Un famoso poema de principios del siglo XX āāMy countryā, de la australiana Dorothea Mackellarā describe con lirismo un vasto continente marrĆ³n de cordilleras irregulares, extensas planicies, preciosos mares, un sol dorado al mediodĆa, lluvias torrenciales y sequĆas. Mi abuela me enseĆ±Ć³ sus versos. Los recitĆ© en la escuela primaria y los tarareĆ© y cantĆ© con bastante orgullo, como un pequeƱo granjero. Una y otra vez el poema dejĆ³ un nudo en mi garganta. Me enseĆ±Ć³ a amar el perfume de los eucaliptos locales, las flores exĆ³ticas y a los marsupiales saltarines. Y aunque no entendĆa bien su escalofriante verso sobre āla belleza y el terrorā del paĆs en llamas, el poema tuvo efectos aleccionadores en mĆ. Me hizo sentir dependiente del paisaje que amaba.
āMy countryā lo escribiĆ³ una adolescente nostĆ”lgica en Inglaterra. Data de 1904, poco despuĆ©s de la adopciĆ³n de la constituciĆ³n federal de la Mancomunidad de Australia. El poema rechazaba el pasado, era la voz del futuro y atenazaba las fibras mĆ”s sensibles de los lectores. Con el ligero tono republicano que corrĆa por sus versos, resultĆ³ ser uno de esos escasos poemas que cobrĆ³ una popularidad genuina. Se convirtiĆ³ en una canciĆ³n patriĆ³tica. Algunos aƱos despuĆ©s, a medida que mi pensamiento polĆtico germinĆ³, comprendĆ que el paĆs en llamas de Mackellar habĆa sido arrebatado a pueblos que hoy en dĆa constituyen la civilizaciĆ³n continua mĆ”s antigua del planeta. AprendĆ que los primeros australianos trabajaron sus montaƱas baƱadas por el sol y sus planicies desbordadas de una manera mĆ”s modesta y prudente que los invasores europeos. Los primeros pueblos concibieron sus horizontes lejanos y colinas envueltas en una neblina azul zafiro como la encarnaciĆ³n de ellos mismos. Estos eran su extensiĆ³n fĆsica y espiritual. Custodios de sus ancestros y de las futuras generaciones, procedieron como sus guardianes y portavoces.
ĀæUn desastre natural?
Hoy Australia estĆ” de verdad en llamas. La escala e intensidad del desastre en curso es difĆcil de comprender a la distancia. De cerca, asĆ estĆ”n las cosas: doscientos incendios se encuentran todavĆa activos y fuera de control. Cerca de nueve millones de hectĆ”reas de tierra, del tamaƱo de toda Irlanda, y mĆ”s de diez veces el Ć”rea destruida en 2018 por los incendios mĆ”s mortĆferos registrados en California, han sido reducidos a cenizas. No importa el daƱo multimillonario en la infraestructura de turismo y comunicaciones. Mil millones de animales nativos estĆ”n muertos, muchos mĆ”s estĆ”n gravemente heridos y desorientados por la pĆ©rdida de su hĆ”bitat. El infierno estĆ” aumentando la tasa de destrucciĆ³n desde los de mĆ”s abajo hasta los de arriba. Las posibilidades de que el ecosistema colapse en varias regiones crecen. Ni siquiera los gusanos, las araƱas, los saltamontes y otras pequeƱas criaturas que habitan humilde y honorablemente en la base de nuestros biomas locales estĆ”n a salvo. Cultivos, animales de granja y varios miles de hogares se han incendiado. Alrededor de treinta personas han perdido la vida. Un tercio de los ciudadanos del continente enfrenta la ruina o conoce personas cuyas vidas han quedado daƱadas. Por varios meses, los cielos que solĆan ser de un glorioso azul celeste en SĆdney, mi ciudad natal, han sido envenenados con una ceniza negra y un humo de color entre anaranjado y marrĆ³n. El domingo pasado en mi vecindario, a cien kilĆ³metros de distancia de las llamas, se cerraron las ventanas de casas y negocios, los peatones se colocaron mĆ”scaras y los conductores locales encendieron los faros de sus automĆ³viles. Se han impuesto restricciones de agua. Las presas cercanas se estĆ”n secando y hace unos dĆas las temperaturas en los suburbios al poniente de la ciudad alcanzaron los 50Ā°c, convirtiĆ©ndose en el lugar mĆ”s caliente de la Tierra. Y esto es solo el principio de lo que fĆ”cilmente podrĆa volverse el verano mĆ”s caliente y seco en la historia del paĆs.
