Mundos alternativos para disidentes

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La imagen apareció en la revista Life (1938): una mujer camina por Manhattan, en medio de una marcha contra Hitler. La mujer, quien tiempo después sería abuela del escritor estadounidense Jonathan Lethem, tuvo –al parecer– una vida ligada al Partido Comunista y a diversas causas revolucionarias. Y por eso su figura sería una de las inspiraciones para Los Jardines de la Disidencia, una saga familiar que explora los movimientos de izquierda en Estados Unidos, sus vínculos y tensiones con la corriente folk de los años sesenta y, de trasfondo, algunos enredos amorosos entre disidentes y revolucionarios. En esta conversación Lethem reflexiona sobre los intersticios de su nueva novela.

En comparación con otros de tus libros, esta novela parece ser más “realista”, no hay juegos con otros géneros (policial, sci-fi, etc). Sin embargo, puede ser leída como una novela de ciencia ficción: pensar en un movimiento de izquierda –tal como en Europa o América Latina– en Estados Unidos es como narrar ese futuro que parece pasado.

Sí, esa es la clave de cómo conecté la novela con el “material histórico”, por llamarle de alguna manera. En cierto sentido Los Jardines de la Disidencia es una fantasía sobre un Estados Unidos alternativo, o una realidad alternativa del país. Los personajes de esta novela viven de manera tradicional en el mundo cotidiano, el mundo prosaico del día a día, de la alimentación y el sueño y el trabajo; y la otra mitad de ellos está en otra área, en el reino crepuscular de algún sueño o deseo sobre una metáfora o alegoría social que no puede ser comprobada (el comunismo, la revolución). Pero, claro, para ellos esa metáfora o alegoría es tan real como el mundo cotidiano. Me gusta pensar que el comunismo estadounidense fue un ámbito ficticio como cualquiera de los mundos fantásticos que he descrito en otros libros. Aunque este sueño, en este caso particularmente, no sea una invención mía.

También hay mucho de realidad. El área de Queens donde sucede gran parte de la novela, Sunnyside Gardens, fue un proyecto de comunidad social que efectivamente existió. ¿Leíste sobre Lewis Mumford, el arquitecto social detrás de la idea comunitaria en Queens?

Investigué respecto a la comunidad social pero solo lo suficiente como para continuar con el proyecto. No me gusta tanto investigar porque me preocupa que pueda disminuir el poder imaginativo de las historias que estoy intentando proyectar. En algun momento apareció el nombre de Mumford, y lo metí en las páginas de la novela. Pero en mis años en Brooklyn, cuando estaba creciendo, lo que Mumford intentaba no tenía nada que ver con mi impresión sobre las posibilidades urbanas propias de una zona como Sunnyside Gardens. Y sinceramente, esas impresiones, esas proyecciones de mi infancia sobre aquella comunidad social en medio de Queens, son y eran más importantes.

Una de las aristas de Los Jardines de la Disidencia es la diferencia entre un movimiento de izquierda y el movimiento folk, cómo ambas líneas de protesta a veces se encontraban y a veces divergían.

Absolutamente. Ahí, me parece, hay un misterio que fue uno de mis temas principales en esta novela: cómo el socialismo se escondía en el interior del movimiento hippie, pero sin ser nombrado, y cómo esa amalgama de corrientes se convirtió finalmente en materia social y cultural antes de reconocerse como contenido político.

Cicero Lookins, el personaje que enseña marxismo en una universidad, parece indicar que uno de los pocos lugares donde la izquierda se mantiene es en la academia, en las universidades estadounidenses…

Eso se dice a menudo, y a menudo se dice con miedo, pero no creo que sea cierto. O la contracultura –y cualquier movimiento social– existe en todas partes o en ninguna. La academia, el mundo universitario, es solo un lente, una descripción de un mundo posible, pero si el mundo no refleja la posibilidad, entonces no hay nada allí. Y yo creo que la posibilidad sí existe.

¿Crees que la recepción de la novela ha sido diferente dentro y fuera de Estados Unidos?

Creo que el libro ha sido mejor comprendido, en su conjunto, fuera de Estados Unidos. Hasta el momento no he visitado América Latina, pero fue increíblemente satisfactorio hablar con los europeos al respecto. La diferencia es simple, y de alguna manera también es uno de los temas del libro: en gran medida los estadounidenses son amnésicos, se centran en el presente y el futuro. Están hechos de teflón, o al menos eso piensan: la historia no se adhiere a ellos. Aunque no es así como les sucede a los personajes de esta novela. Son personajes que se sienten inmersos en la historia, sumidos en ella. Es decir, son personajes del “mundo”, más que los estadounidenses prototípicos.

Han pasado tres años desde Occupy Wall Street, un movimiento en el cual participaste. ¿Cuál es el legado de aquellas protestas?

Me parece que el movimiento ha pasado a una fase subliminal, pero, de todas maneras, el poder de su influencia y su legado todavía se mantienen. Occupy Wall Street logró, al darle al capitalismo contemporáneo un nombre y señalarlo, sacar a relucir la idea de que existía un capitalismo y por lo tanto se abría la posibilidad de comenzar un movimiento “anticapitalista”. Al traer estos pensamientos imposibles a la luz –y al sacarnos, aunque fuera brevemente, a la calle para mirarnos a los ojos y admitir que pensábamos lo mismo– se creó una conciencia irreversible. El modelo en el que se sustentan nuestras vidas no es suficiente, ni en lo mínimo, para mantenernos. ~

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Temuco 1985, es narrador chileno residente en Nueva York. En 2011 Alfaguara publicó su novela La soga de los muertos.


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