Con motivo de la gran exposición de París de 1889, el explorador judío austríaco Charles Wiener llevó al viejo continente más de cuatro mil quinientos huacos, figuras de cerámica con facciones realistas de los indígenas andinos, entre otras piezas arqueológicas que saqueó durante su paso por Sudamérica en la década de 1870. Autor del libro de viajes Perú y Bolivia, Wiener alcanzó la fama por casi descubrir Machu Picchu. Más tarde, sin embargo, sus mapas precisos fueron útiles para Hiram Bingham, el explorador norteamericano que finalmente se llevó el título de “descubridor” de la ciudad inca.
Ciento cincuenta años después de que Wiener puso un pie en Perú, una descendiente suya, pero cuyos rasgos son más cercanos a los de las figurillas que llevó al otro lado del Atlántico, se encuentra frente a frente con las piezas que su tatarabuelo expolió y de cuyas colecciones es considerado “autor”, borrando así todo rastro de las manos que les dieron origen. Ese choque provoca en ella reflexiones sobre su identidad al ser “a la vez, descendiente del académico y un objeto arqueológico y antropológico más”.
Huaco retrato es la primera novela de la periodista Gabriela Wiener (Lima, 1975), quien en esta ocasión da el salto a la ficción para contar una historia que no es menos íntima que las que relata en Nueve lunas (2009) y Llamada perdida (2015). A través de tres líneas argumentales –la vida y los hallazgos de Charles Wiener, el duelo por la muerte de su padre, así como las relaciones extramaritales de la protagonista que ponen en peligro su acuerdo poliamoroso con su esposo y esposa–, la narradora busca responder quién es.
Gabriela, la protagonista, comparte nombre con la autora y algunos episodios de su vida. Personajes como Charles Wiener, su biógrafo Pascal Riviale y algunos colegas periodistas que se mencionan se pueden rastrear en el mundo real. Sin embargo, Wiener recurre a la ficción para adentrarse en la vida del explorador debido a la escasa información documental que le permitiera hacer un relato más completo de su posible ancestro. Además, como ha dejado en claro en varias entrevistas, numerosos episodios contados en la novela han sido deformados. “Soy consciente de que intento construir algo con fragmentos robados de una historia incompleta”, afirma la narradora en un momento donde parece que es la propia autora la que se confiesa.
La historia de Charles ha pasado por la familia de generación en generación. Historia que provoca lo mismo orgullo por tener un antepasado europeo ilustrado que vergüenza por el abandono del patriarca venerado, quien tras embarazar a María Rodríguez no volvió a verla ni conoció a su hijo, quien a su vez tuvo diez hijos, entre ellos el abuelo de la protagonista. En el grupo de Facebook de los Wiener se comparten los últimos hallazgos en torno al explorador. Sin embargo, Gabriela nota una contradicción. Mientras todos están interesados por conocer más de Charles nadie se pregunta qué fue de María, la tatarabuela de la que no se tiene ni una fotografía y de la que no se sabe si fue indígena o mestiza y bajo qué condiciones fue su relación. “Sabemos todo de él, pero nada de ella. Él nos dejó un libro, ella la posibilidad de la imaginación.”
Gabriela es descendiente de un explorador europeo, pero también de mujeres indígenas. Su padre se casó con una chola y eso le dio a ella su tono de piel marrón y sus rasgos físicos. “En Lima muchas veces había oído asociar mi color de piel con el color de la caca.” Ya en España, como migrante, de poco o nada sirve el éxito que tiene como escritora porque al conocer a la abuela de su esposa esta cree que es la trabajadora doméstica. El racismo no ha disminuido con el paso de los siglos. La diferencia entre Gabriela y el niño indígena que su tatarabuelo compró a su madre y que llevó a Europa en un intento de demostrar que los nativos podían ser civilizados es que ella no es exhibida en una vitrina como un objeto exótico. Sin hacer una apología del huaquero que fue su tatarabuelo, la protagonista acepta que sus ideas racistas son producto de su tiempo y que él no deseaba más que ser aceptado por una sociedad que lo menospreciaba por ser judío y migrante. Cuando murió solo faltaban dos décadas para el Holocausto. El poner las cosas en perspectiva no significa que Gabriela deje de cuestionar sus actos ni el racismo del siglo XXI.
A la indagación por su pasado se suma el proceso de duelo que vive por la muerte de su padre, razón por la cual tuvo que dejar a sus cónyuges e hija en Madrid para viajar a la casa familiar en Perú. Ahí Gabriela encuentra entre las cosas que le dejó su padre, un periodista e intelectual de izquierda, el libro de viajes escrito por Wiener y el teléfono celular que usó todavía horas antes de morir. Gabriela revisa el celular y el correo electrónico de su padre y descubre no solamente los mensajes que les enviaba a ella y a su hermana, sino las cartas de amor que le escribió a su amante que por tres décadas mantuvo oculta y con quien tuvo otra hija. El adulterio no es nuevo para Gabriela pues desde hacía varios años lo sabía, lo que la sorprende es el tono romántico que su padre usaba para hablar con su otra mujer. Desde la comprensión de quien practica el amor libre y la curiosidad de la hija que descubre otra faceta de su padre, la protagonista se encuentra con la amante para tratar de entender el porqué de las mentiras.
A pesar de vivir una relación poliamorosa, Gabriela pone en peligro sus propios acuerdos mientras se encuentra en Perú. Les miente a sus parejas, siente celos de pensar que ella y él podrían estar con otras personas, pero no puede evitar acostarse con otros hombres o mujeres para lidiar con la soledad y la tristeza. A lo largo de la segunda parte del libro, el foco ahora está en cómo la narradora ha estropeado su triple matrimonio y en sus intentos por tratar de que las cosas vuelvan a funcionar. Finalmente, una noticia al interior de su familia heterodisidente les devuelve la esperanza en las otras formas de amar.
Cuesta distinguir la realidad de la ficción en Huaco retrato. La protagonista lo sabe y en un momento de la novela, cuando reflexiona sobre las mentiras que su padre decía a su madre y a su amante para ocultar su engaño, similares a las que ella ahora cuenta a sus esposos, nota que lo que tienen en común ella, su padre y Charles es la capacidad de crear mitos a su alrededor. Lo que le deja “una sensación a veces sucia de estar metiendo la vida en la literatura o, peor, de estar metiendo la literatura en la vida”.
En Huaco retrato, la cronista peruana abunda en la relación que hay entre el colonialismo y el patriarcado y cómo esas dinámicas de poder son una herencia pesada para las mujeres de color y migrantes, que en sus relaciones amorosas están obligadas a tomar roles subordinados. Con su pluma y su sexualidad libre la protagonista desafía las miradas blancas, coloniales, masculinas y hegemónicas. “Mi identidad marrón, chola y sudaca intenta disimular la Wiener que llevo dentro.”
En el poema que cierra el libro escribe: “Nunca dejamos de buscar lo que fuimos / para comenzar a ser lo que soñamos.” Así, la indagación de la protagonista por sus orígenes termina siendo un intento por entender quién es, pero también un acto para cortar con esos lazos que le impiden ser lo que se quiere. Las heridas que se han transmitido de generación en generación quedan expuestas. Tal vez no han sanado del todo, pero por lo menos ya no están en las sombras. ~
estudió literatura latinoamericana en la Universidad Iberoamericana, es editora y swiftie.