Tan salvaje es este diabĆ³lico infierno que millones de personas se preguntan quĆ© lo ocasionĆ³ y piensan en lo que significa para sus vidas futuras, para el paĆs y para el mundo entero. Por supuesto, las catĆ”strofes son momentos en que los ciudadanos con ācorazĆ³n de Ć³paloā āla expresiĆ³n es de Mackellarā no solo acuden al rescate de sus connacionales, sino que recurren a sus lĆderes electos para obtener consuelo, guĆa y apoyo material. Entonces, ĀæquĆ© tiene que decir el primer ministro Scott Morrison sobre el tema? ĀæQuĆ© ha hecho para ayudar en este desastre inconcluso?
Confieso que, durante las Ćŗltimas semanas, mĆ”s de una vez he querido que alguien le desaparezca a Morrison la engreĆda sonrisa de su cara gordinflona. Pero, como este paĆs se considera una democracia, primero debo dejarlo hablar. āEs un desastre naturalā, admitiĆ³ quien fuera funcionario de Turismo en Australia, un polĆtico autĆ³mata de segunda categorĆa que el aƱo pasado ganĆ³ la elecciĆ³n general para primer ministro, sin ninguna polĆtica clara, pero con montones de montajes fotogrĆ”ficos que lo presentaron como un padre suburbano comĆŗn y un compa- Ʊero responsable en quien la gente ficticia que lo rodeaba podĆa confiar. āĀæQuĆ© tan bien estĆ” Australia?ā, fue una de las primeras frases que pronunciĆ³ como lĆder reciĆ©n electo del paĆs. Desde entonces su tono autocomplaciente no ha cambiado.
El paĆs de cielos azul celeste y extensas planicies marrones estĆ” en llamas, pero no habrĆa manera de saberlo a travĆ©s de las declaraciones que este hombre ha hecho en los medios o por su inacciĆ³n. Los non sequitur son su especialidad. Clima, calentamiento y fuego son palabras que no existen en su diccionario. āSin importar las dificultades, sin importar los desastres que nos han ocurrido, nunca hemos sido presas del pĆ”nicoā, dijo en un mensaje de video pregrabado en la vĆspera de AƱo Nuevo. āLas generaciones de australianos que nos antecedieron, e incluso los primeros australianos, tambiĆ©n enfrentaron desastres naturales, inundaciones, incendios, conflictos de escala mundial, enfermedades y sequĆas.ā AƱadiĆ³: āHemos enfrentado estos desastres antes y hemos prevalecido, los hemos superado… Ese es el espĆritu de los australianosā. Bueno, estos feroces incendios comenzaron en septiembre de 2019. Desde entonces el gobierno populista, neoliberal y tacaƱo, liderado por Morrison, ha actuado casi todo el tiempo como si la desgracia simplemente no existiera. Supone que todo lo que se necesita es el valiente empeƱo de los bomberos voluntarios (decenas de miles siguen trabajando), asĆ como las generosas donaciones y la autoconfianza fortalecida de los ciudadanos de Australia, āla tierra de oro al final del arcoĆrisā, como dice el poema de Mackellar. En tĆ©rminos de estrategia mediĆ”tica, todo ha sido cortinas de humo; en cuestiĆ³n de tĆ”cticas, durante meses el gobierno ha representado la mĆ”xima de Karl Deutsch de que el poder es la capacidad de hablar sin escuchar y la habilidad de darse el lujo de ignorar.
