¡Felices aniversarios, Kolakowski!

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Hablando de los alegatos contra la religión que tanto éxito han tenido en los últimos meses (al parecer abundan los ateos de clóset), no hay que olvidar que hace cincuenta años publicó su primer libro el filósofo Leszek Kolakowski, que a su vez cumplirá ochenta años en octubre. El subtítulo de La clave celeste (que circula entre nosotros gracias a la reedición de la editorial melusina [sic]) lo dice todo: “Relatos edificantes de la historia sagrada recogidos para aleccionamiento y advertencia del lector”. Se trata de una serie de relecturas desopilantes de algunos pasajes célebres del Antiguo Testamento. Lo que hace Kolakowski es poner en evidencia, con inteligencia y humor en iguales dosis, las flaquezas, deslices, incongruencias o francos disparates en los que abunda el Libro Sagrado. ¿Se acuerdan de los “Cuentos jasídicos”, de Woody Allen?, pues parecen inspirados en este librito del gran disidente polaco. Ambos, además, han leído detenidamente a Marx, aunque uno a Karl y otro a Groucho. En fin, por La clave celeste circulan Dios, Caín, Noé, la mujer de Lot, Saúl, Herodes, Rut y muchos otros personajes de ese imbatible longseller que es la Biblia. Para festejar los cincuenta años del libro de Kolakowski, y los ochenta suyos, he aquí unas líneas sobre los predicamentos de Abraham:

Abraham acusa el peso de la razón de Estado. El futuro de la nación y la grandeza del Estado dependen del cumplimiento riguroso de las órdenes divinas, ¡y de pronto va Dios y le reclama que sacrifique a su propio hijo! Abraham tenía el alma de un sargento y estaba acostumbrado a observar al pie de la letra las instrucciones que venían desde arriba. Sin embargo, no era insensible al sufrimiento de su familia. Al exigirle que inmolara a su hijo en ofrenda, Dios no vio ninguna razón para justificar esta orden. Los autócratas no suelen explicar sus motivos a los subalternos. Las órdenes divinas deben ser cumplidas por ser órdenes y no porque sean razonables, procedentes o sensatas –ésta es su naturaleza más profunda. No hay ninguna necesidad de que el ejecutor entienda el propósito que persigue la orden. Cualquier otro sistema conduce sin falta a la anarquía y el desorden. El ejecutor que pide justificación de las órdenes recibidas siembra la confusión y se revela como un respondón estéril, un sabelotodo presuntuoso y, en el fondo, un enemigo de la autoridad, del orden social establecido y del sistema.

– Julio Trujillo

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