Una inglesa en Cuernavaca

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Rosa King vivió en el ojo del huracán zapatista. Inglesa, viuda de 42 años, en 1907 abrió un salón de té en Cuernavaca, y tres años después inauguró el mejor hotel de la ciudad en aquella época, el Bella Vista. Presenció el declive de Cuernavaca, su ocupación por las tropas zapatistas y las fuerzas federales; sufrió el sitio y ataque masivo zapatista a Cuernavaca del 2 al 5 de julio de 1914, y padeció un largo periodo de hambre pura y dura, hasta el desalojo definitivo de la ciudad ese año: la trágica marcha de la muerte, del 13 al 15 de agosto.

A pesar del Zapata y la Revolución mexicana (1969, su primera edición en inglés) de John Womack y de tantos libros existentes sobre aquel revolucionario, hay muchas lagunas acerca de la historia de la revolución en Morelos, sobre todo porque los archivos estatales fueron, o destruidos en la revolución, o posteriormente desperdigados. La crónica que escribió Rosa King llena por ello un vacío, tanto más porque se sitúa en un terreno impopular: precisamente en el ámbito de las fuerzas porfirianas más retrógradas, y en el reducto del ejército federal en su guerra antizapatista.

La señora King tenía una idea sólida y clara de su lugar en el mundo, el cual surgía de su actividad propia: el negocio de la hotelería para el turismo británico, estadounidense y de la alta sociedad mexicana. Business and patrons, negocio y clientela, a la antigua. Su padre se había dedicado al comercio del té, ella había nacido en la India. Alrededor de su servicio de té –su buena porcelana y sus cucharitas de plata, usó las suyas propias ya que no tenía otras– sentó muchas veces a la gente adinerada internacional y nacional que visitaba Cuernavaca, entre ellos los grandes personajes de la política local. Sobre cada uno de ellos tuvo una opinión discreta, cálida pero reflexiva. Esta embajadora sin credenciales, irradiando orden y civilidad desde su pequeño islote personal, fue reconocida en esa calidad por el propio presidente Madero, cuando ya en problemas requirió su inmunidad personal como ciudadana inglesa para desde su hotel buscar un acercamiento con Emiliano Zapata.

Comenzó probando las mieles de la alta sociedad morelense porfiriana. En esa circunstancia estrenó su hotel en 1910, entre lamparones chinos, sarapes en los muros y sirvientes morenos vestidos de blanco. Ya lo describió así John Womack: “By ancient custom the weary powerful of the national capital always resorted there to enjoy the deference of the natives” [“Era una vieja costumbre de los poderosos de la capital del país detenerse ahí para disfrutar de la deferencia de los nativos”]. Fue su casero y protector, en sus inicios, el gobernador Escandón, “my friend don Pablo”. Ese elegante personaje, hacendado rico, educado y amable, fue un responsable directo de la Revolución mexicana, pues su Revaluación general de títulos de propiedad dio lugar al alzamiento de los pueblos y pequeños propietarios morelenses en 1909-1910.1

La señora King vio a Emiliano Zapata al frente de su ejército y describió a esos primeros zapatistas de la toma pacífica de Cuernavaca en 1911, personajes más bien insólitos y solitarios, borrachos y cerca del gatillo, muchos campesinos humildes. Visitó y describe bien –educado, de familia acaudalada, lleno de vida y de gusto por el ragtime– al pulcro y apuesto general chihuahuense Manuel Asúnsolo, padre nada menos que de la bella María, tío de Dolores del Río, y quien moriría de un balazo poco tiempo después. Encabezó, junto con Genovevo de la O y el propio Zapata, la primera toma pacífica de Cuernavaca (21 de mayo-junio 1911), cuando aún dejaban notas a cambio del dinero que se llevaban de las cajas de las instituciones y comercios.

Conoció también al gobernador maderista Ambrosio Figueroa: “A mí me agradaba nuestro joven gobernador, tímido y serio, y además creía en su sinceridad.” La señora King quedó al centro de la vida de las tropas federales en Morelos hasta su partida en el terrible corazón de la Revolución, en 1914. Se divirtió razonablemente entre los oficiales del ejército, que la llamaban “mamacita” y le tuvieron cariño.