Complacencia
La complacencia imperiosa es la nueva normalidad. El ministro federal de Desastres Naturales y GestiĆ³n de Emergencias, que lleva el desafortunado nombre de David Littleproud, dice cosas como: āContinuaremos respondiendo a las condiciones cambiantes mientras estos incendios afecten las comunidades de todo el paĆs.ā Esta confianza automatizada es impresionante. Es lo que mi abuela solĆa llamar āmanejar la verdad con negligenciaā. Hoy en dĆa, los australianos usan una expresiĆ³n mĆ”s concisa: ādecir estupidecesā.
El hecho es que mientras las condiciones nos acercan mĆ”s a la catĆ”strofe, el gobierno de Morrison parece menos capaz de actuar de una manera sabia y definitiva. Una y otra vez ha desdeƱado las peticiones de los jefes de bomberos que solicitan equipo aĆ©reo adicional para combatir los incendios. A mediados de diciembre, despuĆ©s de arruinar ājunto con Estados Unidos, Arabia Saudita y Brasilā la conferencia sobre el cambio climĆ”tico cop25 en Madrid, el primer ministro Scott Morrison hizo sus maletas y se fue de vacaciones a HawĆ”i (desafortunada- mente para Ć©l fue precisamente cuando la media de la temperatura nacional se disparĆ³ hasta los 41.9Ā°c, la mĆ”s alta jamĆ”s registrada). Como esto era solo un desastre natural, varios funcionarios federales clave tambiĆ©n desaparecieron.
Cuando el infierno empeorĆ³, el gobierno no ofreciĆ³ fondos adicionales y se negĆ³ dos veces a reunirse con el ComitĆ© de Emergencia ante el Cambio ClimĆ”tico, una organizaciĆ³n que reĆŗne a los exlĆderes mĆ”s experimentados en servicios de emergencia. Se derrochĆ³ mucha testosterona para responsabilizar a los estados de la calamidad y despuĆ©s culparlos por su incompetencia. Entonces, las cosas cambiaron, o al menos eso parecĆa.
Con incendios por todo el paĆs, periodistas en alerta y gente en redes sociales vigilando a todas horas y clamando por un liderazgo, el gobierno cambiĆ³ el tono de su discurso. Se hablĆ³ de quinientos millones de dĆ³lares para la recuperaciĆ³n por los incendios forestales, una nimiedad si se le compara con los casi treinta mil millones de dĆ³lares que se otorgan a la industria local de combustibles fĆ³siles. MĆ”s dramĆ”tico fue cuando el gobierno anunciĆ³ (el 4 de enero) que llamarĆan a las filas a tres mil reservistas, curiosamente sin molestarse en consultarlo con el jefe comisionado de servicios contra incendios rurales en Nueva Gales del Sur, quien se enterĆ³ por los noticieros de que el despliegue se estaba llevando a cabo. Algunos dĆas mĆ”s tarde, como quien recurre a los condones en la sala de maternidad, se anunciĆ³ un plan para establecer la Agencia Nacional para la RecuperaciĆ³n ante los Incendios Forestales, financiada con dos mil millones de dĆ³lares.
Ciudadanos de ācorazĆ³n de Ć³paloā
Tanta ignorancia deliberada y negligencia polĆtica son difĆciles de creer. Sin embargo, es interesante que, a pesar de la irresponsabilidad intencional, se ha iniciado una discusiĆ³n en todo el paĆs sobre las causas inmediatas y a largo plazo de esta catĆ”strofe inconclusa. Hay una conciencia pĆŗblica cada vez mayor de que los orĆgenes de este desastre rebasan lo puramente local. Para millones de ciudadanos, los grandes incendios parecen tener voluntad propia. La gente sabe que cuando el aceite de eucalipto se evapora explota con facilidad y se quema con furia; que los Ć”rboles de caucho liberan bolas de fuego y esparcen flamas y cenizas de manera indiscriminada y en todas direcciones; que las nubes atizadas con grandes cantidades de calor, llamadas pirocumulonimbus, provocan rayos que propagan el infierno sin que caiga una sola gota de la tan urgente y necesitada lluvia.
