Y tú, ¿qué aportaste al Bicentenario?

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En enero de 2011, cuando hayan pasado las fiestas del Bicentenario y el Centenario, luego de las posadas, la navidad y el año nuevo, será el momento de hacer el balance de lo que cada uno hizo o dejó de hacer para cumplir su parte (y sus promesas públicas) en la doble conmemoración que se avecina. Hasta ahora, esta crítica se ha centrado en el desempeño del Gobierno Federal. Pero en enero de 2011 se ampliará a otras autoridades. Es el caso del Gobierno del Distrito Federal. La idea de resaltar los sucesos de 1808 me pareció muy buena lo mismo que el notable remozamiento del centro histórico, pero habrá que ver el balance en su conjunto. Con esa misma vara habrá que medir a los otros poderes de la unión, los gobiernos de los estados (por ejemplo el Estado de México, que presentó un programa muy ambicioso) y las instituciones de enseñanza superior, entre ellas la UNAM. Al margen de sus propios y merecidos festejos centenarios, la UNAM publicó para el 2010 un vasto plan de actividades, publicaciones, instrumentos de divulgación, congresos, etc., que la crítica independiente deberá cotejar con la realidad cuando caiga el telón.

El común denominador de todas esas instancias es el dinero público. Por eso, el criterio primero para juzgar su oferta será (además de la transparencia) la utilidad pública. Esa oferta, cualquiera que sea su índole (obra material, exposiciones, ediciones, instrumentos educativos, obras de arte, videos, conferencias, etc.), deberá responder a preguntas como éstas: ¿llegó a un público amplio o se limitó a un ámbito endógeno? ¿Fue accesible, coherente, innovadora, reveladora? ¿Fue plural, diversa, abierta? ¿Gustó al público? ¿Valió lo que costó?

¿Y la iniciativa privada? ¿Qué han hecho las principales empresas nacionales en el Bicentenario? ¿Qué harán las grandes transnacionales? Sus jerarcas querrán acudir de mil amores a Palacio el 15 de septiembre pero temo que su aportación concreta al cumpleaños 200 de México será, en el mejor de los casos, discreta, indirecta, a través del patrocinio de sus marcas, o quizá ni eso. Sé de cierto que habrá excepciones. Una de ellas es Laboratorios Grisi, casa con casi 150 años de historia en México, que ha elaborado un bello atlas histórico de la Independencia de México en el que combina la historia de la empresa, la de México y el mundo, con todo tipo de efemérides curiosas. 2010 era el momento para que los grandes empresarios hicieran un aporte sustancial para construir una obra pública perdurable. (Aún podrían apoyar el Proyecto “Generación Bicentenario”, que otorgará mil becas a estudiantes hasta la licenciatura). Si la iniciativa privada no pinta en el Bicentenario, en el balance histórico aparecerá con números rojos.

Ignoro qué hará la Iglesia (cuyo clero bajo hizo la Independencia y cuyo clero alto se opuso a ella) en el Bicentenario. Tampoco sé lo que harán los grandes sindicatos, a los que la Revolución les hizo tanta justicia (y les sigue haciendo). Sé, en cambio, que son muchas las instituciones, periódicos y casas editoras que trabajan para dejar huella. Elijo sólo algunas. El Colegio de México reeditará completa la Historia de la Revolución Mexicana que concibió y dirigió Cosío Villegas, así como una historia ilustrada y un ambicioso trabajo multidisciplinario de prospectiva. La Academia Mexicana de la Lengua dará a la luz el Diccionario Escolar México 2010 para enseñanza media inferior y ha organizado ciclos de conferencias en Bellas Artes a lo largo del año. La revista Proceso se adelantó a todos en la publicación de fascículos de divulgación crítica de la historia y ahora da a la luz una historia ilustrada escrita por Guillermo Tovar de Teresa. Algunas casas editoriales han armado buenas colecciones históricas o biográficas.

El público, que ya ha visto buenas películas históricas como Chico Grande de Felipe Cazals, e ingeniosas animaciones como las que ha producido IMCINE, espera mucho de la oferta cinematográfica. Ojalá las cintas no incurran en la maniquea “Historia de Bronce” y tampoco abusen de la caprichosa invención, vendiendo como una “historia jamás contada” una fantasía sin sustento en la realidad.

En cuanto a la televisión, es alentador ver a las nuevas generaciones de directores y guionistas de la serie Gritos de muerte y libertad retomar con talento la buena tradición de la telenovela histórica que fundó en los años sesenta y setenta Ernesto Alonso (El carruaje, La tormenta) y siguió en los ochenta y noventa Fausto Zerón Medina (Senda de gloria, El vuelo del águila y La antorcha encendida). Habrá seguramente otras sorpresas. Una de ellas es “Repensar la historia”, excelente conjunto de cápsulas históricas producidas por Alejandra Lajous sobre diversos aspectos de nuestra vida independiente a lo largo de dos siglos. Aparecerán también documentales que refrendarán -así espero- la solidez del género. En todos estos casos, es deseable que la crítica siga las series, aplicando criterios como la originalidad formal, la innovación temática, la coherencia narrativa, la elegancia estética y, claro, la verosimilitud histórica.

En 1910 hubo un Centenario: el de Don Porfirio. En 1960 hubo un sesquicentenario: el del PRI. En septiembre habrá una pluralidad de bicentenarios. Y el juez no será un jerarca ni un partido: será el público y la crítica.

– Enrique Krauze

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Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clío.


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