En su hotel vivió Victoriano Huerta. Lo describió como un hombre en extremo imponente e impenetrable “como esfinge”. Bebía cada noche hasta tener que ser llevado a rastras a su cama, y temprano cada mañana aparecía en perfecto estado, siempre lleno de energía. La señora King no hablaba español, pero hicieron amistad cuando compartían su gusto por las ciruelas criollas en los desayunos bajo las buganvilias en el fragante patio del hotel. General del ejército porfirista, nacido en Colotlán, Jalisco, Victoriano Huerta dirigió desde Cuernavaca en 1911 una férrea campaña contra Emiliano Zapata. Cuando tenía rodeado al revolucionario, el presidente Madero le ordenó abandonar a su presa. Se cree que esa humillación fue la semilla del odio que lo llevaría a traicionar y ordenar el asesinato del presidente, en febrero de 1913. Rosa King vio claramente esa situación:

 

Me impresionó la increíble inocencia del señor Madero, quien al parecer pensaba que podía jugar irresponsablemente con un hombre como este. Un cambio de conducta semejante había convertido a Zapata en su enemigo y ahora, para salvarlo, quizá se había hecho de un adversario aún más temible. Sin embargo, nunca imaginé que las relaciones entre estos dos hombres me afectarían personalmente.

 

Añade: “La evidencia de una mano débil y una voluntad vacilante en la capital no ayudó a nuestra situación en Cuernavaca.” Al apoderarse de la presidencia de la República (que mantuvo entre febrero de 1913 y el 12 de julio de 1914), Huerta impuso en Morelos al terrible Juvencio Robles como gobernador, luego comandante de la fuerza federal, y en mayo de 1914 abolió la soberanía del estado, reduciéndolo a la calidad de territorio.

El general Felipe Ángeles sustituyó a Robles al frente de las tropas federales en Morelos, en un radical giro del presidente Madero, y buscó una conciliación con el zapatismo. Durante su campaña se hospedó en el hotel de la señora King, quien le entregó su corazón, lo mismo que a su esposa y su hijito, que pasaron un mes con ellos. Lo describió como un hombre alto y delgado, moreno pálido (“del tipo que los mexicanos llaman indio triste”), de muy finos modales y rasgos, voz encantadora, y los ojos más bondadosos que jamás hubiera visto en un hombre.

Vivió paso a paso la creciente inmersión de la ciudad de Cuernavaca en una guerra formal entre bandos. La violencia estalló con la voladura de trenes y el incendio del pueblo de Genovevo de la O, Santa María Ahuacatitlán (entre enero y febrero de 1912), incendio donde pereció la pequeña hija de De la O. Comenzaron a aparecer los colgados de los árboles, “como aretes” decía el verdugo Robles, secándose al sol; los trenes descarrilados o volados de Genovevo de la O, las ejecuciones sumarias, las dramáticas deportaciones de campesinos.

Tras el cuartelazo de la Ciudadela (9 de febrero 1913), un atribulado presidente Madero se trasladó a Cuernavaca el día 11 de febrero, a solicitar al general Felipe Ángeles el apoyo de su fuerza. El día 12 por la tarde, salieron rumbo a México con una columna de unos 9,000 soldados, dejando Cuernavaca protegida por una fuerza de tan solo unos 250 elementos. Ángeles había pactado con Zapata que no atacaría la columna en su viaje a la ciudad de México ni a la desprotegida ciudad de Cuernavaca. Esta dramática visita se desarrolló en el hotel Bella Vista, y fue relatada por Rosa King.

Hacia el 31 de mayo de 1914 (un domingo por la mañana), la fuerza zapatista voló las vías de tren más allá de la estación del Parque, con lo que Cuernavaca quedó cortada de la ciudad de México, en comunicaciones y en víveres, hasta su toma por la fuerza zapatista el 13 de agosto. Rosa King escribió que este ataque de graves consecuencias fue posible gracias a la labor de espionaje de una muy bella joven rumana de buena familia, “tremendamente chic”, Helène Pontipirani, corresponsal extranjera, que ella inadvertidamente presentó a Victoriano Huerta en la ciudad de México y llevó a Cuernavaca en esos días ya difíciles gracias a la protección de este: “Era de la clase de gente que siempre lleva guantes […] Todo en ella sugería no solo veinte años, sino siglos de vida sensible y civilizada.”

