'Hardhome', octavo capítulo de la quinta temporada de Game of Thrones llega tras un difícil arranque, en el que varios elementos jugaron en contra de la serie —desde la filtración de los cuatro primeros episodios hasta la polémica por la violación de Sansa Stark, que provocó que medios como The Mary Sue dejaran de cubrir la serie—, y una recepción de crítica y público más bien tibia —de los siete, solo el tercero, 'High Sparrow', recibió la calificación A en The A.V. Club, un recibimiento que coincide con IndieWire, que incluso dio una C al sexto capítulo. La audiencia de la serie también disminuyó, de ocho millones de espectadores en el primer episodio a 5.4 millones en el séptimo—. La buena noticia es que 'Hardhome' es todo lo que hace de Game of Thrones una serie que vale la pena ver.
El capítulo no da tregua, con momentos memorables como la humillación de Cersei Lannister, uno de los villanos más consistentes de la serie: una mujer que aprovecha con malicia los recovecos de la estructura monárquica de Westeros y que ahora, después de intentar utilizar a un líder religioso como una pieza más de su juego, cae en desgracia: de reina indisputable a presa por los delitos de fornicación, traición, incesto y el asesinato del rey Robert —crímenes de los que el público la sabe culpable—. El momento en el que la vemos beber agua del suelo contrasta con su primera aparición, como reina altiva y poderosa —un poder que vimos crecer a lo largo de la serie.
Otro elemento que alcanzó un punto alto en este capítulo fue la línea argumental de Daenerys Targaryen y Tyrion Lannister. Tras ver a Tyrion pasar de mirrey a Mano del Rey, de preso político a condenado a muerte y, finalmente, fugitivo, en este episodio sucede lo que por tanto tiempo se esperó: Daenerys, lo recibe en su palacio. La escena está escrita con particular buena mano y aun mejor actuada: el encuentro entre la aspirante a reina de Westeros y el antes Mano del Rey está cargada de una tensión casi eléctrica, en la que lo mismo se explora rencores nunca antes confrontados —«Es posible que Varys sea la única persona del mundo en la que confío, con excepción de mi hermano», dice Tyrion; «¿El hermano que mató a mi padre?», responde Daenerys— que se vislumbran atisbos del futuro —«Es un sueño hermoso, ese de detener la rueda. No eres la primera en soñarlo», apunta Tyrion sobre la insinuación de Daenerys de destruir a las casas en Westeros; «No voy a detener la rueda», contesta una desafiante Daenerys; «Voy a romper la rueda». La improbable alianza de Daenerys y Tyrion es resultado del tratamiento paciente que la serie —y las novelas de George R.R. Martin— da a sus líneas argumentales.
Con todo lo anterior —además de la primera misión de Arya Stark en la casa del Dios de Muchos Rostros, el momento menos intenso del episodio, el destierro de Ser Jorah y su posterior conversión a gladiador y la gran revelación de Theon Greyjoy a Sansa Stark—, nada superó a la batalla en Hardhome —un enfrentamiento que da nombre al episodio. Jon Snow da un discurso que convence a numerosos wildlings de unirse a su causa con una elocuencia que ya quisieran los detractores del voto nulo. El encuentro es incluso más tenso que el de Daenerys y Tyrion: son muchos los rencores y los muertos que cada bando le debe al otro. Game of Thrones recoge los frutos que sembró varias temporadas atrás, con la primera aparición de los white walkers.
La llegada de un nutrido ejército de wights —como se llama a los cadáveres resucitados por white walkers— es uno de los grandes momentos no solo de la quinta temporada, sino de la serie: una secuencia solo comparable a la batalla de Blackwater (T02E09), o a la defensa de Castle Black en la cuarta temporada. Estas tres secuencias son instantes en los que el estilo y el músculo técnico de Game of Thrones se esfuerzan al máximo. Pienso en el travelling que siguió a Jon Snow durante veinte segundos —una toma inusualmente larga para el promedio de la serie, que anda entre los tres y los cuatro segundos según Cinemetrics—: su función es acumular tensión en torno a la batalla y, además, presentarnos a Jon Snow como un líder decidido y valeroso; un digno comandante. Pienso también en el inteligente uso del CGI (nada que ver con las películas de millones de dólares que aún no logran convencernos) que, apoyado en una edición a ratos veloz y a ratos paciente, encubre el hecho de que su presupuesto no es tan grande y transmite el pánico de un ejército de zombis atacando un asentamiento humano. Un pánico que, todo sea dicho, no había sentido en una cinta de zombis reciente desde, no sé, 28 días después.
Lo que vimos el domingo fue una película de acción y épica por derecho propio, sí, pero también fue el emocionante estallido de líneas argumentales que llevaban años gestándose y, al mismo tiempo, una sorpresa para los espectadores: a diferencia de Blackwater o Castle Black, no existió ningún aviso de este enfrentamiento de casi media hora de duración. Todo aquí fue inesperado: desde el arribo de los wights, clarísimo deudor del cine de horror y zombis —«Cuando no quede espacio en el infierno, los muertos caminarán sobre la tierra», dicen famosamente en Dawn of the Dead de George A. Romero, además de que el concepto de ejército de los muertos es un claro guiño a Army of Darkness y Jason and the Argonauts—…
…pasando por el enfrentamiento entre Jon Snow y un white walker, una pelea extenuante que prolonga el suspenso y el asombro hasta el paroxismo…
…para terminar el episodio con una última exhibición de poder: el Night's King —aparente líder de los white walkers y posible antepasado de los Stark, según se rumora—, de pie en la costa de Hardhome, levanta los brazos y, con él, cientos o quizá miles de wildlings muertos vuelven a la vida, ahora bajo sus órdenes. Los caballeros de la Night's Watch y los wildlings sobrevivientes se alejan en canoas hacia sus embarcaciones, en silencio, y la imagen se va a negros.
Sabemos por los tráilers de esta temporada que falta al menos una gran batalla en los Fighting Pits de Meereen, y es probable que sea allí donde se juegue el destino de Ser Jorah. Es probable también que la temporada no termine sin que veamos algún movimiento de la Night's Watch y el ejército de Stannis Baratheon, y en el aire está la interrogante del destino de Cersei Lannister —destino no especificado en las novelas: la serie tendrá que improvisar sobre la marcha—. Eso sin contar las dudas que despiertan Bran y Rickon Stark, que no aparecerán durante esta temporada, y la asfixiante situación de Sansa Stark, esposa y rehén del psicópata Ramsay Bolton. Faltan dos episodios para el final de la temporada y, por primera vez en la serie, no hay nada escrito sobre los posibles desenlaces.
Porcierto: En algún momento de la batalla Jon Snow ve cuatro jinetes white walkers en la cima de una montaña, observando la pelea. Allí viene el apocalipsis de Westeros.
Luis Reséndiz (Coatzacoalcos, 1988) es crítico de cine y ensayista.