TambiĆ©n estĆ”n sucediendo cosas mĆ”s importantes. En el paĆs de los ciudadanos de ācorazĆ³n de Ć³paloā, millones estĆ”n experimentando una epifanĆa. Pese al parloteo gubernamental sobre los ādesastres naturalesā, las personas se convencen cada vez mĆ”s de que hay conexiones, no importa cuĆ”n definidas meteorolĆ³gicamente, entre las emisiones de carbono, las temperaturas cada vez mĆ”s altas, el calentamiento de los ocĆ©anos, las sequĆas y los incendios forestales fuera de control. La gente es consciente de que, cuando se hace una mediciĆ³n per cĆ”pita, Australia emite mĆ”s gases de carbono en nuestra atmĆ³sfera que cualquier otro paĆs, a excepciĆ³n de Estados Unidos. Los ciudadanos han escuchado que el gobierno de Morrison, amante del carbĆ³n y el gas, estĆ” clasificado a nivel mundial como uno de los menos comprometidos en cuestiĆ³n de acciones contra el cambio climĆ”tico. Y ahora, huelen con sus narices ennegrecidas y ven con sus ojos enrojecidos lo que nosotros, como ācreadores del climaā āla afortunada frase que Tim Flannery usĆ³ para el exitoso libro que publicĆ³ hace una dĆ©cadaā, le estamos haciendo a nuestra hermosa tierra.
Fracaso de la democracia
A medida que la desgracia se intensifica, me gustarĆa que se aprendieran otras lecciones. Una de ellas āque los periodistas no han abordado hasta ahora y que es el tema central de mis investigacionesā gira en torno a los megaproyectos y a eso que llamo āla democracia monitorizadaā. Los megaproyectos de miles de millones de dĆ³lares son una amenaza para la democracia. La regla global es que nueve de diez se enfrentarĆ”n a sobrecostes, demoras y fallas importantes, a menos que aquellos a cargo de su complejo diseƱo y operaciĆ³n estĆ©n sujetos a un riguroso escrutinio pĆŗblico y a una rendiciĆ³n de cuentas democrĆ”tica. Si hay poca o nula democracia monitorizada, los megaproyectos por lo general habrĆ”n de provocar varios desastres. El accidente nuclear de Fukushima, el enorme derrame de petrĆ³leo que causĆ³ la plataforma Deepwater Horizon de bp y la tan aplazada apertura del nuevo aeropuerto de Brandemburgo en BerlĆn son ejemplos de que las cosas salen muy mal si no hay una democracia monitorizada. En cuanto al gobierno australiano, la poca financiaciĆ³n, la mala coordinaciĆ³n y la deficiente gestiĆ³n de los esquemas asistenciales para combatir los incendios forestales, las sequĆas y los desastres son otros ejemplos de este problema. La conclusiĆ³n es que la desgracia causada por los grandes incendios como los que ahora padecemos no es un desastre natural, como afirman el primer ministro, sus funcionarios y sus amigos periodistas, sino un desastre polĆtico.
Otra manera de decirlo es que la desgracia que sufre nuestra tierra es producto del fracaso de la democracia. Desde hace mucho tiempo los economistas han advertido que los mercados sin regular fallan y que las fallas en el mercado generan una gran miseria entre sus vĆctimas. Mi libro Power and humility (2018) ofrece una anatomĆa de los fracasos de la democracia. En Ć©l demuestro que sin mecanismos de vigilancia y un āperro guardiĆ”nā, para la restricciĆ³n y el escrutinio democrĆ”ticos, las cosas suelen salir mal. Cuando la democracia escasea, los grandes desastres se multiplican. Los fracasos democrĆ”ticos su- ceden y la ecuaciĆ³n es casi matemĆ”tica: sin una rendiciĆ³n de cuentas democrĆ”tica y efectiva, un Estado poderoso y las organizaciones corporativas toman decisiones tontas o insensatas que lastiman la vida de los ciudadanos y arruinan los ecosistemas que estos habitan.
ĀæNormalidad?
Un fracaso de la democracia es exactamente lo que estĆ” padeciendo Australia, devastada por los incendios forestales. Esto plantea preguntas sobre las probables consecuencias polĆticas de esta tragedia inacabada. ĀæQuĆ© podemos esperar en los dĆas, semanas y meses por venir? ĀæHabrĆ” un regreso a la normalidad? ĀæO serĆ” este el momento en que la suerte del paĆs se acabe?