Hospedada en su hotel, con modales desvergonzados para la época, Pontipirani salía de paseo con los oficiales federales, quienes la llevaron a caballo a conocer los distintos puestos militares. Pasó la noche con ellos en la estación del Parque, para escándalo de la señora King. Ella era espía de Pancho Villa y pasaba la información entregando notas a un hombre en el mercado. Tras tratar de advertirle de algo a la señora King, salió en el último tren militar antes de que volaran la vía. Fue capturado su enlace y ejecutado como advertencia exactamente frente al hotel Bella Vista. En la versión de la señora King, Cuernavaca quedó pues incomunicada gracias a la acción de su conocida Helène, otra bella incendiaria como la de Troya, quien huyó y los dejó a su suerte. El close-up de King a la soldadesca seducción mutua de la maliciosa Helène y el general Huerta es sorprendente, así como su observación de la extraña conducta de la solitaria espía.

Tras la estratégica y completa voladura de la estación del Parque, los zapatistas tomaron el área hacia Coajomulco y Tres Marías. Ya no salieron más trenes, y los víveres dejaron de llegar. Las cartas se mandaban con personas que debían intentar pasar las filas zapatistas. Y Rosa, su ayudante y su familia fueron protegidas por un soldado providencial, que la adoptó desde el principio, un fortachón borracho que quiso a la señora King tanto como ella a él: el capitán Federico Chacón, a quien, decía ella, debía su vida muchas veces: “No paraba de reprenderlo por sus malos hábitos –¡pues los tenía todos!” Chacón, que resulta haber sido el jefe de la policía de Cuernavaca bajo Juvencio Robles, fue su protector desde los inicios del sitio, la hizo sobrevivir con pollos sorpresa y otros milagros, y la acompañó personalmente hasta su liberación dos meses después. Más tarde, en Orizaba, ella le devolvió la lealtad ocultándolo en el depósito de carbón de su casa por un mes, cuando fue perseguido por la policía carrancista.

El cerco se fue cerrando gradualmente. La gente había salido cuando fue tiempo, quedaron los nativos que no huyeron con los zapatistas y una población urbana desperdigada, junto a los soldados. “Simplemente no podía darme cuenta de lo que nos esperaba. Si alguien me hubiera puesto sobre aviso, me habría limitado a responder que esas cosas no pasaban; o al menos que no me pasaban a mí.” La descripción es precisa y terrible. El obispo Fulcheri sacrifica su vaca premiada, pero no hubo para todos. “Dos veces pregunté y me dijeron que veintisiete habían muerto un día y quince el siguiente; después de eso tuve el cuidado de no volver a preguntar, pues no tenía el poder de ofrecer socorro.” Un día cuatro soldados murieron de hambre. La gente comía quelites y guayabas –los cuernavacenses aún son llamados guayabitos–, y lo que quedó al final, notablemente, fue el azúcar morelense, el de Cortés y los hacendados porfiristas: azúcar con agua. “Nos acostumbramos a tener hambre. Ya no sentíamos el agudo y apremiante dolor de siempre, sino una debilidad que, misericordiosa, embotaba cualquier sensación. Ni pánico ni histeria. El fatalismo indígena, el humor latino y el orgullo nórdico nos sostuvieron.” El hambre de una ciudad, su cerco militar, así como la marcha de la muerte no son temas que hayan recibido mucha atención de la historiografía. Sus dos únicos relatores son Rosa King y los textos de buena historia militar de la revolución, de Miguel Sánchez Lamego.2

Llovió toda la noche la víspera de la partida, el jueves 13 de agosto de 1914. Los federales destruyeron todo el armamento y las municiones que no podían llevarse. La salida se inició de noche, eran ocho mil personas entre todos. Quienes podían llevaban caballos o mulas. Rosa King repartió un poco de vino a la gente debilitada por el hambre reunida en la plaza de armas para la partida, en la triste y húmeda madrugada. La salida por el norte, bajo control zapatista, era imposible. La columna de militares y civiles salió por el sur. El grupo de Rosa King fue el último en partir, y su retaguardia fue cortada por los zapatistas que ya se posesionaban de Cuernavaca. Fueron primero unas cinco horas sobre terreno plano, la huida bajo las balas zapatistas, arrastrando a los animales por el lodo y los hoyos dejados por las lluvias, la artillería pesada y la larga columna de humanos y bestias que habían pasado primero. Descansaron momentáneamente en la hacienda de Temixco. De ahí pasaron los fugitivos por varias haciendas quemadas, algunas aún humeantes. Los zapatistas les cerraron los caminos más amplios y directos, por lo que la columna debía pasar por veredas que dificultaban en extremo su paso. Se había terminado el terreno plano, debían subir y subir hacia las alturas arboladas. Sufrían de sed y estaban en ayunas. Varias mujeres caían y eran dejadas atrás, entre gritos de angustia.

