Lo que no recordamos

(No) me acuerdo

Fernanda García Lao

kriller71,

Barcelona,, 2025, , 98 pp.

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“No me acuerdo del autor del Me acuerdo primera versión”, dice Fernanda García Lao en la entrada 105 de su último libro, que se llama (No) me acuerdo. El autor es Joe Brainard, y el del segundo es Georges Perec. De estos dos libros previos (I rememberJe me souviens) García Lao se acuerda sin duda, y en esta entrada, como en el resto de sus 231 olvidos, practica no solo una especie de homenaje inverso, un poco chulo, a esos libros a cuya tradición se incorpora con actitud de réplica, sino también una especie de ensayo de lo que podría significar, a lo largo de una vida, irse desprendiendo de las huellas o recuerdos que nos conforman, que nos lastran o que nos acompañan (o todo a la vez). No acordarse, aquí, es en realidad como acordarse, es saludar con una broma, pero en otras de las entradas no acordarse puede significar rechazar, o elegir otra cosa de manera lateral, olvidando todas las demás (“No me acuerdo de un libro más perfecto que La muerte y la primavera” [este de Mercè Rodoreda]). Declarar no acordarse de algo o de alguien puede querer decir empeñarse en olvidarlo, lo que supone darle tanta importancia como buscarlo denodadamente, o tenerlo en la punta de la lengua −que es como reencontrarse con un fantasma o como llevarse una sorpresa ante la infinidad de instancias que llevamos con nosotros−, o que se ha dado con un cajón lleno de cosas y ante la abundancia hemos olvidado lo concreto que habíamos ido a buscar. Así que el libro es también un ensayo práctico de todos los sentidos que puede adquirir un verbo o un estado. Un ensayo, entonces, verbal y emocional, que conduce al fin a lo corporal: “No me acuerdo con la memoria. Lo que sé, me ha sucedido en el cuerpo, lo demás es información. Es decir, versiones.”

Como cada vez que practicamos cualquier juego con el lenguaje, hay aquí una gran y constante presencia del humor, porque lo que decimos, si lo decimos de diferentes maneras sucesivas a través de las versiones, va adquiriendo sentidos nuevos, cambiando de significado a medida que lo vamos reformulando. En este juego de variaciones, la acumulación de citas opera sobre cada una de las citas sueltas, que significan nuevas cosas por su cercanía con las demás, pero el sentido del propio verbo también puede cambiar, como en el ejemplo de la novela de Rodoreda. Además, la experiencia vital que va componiendo García Lao es a la vez única y suya propia, pero también se convierte en compartida. Podemos reconocernos en el olvido ajeno. Pero se me ocurre que así como se dice que nadie escarmienta en cabeza ajena, ¿podríamos decir que nadie olvida en cabeza ajena? El hecho de que la autora haya elegido como fórmula “no me acuerdo”, en lugar de “he olvidado” u “olvidé”, es también determinante, porque se refiere a una omisión, o incluso transmite una dimensión temporal, la del presente, un ahora en el que el objeto no nos viene a la mente, pero podría acudir más adelante. El olvido es un continuo durativo (“es tan largo el olvido”, dice Neruda en un poema), mientras que el no acordarse nos convoca al momento puntual, electrizado, y precisamente un tono de chispazo es el que tiene este libro, con sus entradas que se prenden como bengalas que iluminan momentáneamente la oscuridad. No quiero complicar mucho la imagen, pero en cierto modo se podría decir también de manera inversa: que oscurecen un instante la claridad total de la vida que transcurre imperceptible; en todo caso, una interrupción que rescata algo de un total. Este sistema de fogonazos transmite también una sensación de movimiento, de vida en marcha (¿“viajar es perder países”; vivir es perder escenas?), casi de fuga en que se distingue al individuo y a su vida como personajes de una película de persecuciones, y en cada vuelta de la esquina en que se ha conseguido burlar al perseguidor, una se detiene un momento, a tomar aire, a palparse la ropa, a dejar una marca.

Por otro lado, las pérdidas no implican una desaparición. Que una no se acuerde de las cosas no quiere decir que no tenga consciencia de lo que está haciendo (“No me acuerdo si escribo para desfasar la realidad hacia atrás o hacia delante. Chupo la corteza de lo real hasta dejarla blanda como una seda china”), y significa además que de su ejercicio espera que revele algo que quizá no se pueda alcanzar por otra vía. Esta relación con lo vivido no quiere decir que se viva atolondradamente; hay un propósito. A veces no acordarse es un ejercicio práctico, positivo. Y también nos vamos dando cuenta de que no acordarse no es lo mismo que olvidar o que haber olvidado. Quizá no acordarse suponga una acumulación inversa, una manera de lanzar lo vivido a un repositorio especial, al que solo llega si lo lanzamos con un juego de muñeca ejecutado como se advertiría a través del espejo.

Las cosas de las que Fernanda García Lao no se acuerda son de toda índole (“No me acuerdo del nombre de aquella pintora que había sido olvidada injustamente”, “No me acuerdo de lo grave, soy mejor con los agudos. Como chirría el mundo”, “No me acuerdo de la ropa de mi tía, pero sus zapatos diminutos y brillantes, cada uno en su caja, son inolvidables”), y paradójicamente rescatan aquellas cosas que pudieron pasar inadvertidas, o dotan de una dignidad similar a todo aquello con lo que nos hemos cruzado. Además de practicar una actitud vital, en este libro se da el reconocimiento, por la especular vía del olvido, de todos los hitos que han conformado nuestra vida, que se nos han adherido al cuerpo, y cuya importancia es tal que no necesitan de nuestra memoria para existir. “Eso eres tú”, dice un adagio sánscrito; eso es también lo que no recordamos. ~


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