Un retorno rĆ”pido a la normalidad es bastante improbable. Grandes Ć”reas de bosque permanecen vulnerables. La intervenciĆ³n militar no va a compensar la ineptitud del gobierno ni el dolor de la sociedad civil. Las poblaciones pequeƱas mĆ”s afectadas quizĆ” no se recuperen. Los reclamos por las inadecuadas indemnizaciones se impugnarĆ”n amargamente en los tribunales. Lo mĆ”s probable es que las tendencias de calentamiento y sequĆa empeoren. A pesar de las capacidades regenerativas del bosque, la aniquilaciĆ³n de las especies y, sin ir mĆ”s allĆ”, la extinciĆ³n permanente de nuestros amados koalas, de las cacatĆŗas color negro brillante y de las abejas es una posibilidad real.
El asunto rebasa la tristeza. Se estĆ” propagando un profundo sentimiento de impotencia, asĆ como de luto, por la destrucciĆ³n de un medio ambiente en ruinas. Estamos en la era de la solastalgia, el tĆ©rmino con que el pensador australiano Glenn Albrecht denomina a la ansiedad causada por la crisis climĆ”tica. Estupefactos ante esta gran calamidad, muchos ciudadanos temerĆ”n el futuro, y con razĆ³n. A pesar de que los australianos por lo general ven mĆ”s allĆ” de las patraƱas, el pensamiento podrĆa florecer. Respaldado por la desinformaciĆ³n que difunden los bots, los provocadores y el emporio Murdoch āpropietario de casi tres cuartas partes de los medios localesā, el gobierno de Morrison bien podrĆa sobrevivir y reelegirse. El decreto de estado de emergencia por desastre, del tipo que ahora opera en el estado de Victoria, podrĆa ser cada vez mĆ”s frecuente e incluso convertirse en algo permanente. Nadie sabe a dĆ³nde nos llevarĆ”n todas estas tendencias como paĆs. De cara a un ecocidio, los peligros polĆticos de una democracia ilusoria y el despotismo no se deben subestimar. Estamos aprendiendo nuevamente lo que mi abuela ya sabĆa, y Dorothea Mackellar omitiĆ³: cuando la ansiedad aumenta entre la ciudadanĆa, esta puede ser presa fĆ”cil de los demagogos, hĆ”biles para redirigir el malestar popular hacia los migrantes indeseados, los hippies, los musulmanes, entre otros desplazados.
A raĆz del desastre ambiental mĆ”s serio desde la colonizaciĆ³n, algo es seguro: la resiliencia democrĆ”tica a largo plazo del paĆs se verĆ” puesta a prueba. Cada vez hay mĆ”s expectativas de que se castigue al gobierno por su ineptitud premeditada. Por fortuna, el ciclo de elecciĆ³n federal en Australia es de solo tres aƱos, lo que significa que el gobierno de Morrison tendrĆ” problemas en 2022 o antes. Solo espero que lo apaleen como se merece.
Reimaginar la democracia
El distinguido novelista australiano Richard Flanagan va mĆ”s lejos. Ćl dice que la catĆ”strofe de los incendios forestales es el ChernĆ³bil de nuestro paĆs, ese enorme proyecto de la UniĆ³n SoviĆ©tica que fue mal regulado y corrompido por un poder arbitrario, , generando las demandas de la glĆ”snost y destrozando, como consecuencia, todo el sistema imperial. El sĆmil, utilizado primero por David Ritter, de Greenpeace, es discutible y estĆ” fuera de lugar. La fallida democracia parlamentaria australiana no se puede comparar con el estado unipartidista y corrupto del sistema socialista. Sin embargo, estoy de acuerdo con Flanagan en la necesidad de cambios institucionales fundamentales, porque la gran lecciĆ³n polĆtica actual es que la democracia ha fallado y ha obtenido resultados desastrosos.
