No hay problema que no se pueda resolver con buena labor detectivesca

Basada en un premiado trabajo periodístico, la serie Inconcebible combina la narrativa procedimental con la dramática historia de una víctima de violación.
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El tipo está en una sala de interrogatorio. Es uno de los sospechosos de una serie de violaciones que han sucedido en los últimos años en varios distritos de Colorado. Nosotros no sabemos nada de él, a no ser que fue acusado de violación cuando estuvo en la universidad pero que, a final de cuentas, el cargo fue retirado porque la presunta víctima desistió. Las detectives que investigan las violaciones, la cínica veterana Grace Rasmussen (Toni Collette) y la aún idealista Karen Duvall (Merrit Wever), están convencidas que el tipo es culpable de aquel delito en la universidad, aunque no necesariamente es el violador en serie que ellas buscan.

En un capítulo posterior, Rasmussen, que piensa que el culpable de las violaciones puede ser un policía –sabe muy bien cómo borrar sus huellas, cómo eliminar todo rastro de su ADN en el cuerpo de sus víctimas, tiene conocimientos precisos de los meandros burocráticos policiales y los usa a su favor–, se acerca a otro de los sospechosos –un agente policial denunciado por su propia esposa por abuso sexual y violencia familiar– para tratar de conseguir algo de evidencia forense que lo ligue a las víctimas. El tipo, sin embargo, la descubre de inmediato, la confronta y hasta le regala la botella de cerveza que estaba tomando. Es obvio que él tampoco es el violador que Rasmussen está buscando, aunque nos queda claro que sí es un policía violento, golpeador y corrupto. Solo que no hay cómo culparlo de algo.

Inconcebible (E.U., 2019), teleserie de ocho episodios estrenada hace un par de semanas en Netflix, nos presenta una dura realidad: por más que haya policías profesionales, juiciosas y brillantes como Rasmussen y Duvall, lo cierto es que no todos sus colegas en las fuerzas del orden en Estados Unidos –mejor ni volteemos a ver nuestro país– tienen la misma vocación por encontrar la verdad y, a veces, aunque se tengan las mejores intenciones, los malos simplemente se escapan. Como diría algún anónimo pero certero filósofo contemporáneo: shit happens.

La teleserie creada por Michael Chabon, Ayelet Waldman y Susannah Grant, conocida como guionista de Erin Brokovich: una mujer audaz (Soderbergh, 2000), nos muestra, sin embargo, que el antídoto perfecto para no tirar la toalla por mera desesperación es el trabajo concentrado, serio y profesional. No puedes detener a todos los malos, es cierto, pero por lo menos puedes evitar que no se te escape el que te tocó. La única solución posible es hacer bien el trabajo, seguir escrupulosamente el debido proceso, no dejar un solo cabo suelto en la investigación, no dejar una piedra por levantar, ni una sola teoría por explorar. En la mejor tradición de la narrativa hollywoodense clásica, lo que plantea Inconcebible es lo mismo que han propuesto desde siempre las narrativas procedimentales: no hay problema que no se pueda resolver cuando tienes unos profesionales comprometidos con lo que hacen.

Basado en el artículo “An unbelievable story of rape”, de T. Christian Miller y Ken Armstrong, ganador del Pulitzer 2015 y luego convertido en un podcast de This American life, Inconcebible parte de una injusticia, en efecto, inconcebible. En 2008, en Lynwood, un suburbio de Seattle, una jovencita de 18 años, Marie Adler (Kaitlyn Dever, en un registro muy distinto a la vulgar comedia femenina La noche de las nerds (Wilde, E.U., 2019) denuncia una violación sufrida en su propio departamento a manos de un tipo enmascarado. Sin embargo, en cuanto empieza el interrogatorio de la policía –que se repite una y otra y otra vez hasta llegar a la media docena de ocasiones–, algunos datos no empiezan a cuadrar, hay testimonios que chocan, sus más recientes madres adoptivas –Marie es huérfana y ha vivido todo el tiempo en distintos hogares de acogida– no entienden el comportamiento demasiado tranquilo de ella, así que el detective a cargo del caso (Eric Lange) empieza a sospechar, nomás porque sí, que la muchacha miente. Basta una conversación con otro colega para que el detective Parker se convenza de que Marie ha inventado la violación debido a su problemático pasado adolescente, así que no solo abandona el caso, sino que empuja a Marie a que confiese que ha mentido para, después, acusarla penalmente por ello. El de por sí frágil mundo de Marie se derrumba a su alrededor.

Tres años después, en varios distritos de Colorado, empiezan a aparecer casos de violación con un modus operandi idéntico. Las detectives Karen Duvall y Grace Rasmussen comparten información, equipo y fuerzas y, con el apoyo del FBI, empiezan a investigar todos los casos similares, hasta convencerse de que hay un violador en serie suelto. Lo que no saben, por supuesto, es que el tipo cometió su primera violación en 2008, que su víctima fue Marie Adler y como no sucedió nada, ese temprano éxito le permitió no solo dar los siguientes pasos con más confianza, sino mejorar sus procedimientos, especialmente después de leer el manual policial en el que se recogen los protocolos para investigar los casos de violación –manual que, faltaba más, se encuentras disponible para ser comprado y leído en internet.

Inconcebible se mueve, pues, en estos dos espacios temporales que son también espacios dramáticos: por un lado, la fascinante línea procedimental hawksiana en la que las dos profesionales detectives, complementarias por ser tan distintas, investigan los casos, tropiezan, consiguen una pista, topan con pared, se levantan, no cejan en su empeño; por el otro, el melodrama femenino clásico protagonizado por la inerme Marie, perseguida por la (in)justicia, abandonada por sus amigos, sin trabajo y sin futuro, aplastada por un sistema que decidió no creerle porque resultaba más cómodo, más sencillo.

Aunque la puesta en imágenes es apenas funcional –por más que tres de los ocho episodios sean dirigidos por la buena cineasta feminista Lisa Chodolenko–, Inconcebible se erige en una notable pieza dramática en los tiempos del #MeToo, no por su militancia directa y abierta, sino por su planteamiento pragmático, realista y procedimental. No basta la indignación, aunque esta sea necesaria: hay que tomar medidas, crear protocolos, obedecer la ley. Las cosas no cambian de la noche a la mañana, pero para cambiarlas hay que cumplir con el deber como inexcusable imperativo ético profesional. No se puede resolver todo, qué remedio, pero no se puede resolver nada si no se hace lo correcto.              

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(Culiacán, Sinaloa, 1966) es crítico de cine desde hace más de 30 años. Es parte de la Escuela de Humanidades y Educación del Tec de Monterrey.


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