Nostalgia del soberano: Lo importante es saber quién manda

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Manuel Arias Maldonado

Nostalgia del soberano

Madrid, Los Libros de la Catarata, 2020, 190 pp.

Manuel Arias Maldonado (Málaga, 1974) es uno de los intelectuales más destacados de su generación en nuestra lengua. Combina la investigación académica en la teoría política con la vocación divulgativa; el análisis de la actualidad con una preocupación por la calidad de la conversación y una reivindicación de la curiosidad; la vocación polémica con el esfuerzo por dar contexto y sustento teórico y cultural a nuestros debates.

Nostalgia del soberano, su ensayo más reciente, es un libro más próximo a La democracia sentimental (Página Indómita, 2016) que a Antropoceno (Taurus, 2018) o al breve tratado de política sexual (Fe)Male gaze (Anagrama, 2019). La democracia sentimental funcionaba como un panorama del malestar. Diagnosticaba la deriva emocionalista de nuestra política, con una mirada amplia y excursiones a muchas disciplinas y autores. En cierta manera, Nostalgia del soberano opera al revés. Escoge un aspecto más concreto y tiene una parte más diacrónica que el libro anterior. Pero el asunto que Arias elige permite iluminar muchos problemas del presente.

Una de las razones del desasosiego contemporáneo es la incertidumbre, que quizá es resultado de grandes cambios y de que hemos borrado de nuestro horizonte imaginativo peligros que nos han acompañado hasta hace poco, que sin embargo afectan a millones de personas ahora mismo o que pueden aparecer de repente, como muestra la pandemia del coronavirus. Proviene de inquietudes económicas –la transformación del mundo del trabajo, la precariedad–, políticas –la percepción de una incapacidad para hacer cambiar las cosas, incluso de ser escuchado: el referéndum de Tsipras en Grecia y el resultado posterior sería un ejemplo claro–, morales –los cambios en la cultura y las costumbres–, incluso demográficas. En los llamamientos, desde visiones muy distintas, a recuperar el control hay un “anhelo de una potencia política capaz de poner orden allí donde reina el desorden”. Ese anhelo es la nostalgia del soberano.

Hay en ella una tendencia religiosa sublimada. Aparece en el nacionalismo y el populismo y la combinación de los dos. Propugnan “un reforzamiento de la voluntad soberana del pueblo que va de la mano del debilitamiento de los contrapesos liberales del sistema democrático”. Esta “fantasía soberana”, explica Arias, “opera al margen de sus condiciones de aplicación”.

El autor traza una genealogía del concepto de soberanía y sus cambios a lo largo del tiempo: entre los autores decisivos están Hobbes, Rousseau (“El pacto social da al cuerpo político un poder absoluto sobre todos los suyos, y es este mismo poder el que, dirigido por la voluntad general, lleva como he dicho el nombre de soberanía”), Kant, Hegel; y también Locke, Bodin o Constant. Trata de las justificaciones, de interpretaciones que acaban abriendo paso al autoritarismo o totalitarismo, de las formulaciones que permiten acotar ese peligro. El capítulo dedicado a la teología de la soberanía es quizá menos histórico y más interpretativo: rastrea el elemento religioso que hay en el concepto y estudia la capacidad de las ficciones para crear realidades –un mecanismo apreciado por los teóricos del populismo, pero también practicado a menudo por líderes de muchas tendencias, y no digamos enamorados–; es sugerente la idea de contar la historia de la política como una serie de ficciones, cuya naturaleza resulta menos evidente cuanto más cercanas a nosotros son.

Los capítulos siguientes abordan patologías de la actualidad: una es la desconfianza en el futuro, que “ha dejado de ser el depósito de confianza para convertirse en lo contrario: el lugar donde todo irá mal”. Se puede interpretar el populismo como “la habitación de pánico para los privados de futuro”, que parte de la constatación de una impotencia para cambiar las cosas, y promete una capacidad tan ilusoria como contraproducente. Un ejemplo es la exigencia, común en los años de la crisis, de que la política estuviera por encima de la economía: se anhelaba que las decisiones colectivas “pudieran dar forma a la realidad”.

A través de esa nostalgia, Arias aborda cuestiones que son clásicas en la reflexión política y centrales en nuestras discusiones contemporáneas: el poder y su limitación, la representación y la legitimidad, la preeminencia del deseo general sobre el particular o viceversa, el pluralismo o lo que esperamos de la acción de un gobierno. Como en otras obras del autor, hay una exposición ordenada, numerosas referencias (de Wendy Brown a J. G. Ballard, de Claude Lefort a Carl Schmitt), un humor melancólico (“la posibilidad de imputar los problemas sociales a una decisión siempre es un consuelo”) y talento para resumir o invalidar un argumento con un chiste: “¡El fin de la historia es un suburbio de Düsseldorf!” No siempre traza el nexo con lo contemporáneo, pero es fácil ver conexiones. La paradoja de la configuración de la comunidad democrática, que no se establece democráticamente, hace pensar en un argumento tan descortés como inapelable contra el independentismo catalán: llegaron tarde.

En Arias suele haber una mirada entre irónica y escéptica. Señala los límites de lo que la política puede dar; valora lo que puede conseguir, y la importancia que tienen para ello las constricciones que se impone a sí misma la democracia liberal. No se trata de transformarla, “sino de cuidarla: evitar que sus contrafuertes cedan ante el empuje del decisionismo populista”. Aúna dos elementos positivos decisivos: “la protección de la diversidad social y la salvaguardia de la libertad individual”. Si en La democracia sentimental defendía la figura rortyana del ironista liberal (ironista como consciente de su propia contingencia, liberal como quien considera, siguiendo a Shklar, que la crueldad es el peor de los vicios), aquí señala que “el tipo humano ideal para el ejercicio de la ciudadanía en la sociedad liberal democrática” es el escéptico, aquel que, según Odo Marquard, “cultiva la sensibilidad para la división de poderes”. La disputa política no puede tener a la soberanía por objeto; en todo caso, debate cómo la organizamos. En este ensayo sugerente y rico, Arias reivindica el reconocimiento de “la pluralidad de todos en el interior de una democracia que no tiene más remedio que ser soberana y, sin embargo, solo acepta ser soberana de una manera”. ~

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Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).


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