La fiesta del poder

Los recibimientos fueron el escenario de las negociaciones entre el virrey y los poderes locales, del conflicto entre la metrรณpoli del imperio y la Colonia, de la rivalidad entre la capital y el resto de las ciudades del virreinato.
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Como lo hicieron otros antes que รฉl, y como lo harรญan muchos mรกs, el marquรฉs de Villena entrรณ a la ciudad de Mรฉxico entre el galope de los atabales, el coro de las chirimรญas y el saludo metรกlico de las trompetas y los disparos de la infanterรญa. Todo conmovรญa los tรญmpanos y las paredes de la capital. Avanzรณ el caballo del nuevo virrey entre las bendiciones, “el baile de esclavas y morenas” y las “invenciones de los indios que explicaban su contento con disfraces alegres”[1]. Al recibimiento acudiรณ el cabildo de la ciudad, el clero secular, los secretarios y relatores de la Real Audiencia, los profesores de la universidad, los alcaldes, los miembros de los tribunales e, incluso, los contadores de impuestos “con tanto concurso que ni se podรญa andar” por las calles. No solo los sรบbditos, la ciudad se vistiรณ con sus mejores prendas: de azoteas y balcones colgaban tapices y damascos; banderas y estandartes se sacudรญan en las aceras. En la plaza de Santo Domingo, un arco triunfal, de 27 metros de alto, 18 de ancho y dos de largo,[2] adornado con frases y pinturas comparaban al marquรฉs con Mercurio, interrumpiรณ el paso. Una vez que el virrey jurรณ defender la ciudad y sus derechos tradicionales, se abrieron las puertas y el cabildo le entregรณ las llaves de Mรฉxico.

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Nos aburre el protocolo: lo cumplimos con fastidio, lo entendemos como una formalidad sin fondo. Nos ofende tambiรฉn el dispendio y reaccionamos a la cortesรญa con suspicacia. Sin embargo, las ceremonias de recibimiento de los virreyes de la Nueva Espaรฑa no se explican por medio del caprichoso lujo con el que acusamos a las monarquรญas. Si bien las simplonas clases introductorias a la polรญtica insisten en enseรฑarnos que el arbitrio de un solo gobernante —que, ademรกs, “se creรญa asignado por Dios”— decidรญa la suerte de todos, las monarquรญas no fueron dictaduras. Quizรกs estas ceremonias sean el ejemplo elocuente que desacredite esas opiniones.

Los recibimientos fueron el escenario de las negociaciones entre el virrey y los poderes locales, del conflicto entre la metrรณpoli del imperio y la Colonia, de la rivalidad entre la capital y el resto de las ciudades del virreinato.

Para solaz de los politรณlogos (siempre inquietos por identificar los incentivos), si el cabildo de la ciudad y el catedralicio financiaban la construcciรณn de arcos triunfales —las estructuras monumentales y efรญmeras por las que pasaba el virrey— con miles de pesos de oro que sumaban 1.5 veces el presupuesto anual de ciudad de Mรฉxico[3] era porque buscaban influir al nuevo enviado de Madrid. Los aplausos, es cierto, esconden agendas, y no hay fiesta inocente: los intereses inclinan la espalda de quien hace una caravana. Entre banquetes, sermones y corridas de toros, los personajes importantes le habรญan susurrado amables pero asertivas sugerencias.

Tampoco puede decirse que la arquitectura, las octavas y las pinturas de los arcos fueran recreaciones inรบtiles. Por medio del arte podรญa ganarse el favor del virrey. Mejor aรบn, las alegorรญas destacaban ciertos problemas polรญticos, pues los patrocinadores filtraban sus preocupaciones en la decoraciรณn de los arcos triunfales. Por ejemplo, despuรฉs de que los detractores del virrey Gelves lo acusaran de permitir que ciertos comerciantes acumularan la producciรณn y subieran los precios con el objetivo de enriquecerse en medio de la escasez mรกs grave de alimentos, los arcos triunfales del siglo xvii le advirtieron a sus sucesores acerca de la corrupciรณn: el tumulto de 1624 habรญa dejado claro que la ciudad no tolerarรญa el mal gobierno,mensaje que se repitiรณ en las pinturas de los arcos. Mรกs adelante, en 1642 y 1653, las cornucopias, la ambrosรญa y los rรญos de leche que adornaban estas estructuras sirvieron como referencia a la caรญda de la minerรญa y como instrucciรณn explรญcita para los virreyes, de quienes se esperaba que resolvieran el problema de modo que Nueva Espaรฑa fuera, una vez mรกs, sinรณnimo de abundancia.[4] Mientras las celebraciones de la ciudad de Mรฉxico apremiaban el desagรผe que evitarรญa las recurrentes inundaciones provocadas por las lluvias, las de Lima insistรญan en la respuesta expedita del gobierno ante las epidemias, el saqueo de los piratas y el mรกs reciente terremoto.[5] Asรญ, la agenda y las polรญticas pรบblicas se definรญan en la inauguraciรณn del mandato de cada virrey.

