Hace unos días, cruzando la estación de metro de Union Square, vi a una persona tomando fotos de los clásicos azulejos blancos que decoran las paredes subterráneas del metro de Nueva York. Nunca había notado que estos azulejos eran algo distintos a los demás y me acerqué para ver. Cada uno tenía pegada una etiqueta blanca y en tipo de letra clásico (como de un evento para que los asistentes se identifiquen unos a otros), un nombre, ciudad y estado, y, en cursivas, una fecha: 11 de septiembre de 2001.
Sentí un vacío en el estómago y desaceleré el paso. Recorrí el muro de ida y de regreso leyendo los nombres, observando que la mayoría de las etiquetas ya son grises, de otras solo queda la marca del pegamento y varias están dañadas como si alguien las hubiera querido arrancar o al menos borrar el nombre. Busqúe en los extremos, en la pared de enfrente, en la entrada de la estación alguna explicación de quién lo había colocado ahí, si tenía un título o alguna información…No había nada. El muro, los nombres, las memorias, simplemente están ahí, sin necesidad de ser anunciados, acompañando discreta y sutilmente el tránsito diario de la estación.
Busqué entre las etiquetas los nombres latinos y me llamó la atención que varios de ellos no tenían lugar de origen. ¿No había información? ¿Nadie los quiso identificar? La cifra oficial es de 16 víctimas de origen mexicano. Solo cinco han sido identificadas con pruebas de ADN. La mayoría eran indocumentados y trabajaban en el restaurante “Windows of the World”. Pero es probable que más mexicanos hayan fallecido en los ataques del 11 de septiembre. En 2001 se hablaba de “cientos”; actualmente, la Asociación Tepeyac, la principal organización de mexicanos en Nueva York que se encargó de atender a las familias y dar seguimiento a los casos, estima que fueron cerca de 60. Nunca podremos saber cuántos ni quiénes son porque no hay manera de documentarlos; algunos utilizaban otro nombre o una identificación falsa, o simplemente no había registro de que trabajaban ahí. Según las noticias de esas fechas, muchas familias no quisieron reportar a los desaparecidos o dar más información sobre ellos por miedo a que eso pudiera afectar su situación migratoria. Otros simplemente no pudieron comprobar que estaban ahí de acuerdo a los requisitos del gobierno. ¿En dónde queda la memoria de esos migrantes desaparecidos?
La labor para tener listo el monumento conmemorativo del once de septiembre a tiempo para el décimo aniversario ha sido titánica, polémica y millonaria. Para las familias de los fallecidos representará el lugar en donde yacen los restos de sus seres queridos y el lugar a donde pueden ir a recordarlos. Pero habrá muchos nombres que no estarán grabados en las placas de bronce que rodean el monumento. Sólo cinco de los 16 nombres de la lista oficial del Consulado de México fueron leídos hoy en la ceremonia de los 10 años; sólo cinco están grabados en las placas que rodean los dos impresionantes estanques que ocupan el área en donde estaban las torres. Sólo uno está identificado oficialmente como mexicano en la página web del monumento, a pesar de que el consulado tiene los datos, por ciudad y estado, de los 16: son originarios de Puebla, Distrito Federal, Jalisco, Estado de México, Aguascalientes, Oaxaca, Tlaxcala y uno cuya población de origen es incierta.
De manera similar a las tumbas anónimas (con el nombre “John Doe” o “Jane Doe”) que el gobierno estadounidense ha colocado en fosas a lo largo la frontera con los restos de migrantes que han muerto en el desierto y no han sido identificados, bajo el monumento conmemorativo, bajo la nueva torre, One World Trade Center, y bajo los demás edificios en construcción,quedarán los restos de migrantes sin nombres, sin fechas, sin que sus familiares sean invitados a la ceremonia. Seguirán siendo invisibles, anónimos.
Más allá de la zona cero, en el Consulado de México en Nueva York, queda otra huella de los atentados y de los mexicanos que fallecieron. En 2006, el departamento de policía de la ciudad entregó al Consulado los restos de una bandera mexicana que fue encontrada entre los escombros. Con marcas de óxido y rasgada, pero claramente identificable, está colgada al fondo de una de las salas de espera para las personas que realizan trámites. Probablemente la bandera pasa desapercibida para muchos entre la actividad del consulado pero, como los nombres en la estación del metro de Union Square, acompaña en el trasfondo el paso diario, la rutina de un espacio que de cierta forma representa la presencia de esos migrantes mexicanos en la ciudad.
Cada año, por las calles de Nueva York la gente viste camisetas y varios negocios despliegan carteles con el mensaje: “9/11 no se olvida”. ¿En dónde queda la memoria de los indocumentados que murieron ese día?
Agradezco a Mario Cuevas, Julio César García Torres, Ben Nienass y Eduardo Peñaloza la información y comentarios que me compartieron para este artículo.
es profesora de estudios globales en The New School en Nueva York. Su trabajo se enfoca en las políticas migratorias de México y Estados Unidos.