El poder destructivo de las buenas intenciones

“Comprueba tu privilegio” ya no es suficiente: ser una persona no es solo más importante que cualquier otra cosa, sino que la bondad personal es esencialmente un acto político.
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Los dos elementos más poderosos de lo woke son su proyecto de moralizarlo todo (eso es lo que hace que sea tan claramente posprotestante) y su proyecto de politizarlo todo. Con respecto a esto último, por utilizar una de las expresiones preferidas de los woke, no hay espacios seguros para lo no político por la sencilla razón de que se sostiene que esa categoría no existe, o que es una máscara para la política de la supremacía racial, el patriarcado y la explotación que lo woke intenta derribar. Lo que esto hace y hará a la persecución del conocimiento es una de las cuestiones más interesantes que plantea lo woke. “Comprueba tu privilegio” ya no es suficiente. En la línea más avanzada de la militancia de género, es cada vez más común encontrar la idea de “comprobar tu privilegio”, es decir, preguntarte si no querer acostarte con alguien, como en el caso, por ejemplo, de un hombre heterosexual o una lesbiana (a la manera clásica, digamos) que no deseen tener relaciones sexuales con una mujer trans con un pene, es un acto de transfobia.

Lo que eso transmite en el nivel más profundo, creo, es la creencia de que ser una persona no es solo más importante que cualquier otra cosa, sino que la bondad personal es esencialmente un acto político. De manera poco sorprendente, esta es la opinión rampante en las profesiones liberales, y ha migrado al mundo STEM, hasta el extremo de que una médica blanca afirmaba angustiada hace años en las páginas del ahora totalmente woke The Lancet que “Si los médicos blancos queremos sanar a otros y en último término el sistema de salud, primero hemos de sanarnos a nosotros mismos”.

Que esta médica quiera señalar su virtud de manera exhibicionista es asunto suyo (la decisión de publicar la pieza por parte de The Lancet es otra cosa). Pero lo que resulta nuevo y perjudicial en todo esto es la metaforización de la idea de la sanación, porque borra cualquier distinción útil entre ser bueno en lo que uno hace y ser una buena persona. Por decirlo burdamente, que esta médica, según su propio diagnóstico, necesite ser sanada o sanarse a sí misma de su racismo no es remotamente tan importante como tratar a uno de sus pacientes de leucemia. Y sin embargo parece pensar que como mucho es al revés: “Si los médicos blancos queremos sanar a otros y en último término el sistema de salud, primero hemos de sanarnos a nosotros mismos”.

El problema es que esto entiende las cosas al contrario de como son: no solo es posible sino mucho más importante para una médica curar la leucemia de un niño que su propio racismo. Es la diferencia entre sanar y “sanar”, pero el triunfo de la metáfora ha sido tan completo en esta sociedad que la distinción ya no forma parte del juicio adulto. Mientras tanto, parece que a las sensibilidades morales de esta época les resulta insoportable aceptar el hecho de que es perfectamente posible que un racista haga un descubrimiento científico que beneficie a la humanidad. En cambio, sin embargo, la tendencia contemporánea es afirmar que si las malas personas parecen capaces de hacer algo mejor que las buenas personas, el problema está en la definición de hacer algo mejor. Así que si se considera que el biólogo David Sabatini es culpable de mala conducta sexual, eso supera cualquier contribución que pudiera haber hecho, le apartaron. Pero como esto deja sin respuesta la cuestión sobre la importancia de su contribución, la respuesta es decir que la idea del genio es una bobada jerárquica y que por tanto despedir a alguien de quien se dice que se ha comportado inmoral y opresivamente no hará ningún daño significativo a la ciencia.

Otra expresión de esta moralización es la relajación de los requisitos para los exámenes, y, en un caso reciente, el despido de un profesor de ciencia a quien sus alumnos (y presumiblemente también la administración de su universidad) consideraban demasiado severo en la evaluación. Pero ante el espíritu actual, es difícil que fuera de otra manera. Sí, quizá podamos saber por los deportes que ser bueno en algo y ser buena persona tienen poco que ver. Pero en este momento al menos, la presión para fingir que eso no se aplica a la medicina o la física, o, ya que estamos, la escultura o la poesía, es irresistible. Si juzgamos a la gente por su bondad en vez de su aptitud o, por decirlo de otro modo, si su bondad es su aptitud, entonces rechazar a alguien sobre la base de sus notas es una afrenta a su humanidad, como aceptar a alguien pese a sus afrentas morales (reales o imaginadas) es una afrenta a nuestra humanidad.

Parece obvio que entramos en un mundo cuyas buenas intenciones destruirán lo que esta civilización tiene de bueno, sin mejorar las muchas cosas crueles y monstruosas que también posee.

Publicado originalmente en el blog del autor: https://davidrieff.substack.com/p/desire-and-fate-c1e

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David Rieff es escritor. En 2022 Debate reeditó su libro 'Un mar de muerte: recuerdos de un hijo'.


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