Los recibimientos son tambiรฉn seรฑal del conflicto entre Madrid y las colonias. A lo largo del siglo xvii, y en reiteradas ocasiones, los reyes de Espaรฑa sugirieron que se recortaran las fiestas. En 1619 y 1620, Felipe iii decretรณ un tope para este gasto; medida que fue retomada por Carlos ii en 1690. Se negaron prรฉstamos a los cabildos de Lima y la ciudad de Mรฉxico; se prohibiรณ que el virrey hiciera su paseo bajo un palio hecho de seda e hilo de oro y plata, debido a que este debรญa reservarse exclusivamente para el monarca; se limitaron los dรญas de hospedaje del virrey y su corte en el castillo de Chapultepec y las autoridades coloniales fueron amonestadas porque el recibimiento del ministro duraba meses mientras que la celebraciรณn local de la coronaciรณn del rey apenas se extendรญa por unos cuantos dรญas.[6] Al respecto, Alejandra Osorio, directora del departamento de Estudios Latinoamericanos en Wellesley College y experta en el ejercicio barroco del poder en Lima, ha rescatado una de las disposiciones mรกs ilustrativas. La entrada a Perรบ debรญa hacerse por el puerto del Callao (a 10.9 kilรณmetros de la capital), y no por el de Paita (a 1039 kilรณmetros). Esta distancia no solo reducรญa los costos de la ceremonia, tambiรฉn restringรญa el recorrido del virrey, acotando su poder. Sin embargo, las รฉlites locales desobedecieron las รณrdenes del rey en cuanto a la ruta y al palio. Sin lugar a dudas, estos desacatos revelan las disputas polรญticas que sucedรญan dentro de la monarquรญa espaรฑola y son una evidencia de que, despuรฉs de todo, no gobernaba la voluntad divina de un solo hombre.

Una lectura similar merecen los sรบbditos que acudรญan a estas fiestas. El paseo por las calles principales de la ciudad presentaba, en un solo golpe de vista, la organizaciรณn social. Suele usarse el รณleo conocido como La Plaza Mayor de Mรฉxico en el siglo xviii, de Juan Antonio Prado, para ilustrar diferentes aspectos de la capital novohispana. Esta pintura no nos pone ante las multitudes anรณnimas de la modernidad como la pensรณ Baudelaire; su autor tampoco es un flรขneur. En cambio, nos muestra las corporaciones y castas que ordenaban al reino. Varios pajes africanos y afrodescendientes escoltan la carroza del virrey; espaรฑoles, criollos e indรญgenas se detienen a observar su paso. Un fraile conversa con los oficiales del gobierno, tal vez sea un jesuita en el intento de conseguir alguna prebenda que desfavorezca a las otras รณrdenes religiosas. Cerca del Pariรกn, el mercado que ocupaba la plaza, se ha desatado una pelea, quizรกs por un robo o por la ambiciรณn de alguno de los comerciantes. El virrey estรก por dar la vuelta y pasar frente a la Catedral metropolitana, la cual tambiรฉn encargaba la elaboraciรณn de un arco, lleno de significados polรญticos, al tiempo que exigรญa un juramento en defensa de sus derechos eclesiรกsticos. No es un riesgo imaginar que durante este paseo el nuevo ministro debรญa ser cauteloso: los estaba conociendo a los actores polรญticos con los que tendrรญa que lidiar; por primera vez veรญa el mestizaje entre razas, ese tema que tanta inquietud le provocaba a la corona; probablemente recordaba los saqueos del Pariรกn, esos que ocurrรญan cada vez que habรญa un tumulto contra el gobierno; tambiรฉn pudo haber calculado el poder del arzobispado mientras admiraba la Catedral —a final de cuentas, el virrey Gelves habรญa sido expulsado a expensas del arzobispo Juan de la Serna. Debiรณ aguzar el oรญdo para escuchar los intereses detrรกs de los aplausos y las palabras cargadas que animan a los halagos. Y mientras pasaba por la columna que sostenรญa la escultura que lo representaba con un pie sobre el Nuevo Mundo y con el lema Plus Ultra, debiรณ haberse preguntado quรฉ tanto habรญa del rey en esos dominios.

Todo lo anterior ocurrรญa en las ostentosas fiestas y rigurosos protocolos a los que, equivocadamente, reprochamos de banales. Lo cierto es que negociaciones, polรญticas pรบblicas especรญficas, conflictos y competencias de intereses  —eso que se define como “polรญtica”— tambiรฉn fue el fondo del lenguaje cortesano, barroco y alegรณrico de las monarquรญas.

 


[1]Cristรณbal Gutiรฉrrez de Medina, Viage de tierra y mar, feliz por mar y tierra, que hizo el Excellentissimo seรฑor marquรฉs de Villena mi seรฑor, yendo por virrey y Capitรกn General de la Nueva Espaรฑa… Mรฉxico, en la imprenta de Iuan Ruyz, 1640, p. 37 y 39.

[2]Linda A. Curcio-Nagy, The Great Festivals of Colonial Mexico City. Performing Power and Identity, eua, University of New Mexico Press, 2004, p. 16.

[3]Linda A. Curcio-Nagy, op. cit., p. 19.

[4]Ver, Linda A. Curcio-Nagy, op. cit., pp. 15-41.

[5]Alejandra Osorio, “La entrada del virrey y el ejercicio del poder en la Lima del siglo xvii”, Historia Mexicana, vol. 55, no. 3 (enero-marzo, 2006), pp. 785-786.

[6]Linda A. Curcio-Nagy, op. cit, p. 37. Alejandra Osorio, op. cit., pp. 799 y 811.

 

 

 

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(Ciudad de Mรฉxico, 1986) estudiรณ la licenciatura en ciencia polรญtica en el ITAM. Es editora.


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