Juicio a la crítica

En una entrevista de televisión, la escritora y crítica Mary McCarthy dijo que todo lo que Lillian Hellman contaba en sus libros era mentira. Hellman demandó a McCarthy por difamación y comenzó una de las grandes disputas literarias de las letras estadounidenses del siglo XX.
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Mary McCarthy / Lillian Hellman

Fue un poco como sin venir a cuento. En 1979, el presentador de televisión Dick Cavett invitó a la escritora Mary McCarthy (1912-1989) a su programa. En un momento dado, Cavett le preguntó quién creía que era un escritor sobrevalorado, McCarthy se había quejado del exceso de elogios en la crítica cultural desde el inicio de su carrera. Cavett tuvo que pincharle un par de veces hasta que consiguió un titular. “La única que se me ocurre es un fósil como Lillian Hellman, que creo que está tremendamente sobrevalorada, es una mala escritora y una escritora deshonesta, pero realmente pertenece al pasado.” “¿Qué hay de deshonesto en ella?”, pregunta Cavett. “Todo”, responde McCarthy. “Pero una vez dije en alguna entrevista que cada palabra que escribe es una mentira, incluyendo ‘y’ y ‘el’.” [Lo dijo en una entrevista en 1978 con Joan Dupont para Paris Metro.]

McCarthy ya era Mary McCarthy, autora de The company she keeps, su debut del que había publicado una parte en The Partisan Review, o El grupo, la novela sobre la promoción del 33 de Vassar que Sidney Lumet había llevado al cine. La escritora había cubierto el juicio del Watergate antes de irse a vivir a París, por el trabajo de su cuarto marido, el diplomático James R. West. McCarthy estaba trabajando en la edición de las conferencias de Hannah Arendt, con quien había mantenido correspondencia entre 1949 y 1975 –las cartas están recogidas en un volumen editado en Lumen, Entre amigas– y en un libro de ensayos literarios, según le explica a Cavett. Cuando este le pregunta qué está escribiendo en ese momento, ella responde: “ensayos puramente literarios, y, ah, la mayoría son a favor”. La broma se entiende mejor si se sabe que McCarthy había sido una crítica bastante implacable, o al menos su fama era así: sobre su serie en The Nation “Our critics, right or wrong”, The New York Times dijo: “una masacre de San Valentín de reseñistas y críticos”.

Lillian Hellmann (1904-1984) era una exitosa autora de obras de teatro, primero, y, después, de libros de memorias o autobiografías construidas como novelas en las que recogía episodios en los que incidía en su compromiso con la libertad, su entereza frente al macartismo. Memorias. Una mujer inacabada (1969), Pentimento (1973) y Tiempo de canallas (1973) forman algo así como un tríptico autobiográfico. En Pentimento, una colección de retratos, aparece Julia, miembro de la resistencia antinazi a la que Hellman había ayudado. La historia que contaba ahí dio lugar a una película en la que Jane Fonda interpretaba a la escritora, Vanessa Redgrave a Julia y Jason Robards hacía de Dashiel Hammet, compañero de Hellmann durante unas tres décadas.

En el momento de la emisión de la entrevista de Dick Cavett a Mary McCarthy, ya en 1980, Hellmann estaba al otro lado de la tele. Según le contó a Peter Feibleman, y recoge Dorothy Gallagher en Lillian Hellman: An imperious life (Yale University Press, 2014), cuando lo escuchó se le escapó una carcajada. A la mañana siguiente llamó a su abogado y puso una demanda a la escritora, a Cavett y a la cadena, pedía 2,5 millones por difamación. Sorprendentemente, la demanda fue admitida. Empezó así una de las grandes disputas de la literatura estadounidense. McCarthy gastó sus ahorros en su defensa, mientras Hellmann usó toda la maquinaria con la que contaba. Y todo para nada: la muerte de Hellmann en 1984 terminó con el caso, para pesar de McCarthy, que quería vencer en los tribunales.

