¿Qué esconden –o más bien qué desvelan– las páginas de un ensayo sobre las vicisitudes de la falta de sueño? ¿Y qué buscamos sus lectores en ellas? A los que integramos ese (gran) porcentaje de gente con problemas para dormir que muestran las estadísticas nos gustaría vernos allí dentro narrados con palabras precisas; o más bien ansiamos encontrar en sus páginas la voz de ese emisario que le comunique a la humanidad nuestras vicisitudes. Los que duermen como troncos, en cambio, en un ensayo como El mal dormir quizá busquen saciar su curiosidad sobre ese inconveniente que a ellos no les roza ni de lejos, como los que leen con ganas la crónica de un pasajero fóbico que se echa a temblar nada más abrocharse el cinturón de seguridad del avión aun cuando ellos vuelen sin experimentar trauma alguno.
La experiencia de lectura de El mal dormir de David Jiménez Torres, ensayo ganador de la primera edición del Premio de No Ficción Libros del Asteroide, es como una excursión por un sendero cuya flora y fauna creemos conocer, pero a lo largo del cual siempre nos sorprende algún nuevo elemento de la naturaleza en el que no habíamos reparado. El autor combina, en la mejor tradición anglosajona –no en vano estudió y dio clases en universidades británicas–, su experiencia personal como “maldurmiente” con numerosas referencias históricas, literarias y científicas que va entreverando a lo largo del libro de un modo totalmente natural, lo que a mi juicio es de las principales virtudes del texto.
Este libro contiene material suficiente para ser un ensayo de trescientas páginas con profusión de notas a pie de página, pero el autor –e imagino que la editorial también ha tenido voz en el asunto– ha decidido no incluir un aparato de notas, sino limitarse a una bibliografía final a la que los lectores pueden acudir para ampliar lecturas si lo desean. De este modo, nos quedamos con ganas de más, pero al mismo tiempo salimos del libro con la sensación de haber probado delicias que desconocíamos, como en un menú degustación que contuviera pequeños platos muy sofisticados. Como lectores, la tarea que nos queda al terminar El mal dormir es seguir leyendo y buscando información sobre los asuntos que Jiménez Torres desarrolla con brillantez a lo largo de los breves capítulos de su ensayo: desde la relación epistolar entre Scott Fitzgerald y Hemingway, en la que compartían sus cuitas de insomnes, hasta un inventario de “industrias del mal dormir”, como él llama a las compañías que comercializan productos para ayudar a conciliar el sueño o para mantener despiertos y funcionales a los que, tras una noche toledana, se ven obligados a seguir con sus tareas diarias. La principal es, cómo no, el café, el estimulante psicoactivo más utilizado del mundo y, según aprendemos en el libro, el producto más comercializado después del petróleo.
Otros subtemas del ensayo ahondan en la influencia clarísima de los neonatos como provocadores de cambios en el sueño de sus padres, en la peculiar percepción del tiempo de los insomnes, en su soledad durante la vigilia –ilustrada con poemas de Ajmátova o Dámaso Alonso, citas de Cioran y extractos de El Quijote– y, cómo no, en las tribulaciones del cuerpo insomne y su calvario de posturas, resumidas y metaforizadas con mucha gracia en el capítulo titulado “El mal cuerpo”: “Gourmet a su pesar, el repertorio del maldurmiente evoca la lectura de los especiales del día en un restaurante: hoy tenemos bocarriba con cabeza inclinada hacia la izquierda y brazo doblado a noventa grados; también tenemos bocabajo con brazos recogidos y almohada bajo el esternón (muy rico).”
Uno de los aspectos más originales del ensayo radica en su división estructural, que contrapone las noches y los días de aquellos que no concilian el sueño con facilidad. De algún modo intuimos que un texto sobre el mal dormir va a abundar en las angustias y los temores nocturnos de los insomnes, incluidos los del propio autor, que él narra abierta y cercanamente, pero no del malestar diurno que experimentan quienes se asoman a la vida laboral tras una noche en vela. Jiménez Torres explora en esta sección los vínculos entre trabajo y mal dormir, incluyendo una entrevista a un antiguo empleado de banca cuyos horarios laborales eran propios de la Revolución industrial del siglo XIX.
Además de su recorrido minucioso por tantos aspectos aparentemente insignificantes del sueño y de su falta, lo que el autor explora y por tanto construye en este ensayo es, en sus propias palabras, un “tejido de experiencias nocturnas”, que incluye un análisis de la retórica del insomnio y un catálogo detallado de actitudes y reacciones físicas y espirituales propias de los que pasan gran parte de la noche contando ovejas, ya sea literal o metafóricamente.
Por último, y como en castellano el sustantivo “sueño” tiene también una acepción onírica, menciono aquí una obra de reciente aparición que opera como contraste perfecto para El mal dormir. Se trata de Traumbuch de Patricio Pron, un libro de pequeño formato cuya cubierta encierra una pequeña sorpresa tridimensional brindada por la editorial Delirio, siempre cuidadosa en sus ediciones. Göttingen, Buenos Aires, Cristina Rivera Garza, un hombre parecido a Lou Reed y Macedonio Fernández, entre otros muchos lugares y personas, atraviesan la vida onírica de Pron, quien, siguiendo la tradición de autores como Graham Greene, Nabokov o Perec, pone sobre el papel lo que ocurre cuando se abren los diques de su inconsciente y da sus frutos en forma de sueños. La operación de escribirlos –que consiste principalmente en describirlos– los enriquece, pues como lectores nos genera cierta envidia compararlos con las simplezas repetitivas que a menudo proyectamos en nuestra pantalla interior durante el sueño rem. Además, en ellos vemos las ansiedades propias de nuestro tiempo, lo que nos permitiría, si acudimos a otros libros que recopilen sueños de escritores de otras épocas, asomarnos a una posible historia social del soñar humano. ~