Emilio Rabasa y el cuchicheo

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Emilio Rabasa ha sido el más grande constitucionalista de la historia de México. La Constitución y la dictadura es la pieza de reflexión constitucional más aguda, más profunda y más elocuente de esa pobre tradición intelectual. Hombre que sabía de historia y de leyes, al decir de Cosío Villegas, Rabasa entendió la mecánica y la simbología de la Constitución. Sin asomo de sentimentalismo, denunció esa treta de nuestra retórica legalista que consiste en alabar la ley para incumplirla. Gran conocedor de la tradición anglosajona como demostró Alonso Lujambio, describió las fallas de nuestra ingeniería política. Tomarse la ley en serio era dejar los rituales que sirven para legitimar al poder y entenderla como una técnica que lo limita.

La Constitución y la dictadura es una advertencia al nuevo régimen. No es una crítica a los gobiernos liberales que a su juicio se vieron forzados a romper con la ley para sobrevivir, sino un aviso a los revolucionarios. Bien sabía que garantizar el sufragio efectivo no era suficiente para darle estabilidad al país. Si el nuevo Estado no se construía con sólidos y prácticos fundamentos legales, seguiríamos atrapados en el círculo de la anarquía y el despotismo.

Lo notable es que el gran constitucionalista mantuvo silencio frente a la Constitución de 1917. Se le llegó a describir como un constituyente en la sombra porque, desde el proyecto de Carranza, se abrazaba su propósito de construir una presidencia fuerte. Sin embargo, ese hombre que había desmontado las piezas de la tubería constitucional para mostrar su incoherencia, ese hombre que se había burlado de la torpe redacción de los preceptos y las fantasías que obnubilaron a los constituyentes del 57, calló ante la ley de Querétaro. Al regresar del exilio impartió clases en la Escuela Libre de Derecho pero no se advierte en los apuntes que han sobrevivido la penetración analítica, la agudeza crítica de su estudio clásico. Ningún examen integral del trabajo del constituyente.

Fue Charles Hale, el gran biógrafo de Rabasa, quien advirtió de la existencia de un documento rabasiano que contenía un estudio sobre el artículo 27 de la nueva Constitución. Era un estudio por encargo del que había hablado en su correspondencia. A pesar de todas sus pesquisas, el historiador no dio con él. Lo conoció, desde luego, Weetman Pearson, quien había solicitado el estudio, pero no existe copia en los archivos de su compañía. Lo leyó “con deleite” Limantour pero tampoco se encuentra en sus papeles. Era un “estudio fantasma”. Acaba de aparecer. José Antonio Aguilar Rivera rastreó el documento. Al advertir la amistad de Rabasa con William F. Buckley, se dio a la tarea de espulgar sus archivos. Ahí estaba. Era un documento mecanografiado de sesenta páginas. No tenía firma pero es claro que la autoría es de Rabasa.

El hallazgo tiene una enorme importancia para la historia del liberalismo mexicano. Aguilar Rivera ha hecho una contribución notable al develar este fantasma. Se trata del único documento que registra la crítica de Rabasa a la Constitución vigente. Es una crítica demoledora porque es un ataque al fundamento mismo de la ley. No es un reproche a la ignorancia de los constituyentes o a la imprudencia de su diseño. Es la acusación de que la nueva Constitución sirve a una tiranía. La Constitución del 57 representaba un liberalismo iluso que producía lo contrario a sus declaraciones. La del 17 era mucho peor: la consagración jurídica del despotismo, la legalización de la barbarie.

Apenas votada la Constitución revolucionaria, Rabasa le anticipa a Limantour que es imposible que se sostenga esa atrocidad. La que terminaría siendo la más longeva de nuestras constituciones sería, a su entender, efímera. Lo sería porque negaba el fundamento mismo de la civilización. El constituyente de Querétaro glorificaba la barbarie. Bárbaro era subordinar los derechos al capricho. Eso era, a su entender, lo que significaba el artículo 27 y ese es su argumento en el documento rescatado. El ingeniero de las instituciones, el promotor de la firmeza presidencial se convierte en un defensor de los derechos. El larguísimo precepto entregaba todas las propiedades de la nación a los poderes constituidos y arrebataba a los propietarios todo instrumento de defensa. Como John Locke, Rabasa hace de la propiedad el derecho primordial, el ámbito concreto de la libertad, el refugio más firme de la autonomía frente a la tendencia opresiva del Estado.

Tan relevante es el argumento como el medio en el que se desarrolla. En una carta privada Rabasa advierte que se impone en México legalmente la tiranía. En un documento privado Rabasa denuncia que la barbarie nos devora. El carácter de estos documentos es revelador. El lobo viene y quien lo advierte no grita, cuchichea. Se está construyendo una maquinaria despótica, pero es mejor no decirle a nadie. Así actúa el autor de La Constitución y la dictadura. Que la severidad de la crítica de Rabasa no haya tenido como destinatario al público, que no haya buscado imprenta es una auténtica deserción intelectual. El disimulo tuvo consecuencias. Quizá la debilidad de nuestro liberalismo político deba contarse también en la historia de los ensayos no publicados. ~

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(Ciudad de México, 1965) es analista político y profesor en la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Es autor, entre otras obras, de 'La idiotez de lo perfecto. Miradas a la política' (FCE, 2006).


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