiera, por ejemplo, una presencia de Cataluña en el Tribunal Constitucional o en el Consejo General del Poder Judicial con carácter estable, resultaría inaceptable para los extremeños.
     Hay un aspecto en el que la reforma de la organización territorial del Estado parece poder obtener un acuerdo más generalizado: la reforma del Senado. Isidre Molas ha propuesto la disminución del número de sus miembros y su representación por comunidades pero, sobre todo, la conversión del Senado en una especie de lugar de diálogo multilateral en la España plural. En él podrían intervenir los presidentes de los gobiernos de las comunidades autónomas, se aceptaría el plurilingüismo y se tomarían las grandes decisiones en materia de inversión y financiación del Estado y sus organizaciones territoriales. El presidente del gobierno, una vez obtenida su investidura en el Congreso, debiera debatir en el Senado su programa en todas las materias relativas a la pluralidad de España
     Hay, pues, dos visiones de España que tienen puntos de coincidencia pero que difieren también en cuestiones sustanciales. Conviene no olvidar los puntos de partida semejantes: ninguna de esas dos visiones de España es antidemocrática, pues ninguna cuestiona esos principios. Eso quiere decir que ambas son legítimas y que por lo tanto tienen el derecho y el deber de competir ante la opinión pública española.
     Se dirá que eso es obvio, pero a menudo no lo parece y sobre todo en el pasado ha aparecido como una realidad de escasa importancia en comparación con el acuciante problema terrorista. Dicha cuestión tiene que ver con la acción policial, la atracción de quienes siendo independentistas estarían dispuestos a no recurrir a la violencia, e incluso con una eventual negociación. El punto de referencia debería buscarse en los procesos de liquidación del terrorismo como el de Irlanda (y tener tan escaso optimismo como ese caso inspira). La otra cuestión —la organización de España en un sentido más o menos plural— es más relevante para el conjunto de los españoles y más decisiva para su porvenir social y político. Sin duda el modo en que sea resuelta puede —aunque esto no es en absoluto necesario— influir sobre la erradicación del terrorismo. Por muy brutal que éste resulte no puede ocupar de forma exclusiva y agónica el conjunto de la vida pública española. ~

ALGUNOS TEXTOS RECIENTES:
Fernando García de Cortázar, La nación española: Historia y presente, FAES, Madrid, 2001."L'Espanya plural" en FRC. Revista de debat politic, no 3, Tardor 2001.José Varela Ortega, Contra la violencia. A propósito del nacionalsocialismo alemán y del vasco, prólogo de Jon Juaristi, Alegia, Hiria, 2001.Antonio Morales, "En torno al nacionalismo español actual" en Nacionalismos e imagen de España, Sociedad Estatal España Nuevo Milenio, Madrid, 2001.Ramón Zallo, El país de los vascos. Desde los sucesos de Ermua al segundo gobierno de Ibarretxe, Editorial Fundamentos, Madrid, 2000.

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