Nora Ephron entrevistó a Hellman para The New York Times Book Review, después de caer rendida a PentimentoEsquire había publicado dos capítulos a modo de adelanto y ella había sido la editora de los textos: “Yo estaba fascinada. Lillian Hellman era la mujer que, cuando compareció ante el Comité de Actividades Antiamericanas, en el Congreso de Estados Unidos, había dicho: ‘No puedo recortar mi conciencia para que encaje en el molde de estos años’. Había querido al hombre más complicado del mundo, y él, aunque estuvo borracho la mitad de su vida en común, también la quería. Y de pronto resultaba que Hellman prácticamente había parado los pies a Hitler.” En No me acuerdo de nada (Libros del Asteroide, 2022) está incluido el texto en el que la escritora y cineasta habla de su amistad, casi amor, con Hellman. En él matiza: “formé parte del grupo de gente joven de su vida”.

Ephron también escribió una pieza teatral a partir de la disputa entre Hellman y McCarthy, Imaginary friends. El estreno en 2002 reflotó el asunto también para Dick Cavett, que escribió un texto para The New Yorker, donde lamentaba no haber vuelto a hablar con Mary McCarthy, que se arruinó. En 2015 se interpretó a sí mismo en Hellman vs. McCarthy, escrita por Brian Richard Mori. El montaje usaba tanto transcripciones de la entrevista en el programa de Cavett como escenas inventadas.

Alan Ackerman quiso ver en este enfrentamiento algo más, como escribió en Just words: Lillian Hellman, Mary McCarthy and the failure of the public conversation in America (Yale University Press, 2011). Franklin Foer escribió a propósito del ensayo en The New Republic: “Ackerman hace un trabajo admirable al relacionar este caso con los grandes temas de mediados del siglo XX. Utiliza a Hellman y McCarthy como pretexto para realizar fascinantes digresiones acerca de la comisión de John Dewey sobre León Trotski […]. Pero se muestra demasiado ansioso por frotarse las manos ante su mutua maldad, que ve como un presagio del apocalipsis cultural. El caso, escribe, ‘anunció la era en la que nos encontramos con James Frey, Oprah Winfrey, Rush Limbaugh y gobiernos disfuncionales a nivel local, estatal y nacional’.” Foer no comparte el análisis: “cualquiera que haya pasado diez minutos cambiando de canal de televisión por cable estará de acuerdo con su sombría evaluación de nuestra propia ‘conversación nacional’, Ackerman no consigue demostrar que esa disputa prefigurara la profusión de la telebasura. De hecho, demuestra involuntariamente lo contrario: la saga Hellman-McCarthy fue una prueba de la vitalidad cultural, en la que un popular programa de televisión dio voz a verdaderos intelectuales, y los contratiempos de la prensa sensacionalista se basaron en cuestiones políticas e históricas urgentes, y una escritora estuvo dispuesta a arriesgar los ahorros de su vida y su reputación en aras de defender una buena frase. Puede que la pelea Hellman-McCarthy fuera entretenida, pero no fue concebida como un entretenimiento. Quizá seamos tan desagradables como ellos en aquella época, pero también somos más triviales y más superficiales.”

Mary McCarthy y Lillian Hellman estaban lo suficientemente cerca como para detestarse, también en los asuntos políticos. El enfrentamiento, en parte absurdo y motivado por rencillas personales (Hellman dijo que quería demostrar que McCarthy era idiota, que no sabía escribir y que no merecía el respeto de nadie), en el fondo reveló una disputa mayor: maneras contrapuestas de entender el papel de los escritores frente a los hechos, y esa es quizá la única cuestión importante.

El último capítulo del libro de Gallagher sobre Hellman reconstruye la disputa con Mary McCarthy y repasa los momentos en que las dos escritoras se cruzaron y todas las veces en que se evitaron (McCarthy más que Hellman). 1937, coinciden en una cena pero no hablan. Hellman (32 años) había tenido un primer éxito con su primer texto teatral; McCarthy (25) era ya conocida por sus opiniones contundentes sobre novelas y piezas teatrales. Hellman acababa de volver de España, había visitado el frente y era partidaria de los Juicios de Moscú; McCarthy formaba parte del Comité de Defensa de Trotski.

