¿Cuál derecha?

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Las elecciones presidenciales francesas hicieron descubrir repentinamente que el rey andaba desnudo, a saber: que la izquierda había dejado de tener el viento en popa. No me meteré en el problema de definir derecha e izquierda, y menos aún en el de saber si existe todavía "la izquierda".
Me limitaré a protestar contra ciertos lugares comunes. Para empezar debo afirmar que no creo en la reencarnación y que no veo en el 20% de votos sufragados a favor de Jean-Marie Le Pen —seis millones de franceses— el regreso de Hitler en Europa. Me asombra que hasta ciertos historiadores caigan en esa trampa. Se les olvida esa puntada del físico Henri Poincaré a propósito del gran Thomas Carlyle. El historiador escocés pasaba, en Francia, cerca del puente de Montereau. "Piensen ustedes —dijo muy emocionado— que, sobre este mismo puente, Juan sin Miedo, Duque de Borgoña, pasó justo antes de ser asesinado…" Y Poincaré no dejó de comentar, como buen físico: "No se preocupe, no volverá a pasar sobre el puente."
     Buena broma ¿no? Pero ¿la entenderán los que le gritan al lobo nazi? Transcribo un artículo publicado entre las dos elecciones presidenciales y que se intitulaba "Pequeña clase de historia". "Alemania, 1923: el partido nazi tiene 6% en su primer participación electoral. Todo el mundo considera a esa gente como payasos. Hitler escribe Mi lucha. […] Alemania 1928 […] dos problemas mayores, cesantía e inseguridad. Los nazis logran casi 20%, pero no se habla mucho de ellos. […] Alemania 1932: inmensa sorpresa en las presidenciales; Hitler pasa a la segunda vuelta cuando todo el mundo anunciaba que Alemania iba a girar a la izquierda. Hindenburg derrota Hitler por 60 contra 40%. Alemania descansa pero se acostumbra a ese orador talentoso. […] Alemania, enero de 1933. El partido nazi gana las legislativas; el presidente Hindenburg encarga a Hitler la formación del gobierno. 34% de abstenciones." Lo que sigue es muy conocido.
     Resumí un artículo que compara explícitamente al viejo Le Pen con Hitler, y la República de Weimar con la Francia de la Quinta República. Ahí está todo: la sorpresa de la desaparición de una izquierda segura de ganar, después de la primera vuelta; un presidente de derecha que gana gracias al miedo despertado por la ultraderecha, un Congreso que no lo deja gobernar; y finalmente ese mismo vencedor que llama al gobierno a su contrincante derrotado. Como si el presidente Chirac, sin mayoría después de las legislativas de junio 2002, llamase a Le Pen como primer ministro. No cabe duda de que Paul Valéry tenía toda la razón: "La historia es el producto más peligroso que la química del intelecto haya elaborado […] lo justifica todo, no enseña estrictamente nada, puesto que contiene todo y da ejemplos de todo. ¡Cuántos libros escritos que se llamaban 'La lección de esto, Las enseñanzas de aquello'! No hay nada más ridículo que esos libros que interpretaban los acontecimientos en el sentido del porvenir… cuando uno los lee después." Escribió, hace ochenta años: "Nada ha quedado más arruinado por la última guerra [1914—1918] que la pretensión de prever. Sin embargo, que yo sepa, no hacían falta los conocimientos históricos."
     A buen entendedor, pocas palabras. Creo tener abundantes conocimientos históricos; no me atrevo a profetizar.
     ¿Regreso del fascismo, del nacional-socialismo en Francia, Europa, el mundo? No. Si la historia estuviera bien enseñada y aprendida en la escuela francesa, no habríamos visto desfilar en la calle multitudes de jóvenes, y menos jóvenes con pancartas perfectamente aberrantes, para no decir obscenas, del tipo: "NO PASARÁN", lo que nos remite a la Guerra Civil Española (1936 1939) y, otra vez, a la resistible ascensión de Adolf Hitler. Lo mismo con las banderolas "Le Pen—Hitler". Miguel —perdón—, Michel del Castillo, español refugiado en Francia a la hora franquista, tiene, pienso yo, razón cuando dice: "Le Pen no es motivo para ser feliz, pero tampoco lo es para abandonarse a la histeria. Y cuando gritan que uno tiene vergüenza de Francia y de los franceses, suman lo odioso al ridículo." Así que olvidémonos de las "lecciones de la Historia" y de los "precedentes".
