El Festival Internacional de Cine en Guadalajara cumple 40 años, momento que suele marcar la inevitable crisis de la mediana edad, pero también el inicio de una etapa de madurez y plenitud. Algo hubo de estas dos condiciones en la recién concluida edición de la otrora Muestra de Cine Mexicano en Guadalajara, que inició un 10 de marzo de 1986. Desde entonces, fue cambiando de nombre; se convirtió en Muestra de Cine Mexicano e Iberoamericano en 2004, hasta llegar a este festival internacional mastodóntico con diez secciones de competencia que nadie puede cubrir, aunque pudiera ver cine durante 24 horas seguidas.
Y menos aún, como es el caso de quien esto escribe, cuando solo se pudo asistir a la mitad del festival. En todo caso, en los cinco días en los que estuve en la tierra de los mariachis y las tortas ahogadas pude constatar las notables debilidades de algunas secciones competitivas y la inocultable consolidación de un nuevo tipo de cine mexicano que ha ido surgiendo en los últimos años.
Siempre he dicho que un festival de cine vale la pena cuando pudiste ver por lo menos una película que terminará en tu lista personal de lo mejor del año. Y así fue con Guadalajara 2025, en donde vi no una, sino dos cintas nacionales que desde ya merecen colocarse entre lo más logrado de este 2025. ¿Pero qué pasa cuando en el mismo festival ves dos películas que, en contraste, son de lo peor que se ha visto en el año?
Esto último pasó con dos filmes programados en la sección Hecho en Jalisco: Abracadáver(2025), de Pancho Rodríguez y Sobre las olas (2025), de Horacio Alcalá. Se trata de dos películas tapatías tan malogradas –la primera, una irritante puerilidad sobredialogada, reiterativa y telenovelera de casi dos horas de duración; la segunda, una indigesta regurgitación realista-magicosa cuya única gracia es el rescate de la presencia y las canciones de Sarita Montiel– que salí de la sala Guillermo del Toro (las sufrí una después de la otra) con la firme intención de proponerle a las autoridades del festival que hubiera una moratoria para todos los cineastas jaliscienses. ¡Que dejen descansar la sección un tiempito!
Lo cierto es que no toda la competencia jalisciense fue tan mala. Porque Molusco (México, 2025), de Mauricio Bidault, documental exhibido fuera de competencia, fue el mejor filme que vi del festival y, como se trata de un filme biográfico sobre el monero tapatío José Ignacio Solórzano, Jis, por supuesto que fue realizado en Guadalajara. Tampoco está nada mal DUVA (México, 2025), ópera prima del jovencito Jonathan Álvarez Peña, esa sí programada en la competencia Hecho en Jalisco. En DUVA estamos ante la emotiva crónica personal e íntima de cómo Germán Sánchez, doble medallista olímpico de clavados (en Londres 2012 y Río 2016), regresa a las plataformas en 2023 después de dos años de semirretiro obligado, a raíz de una lesión en el tendón. Para decirlo como todo juez olímpico, se trata de un clavado fílmico simple y sencillo, sin demasiados grados de dificultad, pero realizado ejemplarmente. Bien por el debutante Álvarez, mejor por el gran Germán Sánchez.
De hecho, las mejores películas mexicanas en competencia que vi en Guadalajara 2025 fueron documentales que tuvieron que ver con el agua. Además de DUVA, que está desarrollada alrededor de las albercas en las que cae el siempre concentrado Germán Sánchez, la multipremiada Boca Vieja (México, 2025) –mención honorífica en el Premio Mezcal, ganadora del Premio del público y mejor película mexicana para el jurado joven–, dirigida por Yovegani Ascona Mora, es un entrañable mosaico de la vida cotidiana de los habitantes de la Boca Vieja del título, una paradisiaca playa oaxaqueña que se convierte, de vez en cuando, en un auténtico infierno, cuando llegan las tormentas que asolan ese lugar cada año. Igual, las gentes no se quejan de su suerte: ellas pescan, siembran, bailan, beben cerveza (“Para enfriar el calentamiento”), organizan ferias del ostión y resisten –ante la naturaleza, ante los hombres– porque eso es lo que saben hacer. Y vaya que lo hacen bien.
La mejor película nacional que vi en Guadalajara 2025 fue otro documental pasado por agua, en concreto, por las aguas del Golfo de California. Al inicio de Isleño (México, 2025), apenas segundo largometraje de César Talamantes (su primera cinta fue Los otros californios, de 2011), una leyenda que aparece en pantalla nos informa que México tiene 2997 islas, 292 de ellas localizadas en Baja California Sur y solo seis habitadas de manera permanente.
He aquí, pues, el absorbente viaje por esos seis pedazos de tierra rodeados por agua –isla El pardito, isla Margarita, isla San José, isla Santa Magdalena, isla Natividad e isla San Marcos– en los que conocemos diversas formas de vida, de sobrevivencia, de sueños logrados e interrumpidos, de triunfos y de fracasos, de un puñado de mexicanas y mexicanos que viven de la pesca, del turismo, de la conservación, de la minería y de lo que les caiga (hasta de arriar chivos salvajes), mientras algunos, también, sobreviven a la amenaza de la pesca furtiva e ilegal, dominada por el crimen organizado. La cámara de César Gutiérrez Miranda no se contenta con capturar los bellísimos y rojizos atardeceres marítimos del Golfo de California, sino que se sumerge en las profundidades del mar para ver cómo se atrapan a los peces y otea desde muy lejos los postapocalípticos escenarios mineros/yeseros en la Isla de San Marcos.
Hay en estos dos documentales, Isleñoy Boca Vieja, una intención similar. Me refiero a descubrir para mostrarnos lugares remotos de nuestro país, sin asomo alguno de exotismo ni, mucho menos, condescendencia. Hay dificultades, hay problemas, pero también hay vida, trabajo, fiesta, música, felicidad y esperanza. Y, por cierto, hay también una celebración de lo comunitario: de la solidaridad entre los habitantes de Boca Vieja, que arman y desarman, cuales Sísifos oaxaqueños, sus palapas ante las amenazas de los temporales; y de las cooperativas pesqueras/turísticas en el Golfo de California, que les brinda la oportunidad de vivir dignamente a los isleños en esos remotos lugares rodeados de mar. Como lo anoté antes: hay otro México esperando ser visto y, por lo mismo, hay otro tipo de cine mexicano. ~