Estos días nos adentramos un poco más en la política posfactual. Los hechos, las cifras, ya no son relevantes. Hemos pasado a movernos en un universo de símbolos y de mitos, como si lo material fuera una cosa ordinaria y grosera que urge trascender. Así, lo importante ahora es hablar de los nombres de las calles.
Carmena se ha propuesto limpiar el callejero de Madrid de referencias franquistas. Me parece bien que Franco, Mola o Millán-Astray dejen de contar con distintivos, monumentos y reconocimientos en mi ciudad. Y me parecería un acto de justicia que Juan Negrín tuviera una avenida, aunque creo que no está en los planes del ayuntamiento.
A veces, sin embargo, la nueva izquierda incurre en excesos que amenazan con desvirtuar la historia de España. Si uno echa un vistazo a las redes sociales, no alcanza a explicarse la Guerra Civil. ¿Cómo es posible que se celebrara tal contienda, si todo el mundo parece haber combatido por los republicanos? Algo similar sucede cuando abordamos la dictadura: ¿Cómo pudo ser que Franco muriera en la cama, tras cuarenta años en el poder, si, por lo visto, todos nuestros padres corrieron delante de los “grises”?
La realidad es que, en casi todas las familias, hubo miembros que lucharon para los dos bandos y que, en la mayoría de los casos, el bando no obedecía a una elección personal, sino a una imposición geográfica. Mi abuelo materno, Germán, era comunista, luchó con los republicanos y se casó con mi abuela Carmen, que era falangista. Mi abuela materna, Carmela, era republicana. Se casó con mi abuelo Mario, que en la guerra enfermó de fiebres tifoideas, así que luchó poco. Pero el hermano de Mario, José Luis, era un condecorado falangista que moriría en la batalla del Ebro, motivo por el que a su padre lo llevaron dos veces a la checa de Fomento.
Nunca quiso contar lo que le hicieron allí dentro, pero no esperó a que hubiera una tercera: cogió a su familia y se pasó a zona nacional. En Burgos vivieron hasta que acabó el conflicto, y después regresaron a Madrid. José Luis era un héroe de guerra, así que a mi abuelo Mario le ofrecieron un puesto en la policía. Al tipo que vino a proponérselo le cerró la puerta en las narices: “Yo no denuncio a obreros”.
Haber combatido por los republicanos no hace a nadie, automáticamente, una gran persona, del mismo modo que haberlo hecho por los sublevados no lo convierte en un canalla. Por eso, el exceso de celo revisionista conlleva el riesgo de desvirtuar la complejidad de la guerra y de querer condenar, a título póstumo, a la mitad de nuestros abuelos.
Una de las calles cuya nomenclatura será sustituida por el ayuntamiento de Madrid es la de los hermanos García-Noblejas. Es una vía larga y sin fuste, de barriadas obreras, que une la opulenta Arturo Soria con el proletario distrito de San Blas. José, Jesús, Javier, Salvador y Ramón eran los cinco hijos de Salvador García-Noblejas y Quesada y Laura Brunet Goitia. Todos eran falangistas de primera hora que combatieron por el bando sublevado en la guerra. El padre fue fusilado junto al menor de sus hijos en Paracuellos del Jarama, en noviembre de 1936. Poco antes, en julio del mismo año, había caído el mayor de los hermanos, José, defendiendo el Cuartel de la Montaña. En la batalla de Brunete resultará muerto Jesús, de modo que, al término de la contienda, solo continuarán en pie Javier, que logró sobrevivir a la checa de Porlier, y Ramón.
Ambos se alistarán en la División Azul, partiendo a Rusia en julio de 1941. Al poco tiempo, Javier resultará muerto en combate, ante la mirada de su hermano Ramón, que ya es el único García-Noblejas con vida. Siendo así, el general Muñoz-Grandes, que encabeza la División Azul, mandará repatriarlo a España, para que a su madre, que ha llorado ya la muerte de su padre y de sus cuatro hermanos, le quede algún hijo que poder estrechar entre sus brazos.
Ramón regresará a su casa, pero la tragedia no se separará de la familia: morirá poco después en un accidente de coche. La historia de los García-Noblejas está a la altura de una superproducción de Steven Spielberg. Creo que, aunque solo sea por la épica, y por piedad con la desconsolada Laura Brunet Goitia, Carmena podría dejar el nombre de la calle como está.
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Aurora Nacarino-Brabo (Madrid, 1987) ha trabajado como periodista, politóloga y editora. Es diputada del Partido Popular desde julio de 2023.