Durante aƱos he dicho pĆŗblicamente que la maldiciĆ³n de la democracia australiana es la complacencia. La clase polĆtica es demasiado blanca, masculina y muy poco representativa de una sociedad civil impresionantemente multicultural. A nuestros pueblos indĆgenas se les niega una representaciĆ³n polĆtica formal. La brecha entre los ricos y los pobres se estĆ” agrandando. No hay una comisiĆ³n federal anticorrupciĆ³n. El dinero clandestino envenena las elecciones. Las instituciones de servicio pĆŗblico sufren ataques. Los medios de comunicaciĆ³n pĆŗblicos son vulnerables legal y financieramente. En un sistema de votaciĆ³n obligatoria, cientos de miles de jĆ³venes han desaparecido del padrĆ³n electoral. A mĆ”s de un millĆ³n de residentes se les niega el voto. Y el sistema polĆtico entero estĆ” aferrado a un capitalismo basado en el carbĆ³n, cuyas alarmas no solo estĆ”n sonando, sino que se estĆ”n derritiendo.
Es necesario tanto un cambio de rĆ©gimen energĆ©tico como una revoluciĆ³n polĆtica. En concreto, se requiere una redefiniciĆ³n de la democracia. Durante su historia, notablemente extensa y turbulenta, la democracia siempre ha funcionado como una norma antropocĆ©ntrica que suponĆa que los seres humanos autĆ³nomos eran los amos y dueƱos legĆtimos de la ānaturalezaā. Ahora, es necesario que los principios democrĆ”ticos se tornen verdes para que, en la era de la democracia monitorizada, el autogobierno popular acoja la obligaciĆ³n de los humanos de tratar los ecosistemas que habitan como sus iguales, y aceptar que como tales tienen derecho a una representaciĆ³n polĆtica adecuada en los asuntos humanos.
El que un cambio semĆ”ntico de esta naturaleza vaya a suceder o el que la democracia enferma de carbĆ³n se pueda transformar pacĆficamente en una democracia monitorizada mĆ”s robusta y resiliente es otro asunto. Supongamos que no sucede. ĀæCĆ³mo serĆ” la vida en Australia durante los siguientes dos aƱos? El gobierno de Morrison actuarĆ” como siempre lo ha hecho: haciendo uso de donativos gubernamentales, tropas militares y mensajes mediĆ”ticos, harĆ” todo lo posible para ganar la prĆ³xima elecciĆ³n y normalizar lo anormal. Se endurecerĆ”n las restricciones a los boicoteos ambientales y las asambleas pĆŗblicas. Los lĆderes de oposiciĆ³n le seguirĆ”n la corriente. Es casi seguro que se apeguen al discurso de que en este momento infernal su trabajo es ser constructivos y prĆ”cticos, y no suscitar problemas al comentar de una manera negativa la actuaciĆ³n general del primer ministro y su gobierno. La clase polĆtica interpretarĆ” un papel amnĆ©sico (hoy en dĆa, ĀæquiĆ©n recuerda la destrucciĆ³n casi total y la evacuaciĆ³n militar de la ciudad Darwin, hace medio siglo, a causa del ciclĆ³n Tracy?) y moverĆ” cielo y tierra para apelar a los mĆticos australianos ātranquilos, trabajadores y optimistasā. Los polĆticos podrĆan lograrlo y, entonces, la ficciĆ³n se convertirĆa en realidad. Los ciudadanos elegirĆan convertirse en sĆŗbditos dominados por la ansiedad, con temperaturas cada vez mĆ”s altas e incendios que se consumen ante sus ojos; los australianos dejarĆan de interesarse por sus lejanos horizontes azules, sus montaƱas irregulares color marrĆ³n y sus mares verde esmeralda. Entonces, la catĆ”strofe estarĆa completa y dejarĆamos a la pobre Dorothea Mackellar llorar la pĆ©rdida del paĆs en llamas, anegada en lĆ”grimas de indignaciĆ³n. ~
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SĆdney, 9 de enero de 2020.
TraducciĆ³n del inglĆ©s de Alejandra Tapia Silva.
John Keane (1949) es un politĆ³logo y profesor universitario. Su libro mĆ”s reciente en espaƱol es Vida y muerte de la democracia (FCE/INE, 2018).