En 1948 se vuelven a encontrar en el Sarah Lawrence College –McCarthy era profesora allí, Hellman acudió como invitada– y tuvo lugar un primer enfrentamiento. Hellman reprochó a John Dos Passos haber “traicionado” a los republicanos en España porque no le gustó la comida en Madrid. McCarthy sabía que la razón por la que el escritor estadounidense había roto con el bando republicano era el asesinato de su traductor, José Robles Pazos, víctima de las purgas de los comunistas. McCarthy intervino, para fastidio de Hellman.

Gallagher detalla las veces que McCarthy no mencionó a Hellman al escribir sobre piezas de teatro en las que la dramaturga había trabajado. Sí la mencionó, entre otros nombres, al hablar del “virtuosismo aceitoso” de algunos dramaturgos. McCarthy escribió un artículo en 1957 sobre la declaración de Arthur Miller ante el Comité de Actividades Antiamericanas, alabó su valentía al no dar nombres y destacaba que fue “casi el único miembro relevante al que el Comité no escuchó refugiarse en la Quinta Enmienda –‘rechazo responder porque podría incriminarme’–”. Dashiel Hamett, marido de Hellman, había estado en la cárcel por negarse a declarar. En 1976, Hellman publicó la tercera pieza de sus memorias: Tiempo de canallas. Con canallas se refería a Mary McCarthy, Lionel Trilling, Elizabeth Hardwick, entre otros, intelectuales que no habían alabado su obra ni su declaración frente al Comité de Actividades Antiamericanas. Gallagher anota una única mención en público de Hellman sobre Mary McCarthy: con respecto a su trabajo como crítica, le parecía que era “muchas veces brillante”; pero su ficción le parecía de “escritora de revista femenina”.

Hay más detalles jugosos sobre el caso Hellman vs. McCarthy, cuya resolución judicial no llegó a producirse. La demanda provocó la relectura de las obras de Hellman, cuya reputación quedó dañada conforme se iban desvelando las exageraciones, atribuciones y otros recursos para inventarse una vida heroica que no resistía un escrutinio serio. La famosa historia de Julia resultó ser en realidad la de Muriel Gardiner. Lo resume Nora Ephron: “Luego, alrededor de un año después [del estreno de la película] una tal Muriel Gardiner escribió un libro en el que contaba su vida como espía antes de la Segunda Guerra Mundial, y quedó claro que Hellman le había robado la historia. No había ninguna Julia, y Lillian nunca había salvado a Europa con su gorro de piel.”

Gallagher recoge lo que Elizabeth Hardwick escribió sobre su amiga Mary McCarthy: “Lo que con frecuencia está en juego en la escritura de Mary y en su manera de mirar las cosas es una preocupación un tanto obsesiva por la integridad de los hechos en asuntos tanto triviales como importantes.” En la entrevista que le hizo Elizabeth Sifton para The Paris Review fue clara: “Sí, creo que hay una verdad y que se puede llegar a conocer.” McCarthy aplicó el mismo rigor a los textos de Hellman que el que se había aplicado a sí misma cuando revisó sus memorias, algunos capítulos habían aparecido en The New York Review of Books. En el volumen, Memorias de una joven católica, hay notas en cursiva en las que McCarthy habla de la construcción de la memoria, que resulta ser poco fiable. Gallagher concluye: “Hellman podía haber llamado ficciones a sus relatos y habría sido juzgada solo por el mérito literario. En lugar de eso, prometió que no había engañado con los hechos de su vida, cruzando una y otra vez la frontera sin avisar. Como el hombre que coquetea sin mencionar a la esposa e hijos que le esperan en casa, quería algo por nada. ¿Cómo podría no importar que Hellman rechazara la distinción entre hechos y ficción cuando los hechos son la estrella polar de la vida? Es la única pregunta que nos hacemos acerca de los que traen noticias del mundo: ¿Pasó de verdad? ¿Es verdad?” En el caso de Hellman, no lo era. ~

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(Zaragoza, 1983) es escritora, miembro de la redacción de Letras Libres y colaboradora de Radio 3. En 2023 publicó 'Puro Glamour' (La Navaja Suiza).


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