Anatomía de un exabrupto antisemita

La legitimidad que parece otorgar automáticamente toda denuncia al “sionismo” en los círculos de izquierda, aparte de dar cobijo a varios antisemitas irredimibles, opaca muchas de las confusiones izquierdistas.
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El día miércoles 29 de mayo, un miembro del grupo de Facebook “#YoSoy132UNAM” compartió un enlace a un artículo en el sitio web del franco-canadiense “Centro para la Investigación sobre la Globalización” que resumía artículos de la prensa mexicana y declaraciones de funcionarios públicos sobre la participación de fuerzas militares israelíes en la capacitación de policías chiapanecos. La implicación sería que las fuerzas de seguridad mexicanas, en su intento por acabar con el movimiento zapatista, estarían siendo entrenadas en las mismas tácticas de contrainsurgencia que emplea Israel en los territorios palestinos ocupados. He aquí un tema tan legítimo como urgente para el análisis y el debate. El problema empezó en el primer comentario en Facebook; el usuario “Niemand Abraham” escribió:

“no mamar!!! la realidad es peor de lo que uno se imagina, esta d la verga….malditos sionistas, mal pedo que no alcanzaron a hacerlos jabón a todos”.  

A lo que el usuario “Yoguiest Yz” añadió algunos comentarios más abajo:

“Racismo el de la escoria sionista, los dueños de Mèxico, pena y verguenza ajena el que mexicanos que se dicen "progre" defienda a esa mierda sionista que ademàs vienen a contribuir a la guerra de la baja intensidad en contra de las comunidades zapatistas. Sionistas no son bienvenidos, a ellos y a quienes los defienden, todo nuestro odio y desprecio, pues hata en Israel hay judìos antiniosnistas. Los escupo mil veces mierda sionista!”

Y luego, reaccionando a una crítica, precisó el joven que quiere ver a todos los sionistas convertidos en jabón:

“Dios perdonalos por no entender el humor negro!”

Admitamos que es casi un golpe de genialidad parapetarse detrás del “humor negro” para desde ahí descalificar las críticas como si fueran un intento más de los policías de lo “políticamente correcto” para censurar un comentario que al final no es más que un chiste, fuerte, sí, pero chiste al fin y al cabo. El problema es que el “humor negro” que nos pide aceptar el joven “Niemand Abraham” es la moneda corriente de los grupos neonazis que siguen haciendo del antisemitismo más crudo una virtud; una demostración de insensibilidad infinita hacia los millones de víctimas del Holocausto que por alguna extraña y pervertida razón se piensa que tiene “gracia” si se incluye en la misma frase que critica las políticas actuales del Estado de Israel. Hasta el propio Alfredo Jalife-Rahme se cuidaría de iniciar una de sus peroratas contra Israel de esa manera, precisamente porque es la prueba más contundente de la persistencia de un sedimento de antisemitismo en algunas (repito: ALGUNAS) de las diatribas más encendidas contra Israel.

La pregunta fundamental en este caso es: ¿qué tan representativa es la actitud de personas como el joven “Niemand Abraham” y sus simpatizantes en el grupo #YoSoy132UNAM? Afortunadamente, a juzgar por la poca participación del foro de Facebook referido, el exabrupto sería más bien la irrupción de una mentalidad marginal, aunque no deja de ser preocupante que solo dos personas se hayan acercado a condenar la mezcla insoluble de antisemitismo y solidaridad con los palestinos. Sin embargo, la legitimidad que parece otorgar automáticamente toda denuncia al “sionismo” en los círculos de izquierda, aparte de dar cobijo a varios antisemitas irredimibles, opaca muchas de las confusiones izquierdistas sobre la cuestión del nacionalismo y la razón de Estado.

Muchos activistas en favor de un estado palestino independiente han aceptado acríticamente una versión petrificada y muy distorsionada de “sionismo”. En los márgenes antisemitas de dicho movimiento, la palabra “sionista” sólo ha reemplazado a “judío” como significante de todo lo moralmente condenable, como muestra el ejemplo del usuario “Yoguiest Yz” y sus repetidas denuncias de la “escoria sionista”. Sin embargo, ¿qué saben estos opinantes del viejo modelo del sionismo socialista, por ejemplo, que justificaba éticamente el establecimiento de un estado nacional del pueblo judío a través de la reinvención completa de la sociedad judía sobre una base igualitaria y cooperativa? ¿Qué pensarían si supieran que los nacionalistas de izquierda que tanto les roban el corazón, los abertzales vascos, son una copia ideológica más bien pobre de los sionistas de izquierda de principios del siglo XX, y que estos últimos fueron precursores de los movimientos de liberación nacional que cambiaron el mapa del mundo en los años 50 y 60?

Si hay una enseñanza del sionismo para la izquierda es que, una vez logrado el objetivo de establecer un estado nacional, las razones de Estado suelen pulverizar hasta las mejores intenciones de los movimientos de liberación. En la novela “La cabeza de la hidra” de Carlos Fuentes, el personaje de Leopoldo Bernstein, profesor de economía en México y espía israelí, ilustra la transición entre el joven sionista surgido de los círculos bolcheviques y el brutal agente secreto que no se detiene ante nada para garantizar la seguridad del estado de Israel. Cuando su discípulo mexicano, Félix Maldonado, le reclama por los crímenes de Israel contra los palestinos, Bernstein responde con una lógica implacable:

“¿Solo en el suplicio nos respetan los que nada se juegan en el asunto, como tú?” y más adelante: “Nuestras únicas culpas son las del destino domado. Y el destino domado, tienes razón, se llama poder. Por primera vez lo tenemos. Asumimos sus responsabilidades. Y sus accidentes necesarios”.

Lo que Bernstein encarna a la perfección es el efecto en un individuo de la transición entre la etapa del “suplicio” de la nacionalidad oprimida (los judíos en el ghetto, los vascos en el franquismo, los palestinos en los territorios ocupados), que tanto conmueve a las buenas conciencias, y la etapa de la consolidación del Estado, con su lógica homogeneizadora (la lengua común, el patrullaje de la “identidad nacional”, el trazo de las fronteras y la exclusión del Otro) y su paranoia militarista. El sionismo, como nacionalismo del estado de Israel, se articula en la lógica de la perpetuación del Estado, una lógica tan fría como universal que aguarda inexorablemente a los nacionalismos que aún se encuentran en la lucha por establecer un estado nacional, como en el País Vasco y en la propia Palestina, por muy izquierdistas que puedan ser.

Los círculos de izquierda que se solidarizan justamente con la causa de los palestinos oprimidos (la brutalidad de cuya opresión no se niega en este texto) tienen el deber moral no sólo de estar vigilantes ante la irrupción del antisemitismo en sus filas, en buena medida derivada de la intercambiabilidad de los términos “sionista” y “judío”, sino también de cuestionar contantemente la línea divisoria entre los nacionalismos “buenos” en lucha por la liberación y los nacionalismos “malos” cómodamente instalados al mando del aparato militar del Estado. A veces, como en el caso del teniente-coronel Mathieu en “La Batalla de Alger”, héroe de la resistencia francesa contra los nazis y verdugo de los insurgentes argelinos, la transición ocurre de la noche a la mañana. 

 

 

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Politólogo, egresado de la UNAM y de la New School for Social Research.


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