     No me sorprendió el 20% de sufragios cosechado por la extrema derecha de Francia; sí me sorprendió la eliminación del primer ministro socialista Lionel Jospin a la primera vuelta. Ya se veía venir el cambio en la coyuntura europea y mundial; las izquierdas se engañaban  al pensar que desde la elección de Tony Blair (1997) la novedad europea era la tercera vía, es decir una izquierda progresista, reformista, sí, y también capitalista, o por lo menos, reconciliada con el mercado. Holanda, Alemania, Francia con Schroeder y Jospin parecían confirmar esa victoria, incluso la coalición del Olivo en Italia, el gobierno portugués… Pero "un tren puede disimular otro tren", como rezaba la pancarta en los pasos a nivel del ferrocarril de mi infancia francesa.
     Muchos no vieron o se negaron a ver venir el tren de la derecha; la revista francesa Esprit llevaba tiempo de gritar ¡viene el lobo!, pero no tiene un público de masas. El fenómeno mayor de los últimos cinco años en Europa, en Estados Unidos, en Rusia y en Israel es que el péndulo político se está yendo a la derecha. La confirmación de Aznar, el regreso del temible cavaliere Berlusconi, propietario de Italia, el gobierno austriaco aliado con el ultra Haider, la victoria en el seno de la Democracia Cristiana alemana del candidato de la derecha bávara que enfrentará al canciller Schroeder en septiembre próximo, todo eso, sin contar a los señores Bush y Putin, anunciaba lo de Francia. Y dejó en el tintero el crecimiento acelerado de partidos derechopopulistas en Escandinavia, Bélgica, Holanda… Francia no anuncia nada, Francia sigue la evolución general. Insisto, Le Pen no es Hitler y su 20% no me preocupa demasiado. Me preocupa más el hecho de que todas las derechas hayan sumado 57% de los votos en la primera vuelta, y me preocupa mucho más el hecho de que 51% de los franceses hayan dejado de ser demócratas, es decir partidarios y jugadores que aceptan las reglas de la democracia. Me explico: en la primera vuelta 30% se abstuvieron, a los cuales se debe añadir el 8% que ni se tomó la pena de sacar su credencial de elector. Votaron, pues, el 62% de los franceses con derecho a hacerlo. De aquellos, el 20% votó extrema derecha y 15%, al menos, por la extrema izquierda, cazadores y otros enemigos de las instituciones.
     Por primera vez la democracia es minoritaria. En 1981, 75% de los electores registrados habían votado para candidatos partidarios de las instituciones (del sistema, dice Le Pen); en 1995 esa cifra había bajado a 61% pero seguía claramente dominante; el 21 de abril de 2002, 46% votó para uno de los diez candidatos "sistemistas" mientras que 54% prefirió abstenerse, votar en blanco o a favor de candidatos de protesta y de ruptura. Eso coincide con el desinterés por la política, algo nuevo en Francia: en 1992 todavía 62% de los franceses se interesaban en la vida política; en 2001 no son más de 37%. Francia no es un país como Estados Unidos, con una tradición histórica de 50% de votantes nada más; eso es algo radicalmente nuevo que puede señalar un quiebre político. Además los franceses han perdido confianza en sus políticos: hasta 1992, una mitad pensaba que la clase política era cínica y corrupta, pero la otra mitad pensaba lo contrario; hoy en día, 75% piensa que son más bien ladrones indiferentes ante las preocupaciones de sus conciudadanos.
