Idealismo revertido

Si Atran y Nussbaum tienen razón, conversando, sin imposiciones, es posible rescatar posibles terroristas u homófobos que quizá no van a matar a 49 personas en un bar.
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¿Cómo es posible que en los últimos cinco años, los grupos extremistas de Siria e Iraq han conseguido reclutar 30 mil extranjeros, sobre todo, a través de internet?

Esta semana Hidden Brain, uno de los programas de radio sobre ciencia y psicología de NPR, transmitió un episodioen el que se debate por qué algunos jóvenes deciden integrarse a ISIS. Un argumento atractivo es que más que el extremismo religioso, más que el lavado de cerebro que la mayoría de nosotros imaginamos como estrategia de reclutamiento de un grupo terrorista, influyen las fuerzas psicológicas como las que ejercen las redes de compañerismo.

El antropólogo Scott Atran, uno de los invitados al programa, consejero de Naciones Unidas y de la Casa Blanca,piensa que ISIS, como lo hizo Hitler en su momento, ofrece a los jóvenes una suerte de glorificación, muerte y violencia, “el derramamiento de sangre, la brutalidad, ha causado dos cosas a lo largo de la historia humana, en todas las culturas: en primer lugar, une a las personas que lo están haciendo”, y ofrece también trascendencia, “en segundo, asusta a los enemigos y los indecisos”, dejar una huella.

Atran reportó anteriormente en un artículo en The Guardian que las personas que se unen a ISIS suelen ser jóvenes transitando algún tipo de inestabilidad, como los inmigrantes o los estudiantes que se han separado de sus familias, personas que están cambiando de trabajo o están desempleados, personas que se encuentran en un momento adecuado para sumarse a una suerte de hermandad que resuelva lo mismo la necesidad de pertenecer que la necesidad de tener una causa por la cual apasionarse, y sacrificarse. ISIS, entonces, estudia los problemas personales de quien se propone reclutar, lo que le incomoda, de lo que se queja, para encajar sus inconformidades en “un tema universal de persecución contra todos los musulmanes”, (mientras más odio se manifiesta en actos discriminatorios y excluyentes hacia los musulmanes, provocados o no por actos terroristas, mayor es la convicción de los nuevos reclutados de que occidente los rechaza, y mayor es la violencia para responder).

En algunas ocasiones, Atran ha hablado con los padres y maestros de quienes han decidido, por ejemplo, abandonar sus estudios o trabajos para unirse a ISIS, como el caso de un estudiante de medicina en Londres. Su consejo para los padres es, irónicamente, hablar con los hijos: “con empatía, es decir, escuchar tratando de entender de dónde vienen, por qué creen en lo que hacen y por qué actúan de la manera que lo hacen; sin estar de acuerdo con ellos”.

La sugerencia de Atran es aplicar una metodología similar a la que utiliza ISIS: el “compañerismo como estrategia para ayudar a las personas a encontrar su lugar en el mundo, y darles la oportunidad de entregarse a un propósito más grande que ellos mismos.” Atran cree que platicar con ellos sobre que el terrorismo no es el verdadero Islam, desde un lugar amistoso, es lo que realmente los hará cambiar de opinión.

En Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades, Martha Nussbaum defiende la importancia de practicar disciplinas como la economía o la medicina con “lo que podríamos llamar el espíritu de las humanidades: mediante la búsqueda en el pensamiento crítico, la imaginación, la comprensión empática de las experiencias humanas de muchos tipos diferentes, y la comprensión de la complejidad del mundo en el que vivimos”. Nussbaum insiste en que para que la idea de ciudadanía sea más incluyente, es necesaria “la capacidad de trascender lealtades locales, de acercarse a los problemas del mundo como un ‘ciudadano del mundo’, y la capacidad de imaginar simpatía en el predicamento de otros.”

Atran y Nussbaum depositan esperanza en la empatía y sus consecuencias prácticas. La empatía, por un lado, con las víctimas de un ataque terrorista, nos permite entender el sufrimiento, compartirlo y pensar de qué manera empezar a solucionar el problema. Pero, como lo ha dicho muy bien Paul Bloom, en El lado oscuro de la empatía, la empatía con las víctimas también podría replicar el odio a los terroristas, querer matarlos como ellos han matado, e impedirnos entender que son todavía personas con quienes, de acuerdo a Atran, lo mejor es hablar para desbaratar su radicalización, antes de atacar.

Si Atran y Nussbaum tienen razón, conversando, sin imposiciones, es posible rescatar posibles terroristas u homófobos que quizá no van a matar a 49 personas en un bar, pero personas como nosotros, a su manera violentas, con un idealismo revertido, que van acumulando odios que merecen una cachetada con guante blanco.

 

 

 

 

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