Sublime artificial: supervivencia en el caos

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España es un país acomodado en una cierta prosperidad neoliberal (hasta que las condiciones reales de vida y de trabajo se degraden un poco más) y protegido en el regazo europeo. Es un lugar donde el artista se disuelve en la autosatisfacción narcótica o en el tedio de la espera de una proyección internacional. En cambio, México, desde aquí, aparece como el lugar del conflicto, del crecimiento traumático, el escenario operístico en el que se desarrolla esa obra definitiva y total que parece ser la globalización. No es extraño, pues, que de México nos llegue un arte cuya potencia y contradicciones están causando gran interés. Es cierto que detrás de este auge hay una voluntad, por parte de ciertos estamentos, de promover el arte mexicano que pueda participar significativamente en los circuitos del arte contemporáneo internacional, a la manera de los Young British Artists. Pero es igualmente cierto que esta voluntad debe luchar también contra las tentaciones reaccionarias del indigenismo, así como de una falsa iconoclastia provocadora muy al gusto de algunos timoratos en Estados Unidos e incluso en Europa. De hecho, hemos visto últimamente trabajos que no estaban a la altura, que hacían del histrionismo la caricatura de las contradicciones actuales de México, como arma retórica ingenua y de eficacia discutible. Sublime artificial tiene la virtud de mostrar trabajos artísticos que responden a una confrontación dialéctica con el contexto real en el que se generan. Eduardo Pérez Soler, comisario de la exposición, mexicano afincado en Barcelona, nieto de exiliados catalanes durante la Guerra Civil, se encuentra en situación privilegiada para aprehender y mostrar la calidad excesiva, paradójica y conflictiva de la cultura y el arte mexicanos, como ya lleva un tiempo haciendo.
     El punto de partida de la exposición es la constatación de un sublime artificial que vendría a sustituir al sublime natural del siglo XVIII, aquella concepción de lo sublime según Burke y Kant que se fundamentaba en la conciencia de la desproporción entre hombre y naturaleza. Esta conciencia, que define al hombre moderno, ha conducido a una progresiva tecnificación y articulación logística de la vida, hasta el punto de establecer un dominio de lo artificial: “una nueva realidad artificial ha sustituido a la naturaleza como fuente de temor y respeto”. Las obras que Pérez Soler ha seleccionado se sitúan entre este nuevo sentimiento de extrañeza y el uso de la ironía como medio de negociar con él.
     Abraham Cruz Villegas, que ya había realizado una gran escultura seudominimalista con una acumulación de botellas de cerveza mexicana, presenta aquí una pieza en la que permite el consumo de esta bebida al visitante que lo desee, acumulando en el suelo las chapas. La obra puede ser leída como una versión paródica del sublime matemático de Kant, pero, sobre todo, como la escenificación de una fantasía de hiperabundancia propia de las clases más populares. Las fotografías de Daniela Rosell, que Carlos Monsiváis ya comentó en Letras Libres, representan, desde el polo opuesto, la monstruosa y artificiosa realización del deseo de confort y autoridad por parte de los ricos. Damián Ortega juega con los contrastes. Gracias a unas caretas de juguete de superhéroe robótico, convierte las esculturas públicas de Sebastián, artista abstracto geométrico de reconocido prestigio, en personajes de dibujos animados. Así, del formalismo internacional, abstracto e idealista, pasamos a la figuración bastarda de la cultura popular. Melanie Smith realiza la transposición de la caótica trama urbana de Ciudad de México en pinturas abstractas según el modelo anglosajón. En un proceso ambivalente, la magnitud indiferenciada, pululante y dolorosa de la megalópolis se convierte en una trama decorativa. Pablo Vargas Lugo trabaja también con la relación conflictiva entre la tradición abstracta y la evocación figurativa de los iconos que explican el mundo para quienes abrevan únicamente en los mass-media. Su cruz cristiana luminosa, obscenamente simple, está maculada con una mancha roja propia del test de Rorscharch, evocando tanto la fuerza como la ambigüedad del sostén religioso, que ha sido tan importante entre las clases desfavorecidas. Por su parte, Rubén Gutiérrez insiste en el imaginario popular de la superioridad tecnológica con unas fotografías de depósitos de agua en las que, gracias a una manipulación digital que suprime la columna que les sirve de base a los depósitos, recrea aquellas fotografías de ovnis tan típicas de los años 50. El vídeo de Carlos Amorales, en el que vemos a dos personas en un combate absurdo con sus cabezas ataviadas con la máscara típica del luchador mexicano, en este caso representando al propio artista a la manera de alter ego heroico, escenifica la solipsista lucha del artista consigo mismo, y la de México. Es Minerva Cuevas quien, con su proyecto para-artístico, diseña la mejor respuesta, por pragmática, a la situación creada por la multiplicación exponencial de la frustración que despierta la excitación del deseo por el consumismo y la dominación de una inaccesible estructura supertecnológica. Cuevas, en la tendencia del Economics Art, ha creado la seudoempresa Mejor Vida Corp., dedicada a ofrecer servicios de mejora social a sus clientes potenciales a base de mimetizar y engañar al propio sistema capitalista. Y lo hace con argucias tan simples como unas etiquetas con falsos códigos de barras para sustituirlas en la compra del supermercado o, en este caso, con falsos carnets de estudiante. Es una propuesta que pretende hacer un sabotaje del sistema pero que, al mismo tiempo, pone en evidencia la debilidad de los que se sitúan a su merced. Se trata de hacer posible un acceso rápido y fácil al consumo por parte de quienes, finalmente, no tienen los mecanismos patrimoniales, simbólicos y formativos para seguir el camino ortodoxo de acceso al bienestar.
     Hay una diferencia clave entre el sublime natural y el sublime artificial: el mundo artificial no tiene el carácter enigmático e inefable del mundo natural. Sus desórdenes y sus órdenes, su caos, responden a razones y a voluntades cuyo origen, a poco que indaguemos, pueden ser identificados. Las obras de esta exposición participan más de esta necesidad de respuesta activa, aunque condicionada por la desventaja, que de una contemplación pasiva o temerosa. La respuesta que estos artistas ofrecen no es un fortalecimiento moral o una admiración extática, sino un esfuerzo para establecer estrategias de supervivencia: camuflaje, adaptación, rapiña, mofa…
     Por otra parte, sus obras participan, en su mayoría, de una suerte de hiperrealismo simbólico, pero es que la sociedad mexicana, tal como nos la muestran, estaría zarandeada de modo violento entre lo real y lo simbólico, entre la hiriente y concretísima experiencia del cambio convulso y la acumulación contradictoria de significado que producen estas mutaciones: un contexto en el que el arte se mueve cómodamente y puede hacer una aportación para la resistencia. ~

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