Fronteras del arte

En 'Lo que no se ve', el pintor César Barrio traza una historia del arte muy personal a través de "la obsesión por materializar lo invisible".
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Se está haciendo de noche cuando empiezo la lectura de Lo que no se ve. Contenido de la obra de arte, de César Barrio. Tengo las ventanas abiertas y de la calle sube el fragor pasmoso del botellón. El murmullo es prolongado y más o menos regular. Algunas voces se distinguen sobre el resto de vez en cuando. No parece que se acerque la policía. No me sorprende que quieran estar al aire libre y juntarse, pero sí que canten Entre dos tierras, de Héroes de Silencio. La canción tiene treinta años.

Lo que no se ve es un breve ensayo que ha publicado hace poco Archivos Vola, que se dedica a las novedades y a los rescates de textos cortos sobre artes visuales y análisis cultural. Por ejemplo, en su catálogo reciente encontramos títulos como ¿Ha muerto Shakespeare? Controversias de una incógnita, de Mark Twain, o Los locos de Galdós: entre ciencia y literatura, de Carmen Berná Jiménez. El ensayo de César Barrio es una aproximación a lo que contiene una obra de arte. Como avanza el título, ese contenido coincide precisamente con lo que oculta o bien revela. Veamos qué mapa y qué territorio son esos. Para agarrarse en esta travesía por el desfiladero utiliza ejemplos de la historia de la pintura casi siempre, pero también habla de escultura, de cine o de música.

La primera de las imágenes reproducidas es una esquemática figurilla (¿de hueso?) donde se distinguen un par de árboles sin hojas sobre los que se han posado unos pájaros junto a una especie de cruz que sale del suelo, quizá una planta también. En el pie de foto se explica que es la obra de un escultor, un esquimal inuit, que nunca ha visto un árbol. Este lo ha tallado a partir de unas fotografías y de ahí su aire extraño o su estilización.

Este capítulo se titula “La presencia” y entre otras cosas trata de la necesidad de que la imagen preexista antes de su materialización, de cómo percibimos las cosas a partir de la idea que nos hemos hecho de ellas, y de cómo “mediante una correspondencia de un acontecimiento nuevo con lo conocido conseguimos reconocer el primero”. De una u otra manera hay que echarle el lazo a aquello de lo que se va a ocupar la obra en su materialidad. Es un capítulo un poco inaprensible porque plantea que el arte se genera en un terreno fronterizo y que “en Occidente no solo existe esa frontera entre arte y vida, sino que el propio arte se nutre de ella”. Aquí lo fronterizo no solo delimita sino que participa de los territorios contiguos que define. El contenido de la obra de arte se presenta como algo lábil. He mencionado la figurilla inuit porque al buscar en internet el nombre del autor aparece siempre la misma imagen, con la misma escasa información, y comprendo que esa reproducción binaria supone a su vez una ocultación de otra clase. Estamos hablando de ver en la mente para poder ver luego en el exterior; aquí la repetición siempre igual acaba por no dejarnos ver lo que tenemos delante. Ese es un peligro que acecha siempre, en todos los ámbitos.

El texto dice que “se podría establecer una línea perfecta en toda la historia del arte basándose solo en la obsesión por materializar lo invisible”: la última de las imágenes es la extracción de una escultura de Antinoo en Delfos en 1894. Son interesantes los hitos y el orden elegidos por el autor para marcar su personal repaso a la historia del arte (elige también y entre otros El arte de la pintura de Vermeer, Los embajadores de Holbein, Las meninas, un fotograma de El espejo de Tarkovski o un fragmento del manuscrito de En busca del tiempo perdido), de manera que acabar con la foto, para nosotros ya antigua y asimilada como fija, de la extracción de una escultura de dos mil años atrás en la que, como pertinentemente señala, la única figura enfocada es la de mármol mientras que los trabajadores de la excavación aparecen todos movidos, resulta tan metafórico como estimulante, al escapar de la cronología lineal en favor de una historia interna de las cosas y de las obras de arte.

No sé si ha sido la pretensión del autor, pero he leído el libro como una veloz historia del arte muy personal, urgida tanto por el entusiasmo de Barrio (que es pintor él mismo) como por la naturaleza escurridiza de lo que está tratando de atrapar. Para ir hilando su discurso se apoya en muchos escritores. Cita a muchísimos artistas y teóricos y también poetas. Por las páginas se asoman, entre otros, Roberto Juarroz, María Zambrano, Olga Orozco, Juan Eduardo Cirlot, Bachelard, Lorca, William Kentridge, Foucault, Homero, Goethe, Remo Bodei, Husserl, Valéry, Matta-Clark, Fellini, Deleuze, Reverdy, Nietzsche, Sócrates, Canetti, Pascal Quignard, Claire Lejeune, Cézanne, André Marchand, Anselm Kiefer, Giuseppe Penonese, John Cage, Mark Tobey, Michaux, Paul Klee, Heidegger, Sloterdijk, Ramón Andrés, Italo Calvino, Wölfflin, Dante, Paul Claudel, Ramón Gaya, Octavio Paz, Pessoa, Marcel Schwob, Pável Florenski, Valente, Jünger, Pascal, Alberto Ruiz de Samaniego, Walter Benjamin, Roland Barthes, Eugenio Trías, Leibniz, Sebald, Giacometti, Platón, José Luis Pardo, Oteiza, Percy Bysshe Shelley, Merleau-Ponty, Aby Warburg, Georges Didi-Huberman o Picasso. Las palabras de todos ellos aparecen como salientes que permiten trepar por la roca.

Acabo el libro por la mañana, en el pequeño parque que anoche estaba lleno de gente bebiendo. Ahora hay paseantes y tomadores de sol. Un señor con los gemelos del tamaño de sandías sicilianas da un grito a su perro porque se ha puesto a beber en la fuente. “¡¡¡Que vengas aquí, joder!!! ¡¡¡Es más burro!!! ¡¡¡No hace ni puto caso!!!”. Los siguientes capítulos hablan de “El infinito”, “El cristal” y “El intervalo”, y son el desarrollo cada vez más material y aterrizado, o así lo capto yo sentada a la sombra de una acacia, de la idea que en el primer capítulo se ha dejado atrapar por el artista para ser transmutada en obra de arte. Cómo el artista opera sobre el material que les ha robado a los dioses, antes de que lo descubran. Sigue la historia del trabajo imposible, que leo mientras me cae una hoja amarilla entre las páginas y bueno, mira por dónde lo que ha pasado en el parque es el trayecto que sigue el libro y que recorre un artista, que empieza entre dos tierras y acaba en la materialidad que pesa y que tiene forma y color.

Lo que no se ve. Contenido de la obra de arte

César Barrio

Archivos Vola, 2021

125 páginas

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Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).


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