Por la cara

 El Instituto Ibercrea, el blog Nada es Gratis y la polémica de los derechos de autor.
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Nada es Gratis es un blog interesante sobre asuntos económicos. Está vinculado al think tank Fundación de Estudios de Economía Aplicada, lo editan varios economistas y ha dado lugar a un libro. Hace unos días, uno de sus editores, Samuel Bentolilla, publicó una entrada donde enlazaba un artículo del Financial Times y explicaba cómo saltarse la barrera de pago del diario británico. Eso provocó las protestas del Instituto Ibercrea, creado por cuatro entidades -la Asociación de gestión de derechos intelectuales, Artistas Intérpretes o Ejecutantes, Sociedad de Gestión de España, el Centro Español de Derechos Reprográficos y la Sociedad General de Autores y Editores- y dedicado a la defensa de los derechos de autor.

Uno de los colaboradores habituales de Nada es gratis, el profesor de la Universidad de Pensilvania Jesús Fernández-Villaverde, publicó un posttitulado “Las falacias de los defensores de la propiedad intelectual”, donde afirmaba “que el otorgar derechos de propiedad intelectual es únicamente un sistema de incentivos y por tanto carece de ninguna valoración moral, ni positiva ni negativa. Nadie tiene ‘derecho’ innato y natural a la propiedad intelectual (sí que creo que tiene derecho al reconocimiento de ser el autor, pero nada más). La propiedad intelectual es simplemente un mecanismo de la sociedad para solucionar un problema”. Proponía cuatro soluciones: el mecenazgo, los premios, la creación colectiva “como Wikipedia” y “mecanismos de innovación competitiva”. La respuesta de Ibercrea puede leerse aquí.

La discusión había sido áspera, pero el profesor Fernández-Villaverde perdió los modos en un email que envió al Instituto Ibercrea para explicar por qué no publicaba sus comentarios: dedicaba a su interlocutor palabras como “bobo del culo”, “paleto”, “ignorante”, “mercenario de un grupo de lobistas”, “cobarde”… En su post había enlazado un vídeo de Daron Acemoglu para reforzar sus argumentos. Quizá no había tenido en cuenta que en esa intervención Acemoglu reconoce la importancia que la protección de los derechos de autor ha tenido en la innovación. En el email a Ibercrea, Fernández-Villaverde recurrió a una argumentación de patio de colegio: “por cierto, Daron es muy amigo mio, deberias ver lo que dice en conversaciones sobre el sistema de IP moderno: en el video se corta mucho por aquello de parece ecuánime” [sic]. Después, ha formulado valoraciones estéticas de indudable valor: “El mecenazgo nos dio a Bach, el copyright a las Spiece Girls” [sic]. Aunque, en su caso, la frase que mejor encajaba no era del quinteto británico, sino de un dúo español reciente: “Cuanto más acelero, más calentito me pongo”. Así, parecía justificar la nacionalización de la creación en virtud del artículo 128 de la Constitución española.

Entro todos los días en Nada es Gratis y aprendo con los artículos que publican y recomiendan, pero las apelaciones a la autoridad de los “economistas académicos” de Fernández-Villaverde desprenden un tono extraño. Los argumentos se miden por su rigor, no por la titulación de quien los esgrime. Un científico puede ofrecer una explicación que no sea científica (el argumento de las camisas es falaz, por ejemplo, y no parece que Fernández-Villaverde haya seguido un método serio para conceder certificados de inteligencia a la gente). Y un argumento puramente económico puede no ser suficiente para abordar un problema, como demostró hace algún tiempo Jonathan Swift con Una modesta proposición: Para prevenir que los niños de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o el país, y para hacerlos útiles al público. Frente a la visión de Fernández-Villaverde, el artículo 27 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos dice:

1) Toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten.

2) Toda persona tiene derecho a la protección de los intereses morales y materiales que le correspondan por razón de las producciones científicas, literarias o artísticas de que sea autora.

Sin duda, la industria de los contenidos tiene que adaptarse a las nuevas tecnologías. Debe explorar nuevas posibilidades de negocio. Lo intenta, y también lo intentan las leyes, que buscan adecuarse a la nueva realidad. Pero todo el debate sofístico sobre la legitimidad de los derechos de autor se debe a la facilidad de violarlos. El autor es el dueño de su producto. Quitárselo es robarle. Denunciar eso puede parecer, como dice Fernández-Villaverde, moralista. Es un riesgo que se corre cuando se denuncia un delito.

Fernández-Villaverde tampoco parece darse cuenta del contrasentido que supone que alguien que escribe en un blog de Fedea –una institución que cuenta con el patrocinio de grandes empresas financieras- llame a otro “mercenario de lobistas”. No es que no supere un análisis científico, sino que ni siquiera pasa el criterio del Evangelio  (“Y ¿por qué miras la mota que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu ojo?”), y hace pensar en la frase del fotógrafo italiano Ferdinando Scianna: “Yo creía que era incorruptible y resulta que solo era caro”. Fernández-Villaverde no reconoce que hay cierto sesgo en su planteamiento: al igual que los creadores tendemos a defender nuestro modo de vida, uno tiende a dar menos importancia a los derechos de autor cuando sus ingresos –y su libertad- no dependen de ellos. El objetivo de Fernández-Villaverde, que vive de investigar y dar clase, es ser relevante. Y lo consigue, aunque a veces expresa esa aspiración al reconocimiento de manera desconcertante en un hombre tan inteligente: “Quizas no te has dado cuenta que tengo la carrera de derecho. Y no con mal expediente. Puedes preguntarle a los profesores de mi facultad, que creo la mayoria me recuerdan” [sic], o: “soy el autor de varios libros y mas de 50 artículos y bastante mejores (ahi estan mis citas en google scholar) que la de la mayoria de los que defienden el sistema actual” [sic]. Un día después de publicar su post sobre los derechos de autor, comentaba:

Me escribe Luis Garicano esta mañana para hacerme notar una paradoja. El debate que ha surgido en NeG estos tres últimos días venía de que nosotros habíamos explicado como acceder a un artículo de FT que está, en buena parte, basado en NUESTRO propio análisis. Nosotros estamos, por supuesto (predicamos con el ejemplo) encantados de la vida con que nos citen y utilicen nuestro trabajo. Para eso estamos: para ayudar a España.

Como todos, claro. Esa frase recuerda al aforismo atribuido a Samuel Johnson: “el patriotismo es el último refugio del canalla”. Es un tanto grandilocuente, pero, sin duda, sería injusto dudar de la sinceridad de Fernández-Villaverde. También lo sería despreciar, insultar y negar los derechos de quienes se ganan la vida con sus ideas –que son ejecutadas en forma de canciones, películas o discos, y generan beneficios- y consideran que la satisfacción de la vanidad no es suficiente para ellos.

[Fuente imagen.]

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Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).


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