Llegaron a un desfiladero donde solo podían pasar en una estrecha línea; los federales no tenían forma de proteger a los civiles. Ahí fueron emboscados dos veces. Así llegaron al poblado llamado Xochi, junto a la hacienda El Puente, que aún no había sido saqueada. En Xochi el pequeño grupo de Rosa King descansó, gracias al apoyo de la población, y el capitán Chacón les trajo para compartir un pollo cocido. Siguieron por Xochitepec y Coatetelco y descansaron en Miacatlán. Los zapatistas por la tarde lograron cortar la columna federal, con lo que se rindieron 360 de tropa, que fueron desarmados y liberados por orden del general Zapata; veintinueve oficiales y un mayor fueron hechos prisioneros y trasladados a la ciudad de Cuernavaca. En las lomas de Coatetelco los federales hirieron de muerte a dos generales zapatistas.

El general De la O ocupó esa noche el pueblo de Palpan y, en la madrugada del 14, el coronel Domitilo Ayala cayó sobre federales y civiles en Miacatlán, causando una debacle. La columna federal huyó a Palpan, donde los esperaba Genovevo de la O: ahí perdieron los federales la mitad de toda su gente, entre muertos, heridos y prisioneros. En un paso de montaña rumbo a Malinalco la señora King sufrió un accidente: intentando protegerse de la lluvia de balas, sujetada a matorrales en una empinada cuesta, una mula la aplastó con todo su peso al desbarrancarse herida de muerte. Quedó lastimada por el resto de su vida. Los sobrevivientes llegaron a ese poblado, donde pasaron la noche del 14. Los que no salieron de ahí en la madrugada cayeron en manos zapatistas: 1,200 soldados prisioneros, cuarenta oficiales fusilados. Solo las familias que pudieron pagar por sus vidas fueron autorizadas a escapar. Rumbo a Tenango la columna sufrió la derrota final en el llano de Doña Juana, en el poblado de San Francisco, donde ondeaban banderas blancas traicioneras: al atravesar la plaza la columna fue arrasada por los disparos desde los tejados y las copas de los árboles; otros fueron acuchillados. Los perseguidos se encaminaron el día 15 a Tenango del Valle, donde los esperaban las tropas constitucionalistas del general Francisco Murguía y, a los civiles, la salvación. De las ocho mil personas que salieron de Cuernavaca, llegaron dos mil.

Tras su toma los zapatistas arrasaron Cuernavaca, y más tarde las fuerzas constitucionalistas de Pablo González ahondaron la desolación de la ciudad, cuyas ruinas quedaron bajo el gobierno de los perros salvajes. Con la paz llegaron los sonorenses, que se repartieron la ciudad fantasma y desde luego se apoderaron del hotel de la inglesa. En 1931, cuando el ex presidente Calles y el gobernador Vicente Estrada Cajigal reinstalaron el gobierno constitucional de Morelos –desde 1914 territorio, no estado, por castigo del usurpador Victoriano Huerta–, la señora King, gracias a un arbitraje internacional, recibió alguna compensación por la pérdida de su propiedad. Decidió quedarse a vivir en México –había regresado a Cuernavaca en 1928– y escribió su inestimable crónica personal de la Revolución mexicana, dedicada “Al país que es mi hogar, y a la gente que son mis vecinos”. ~

 

 

 

 


1. El Decreto del 21 de junio de 1909 sobre revaluación general de la propiedad raíz del estado de Morelos, del Congreso del estado, se aplicó a la propiedad raíz de todo el estado, “de modo que los nuevos valores puedan surtir sus efectos desde el 1º de enero de 1910”. Los interesados debían manifestar sus propiedades de valor mayor a 100 pesos: “las propiedades que se manifiesten, quedarán por este hecho, indultadas de todas las penas a que estén afectas”. Este punto constituía una aberración legal, pues pretendía borrar de tajo todos los litigios pendientes, tocantes a multitud de tierras, aguas y montes, a favor de quien las manifestara. La oposición a este decreto promovido por el gobernador Pablo Escandón condujo al levantamiento revolucionario en Morelos.

2. Miguel A. Sánchez Lamego, Historia militar de la Revolución mexicana en la época maderista, dos tomos, México, INEHRM, 1976; e Historia militar de la Revolución zapatista bajo el régimen huertista, México, INEHRM, 1979.

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(ciudad de México, 1956) es historiadora.


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