     En tales condiciones se puede decir que la mesa está puesta para la demagogia antiparlamentaria (Elections —piège à cons, "Elecciones: trampa para p…") y la protesta rabiosa. Mucha gente que vota por Le Pen o por alguno de los candidatos trotskistas lo hace sin saber cuál es el programa de esos aspirantes. Saben que no pertenecen al sistema, que van "EN CONTRA". Y basta. ¿Ultra-derecha-izquierda, u otra cosa? ¿Quién dijo: "No tengan miedo de soñar, ustedes los pequeños, los anónimos, los sin voz, ustedes los huarachudos, descamisados, excluidos"? ¿Quién dijo eso? Marcos, el subcomandante ahora silencioso. Casi palabra por palabra. Pero lo que acabas de leer literalmente, querida lectora, estimado lector, lo gritó Le Pen a la hora de su triunfo, en la noche de aquel 21 de abril, en París. Continuó así: "Ustedes los mineros, los de la siderurgia, los obreros de todas las fábricas arruinadas por la globalización […] Llamo a los franceses de todas razas, religiones y clases para que se unan a esta oportunidad histórica de aliviar a la nación." Me han de perdonar si los ofendo en sus creencias, pero insisto, Marcos no está lejos.
     Y eso es normal si uno piensa que el populismo tiene muchos colores. Lo que se debe analizar son las fuerzas sociales que se expresan con el voto o sin él; lo único claro es que los partidos tradicionales no pesan mucho y, a falta de una alternativa, eso va a ser el problema político inmediato. Francia lo va a sufrir en las dos vueltas de sus elecciones legislativas de junio. ¿Cómo gobernar, cómo formar alianzas si los partidos no representan a grupos sociales estables? ¿Con cuál programa? ¡Ni tienen! Permítanme una broma de mal gusto, la del ChernoLePen. ¿Se acuerdan de Chernobyl, mayo de 1986? Las lluvias radiactivas que afectaron a Francia coinciden con el voto lepenista entre 20 y 30%. No invento, se lo juro, es cierto: toda la Francia fronteriza de Flandes hasta Cataluña, pasando por Lorena, Isla de Francia, Borgoña, Saboya y Provenza. Es que tocamos el problema de la nación y de su temida disolución en la euroglobalización (la palabra es de Le Pen, perdón). Los partidos deberían pensar en una seria visión prospectiva del hecho nacional, de manera democrática pero también en una perspectiva de sublimación en el ámbito enriquecedor de una Europa, no de los mercados sino de las naciones.
     No se trata de una patria nostálgica de glorias pasadas, no se trata de las tierras de los padres (Vaterland, patria), sino de la tierra de los hijos, algo que no existe pero que podrá existir. Las críticas del parlamentarismo y de las "libertades burguesas", del "sistema" y de la "vieja política", o los reproches (míos) a la falta de ciudadanía (los jóvenes que se manifestaron después contra Le Pen no habían votado; los socialistas se negaron a abrir los ojos, derechas e izquierdas se dividieron a más no poder etc.), pierden sentido frente a la necesidad de elaborar propuestas alternativas serias y atractivas para evitar una ruptura que podría ser un salto al vacío.
     Los más pobres, los que no tienen trabajo o batallan para conseguirlo, los que apenas si pasaron por algo de escuela, son los que votaron en contra, sea ultra, sea de derecha  o de izquierda: 55% de los obreros, 52% de los parados, 47% de los empleados, 43% de los que no terminaron la preparatoria, 41% de los que tienen ingresos "modestos" (los franceses no aceptan la palabra "pobres") han votado por Le Pen, así como la extrema izquierda y los cazadores (sí, sí, Francia tiene un partido de los cazadores que protestan contra las leyes de una Unión Europea que limitan el uso de las escopetas). Eso sí que es un problema de fondo, un problema de sociedad: la democracia es de las clases medias y altas que tienen el bachillerato, la licenciatura y el doctorado. Es el caso de Francia y de muchos países: todos tienen en su seno dos naciones y una de las dos amenaza de repente con no jugar más.
     México: tu gobierno, tu clase política, tus elites, nosotros todos, deberíamos aprovechar el tiempo que nos queda para anticipar un poco y prevenir los acontecimientos. ¿O no? ~

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