El salto y el vacío

El suicidio no es la culminación de una vida difícil; emerge de algún lugar que está más allá de la mente y de la conciencia.
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No lo vimos saltar, ni siquiera escuchamos gritar a nadie.Tampoco oímos el cuerpo caer (¿Cómo suena un cuerpo al caer desde un quinto piso?) Al asomarnos desde la terraza ya había cuatro ambulancias. A través de un hueco de la carpa que habían instalado podíamos ver solo un brazo y un poco de sangre. Los médicos se movían con lentitud, como si no hubiera nada ya que hacer. Alrededor del cordón policial se había aglomerado gente, y de las ventanas de alrededor empezaron a asomarse vecinos. Pronto la calle se convirtió en un corral de comedias. El hombre había saltado desde una las ventanas, justo enfrente de la terraza desde donde observamos todo. No se ve el interior, la ventana es un hueco negro.

Durante las más de 3 horas que estuvo el cadáver tendido en el asfalto mientras lo fotografiaban y la policía esperaba a no sé qué lo que más me impresionó no fue la sangre en el asfalto ni el zapato que asomaba por fuera de la sábana, sino la ventana y el interior oscuro desde donde saltó. Ahí se había apoyado, quizá sentado en el alféizar, antes de tomar la decisión de acabar con su vida. Se lanzó para escapar de ese hueco oscuro. Quizá intentó varias veces suicidarse antes de realmente hacerlo. Se estima que por cada suicidio hay aproximadamente 16 intentos. Un tercio de las personas que se matan lo han intentado ya antes. Probablemente se habrá asomado en más de una ocasión por ese hueco para calibrar la caída, para comprobar si realmente moriría o no. Quizá en una de esas ocasiones, o incluso antes de su salto final, nos vio en la terraza de enfrente bebiendo cerveza.

El cadáver en el suelo exige una explicación, y por un momento entiendo a quienes lo enmarcan, de forma instintiva, en un fenómeno superior: la pobreza, el capitalismo, el desempleo, los desahucios. Pronto se me pasa. La primera reacción ante un suicidio es encontrar una causa inmediata. Quizá tenía problemas psicológicos, quizá era esquizofrénico, quizá estaba demasiado solo. O quizá es inexplicable. La búsqueda de razones es solo una forma de sentirnos seguros y tranquilizar nuestra conciencia. A. Alvarez, autor de The Savage God, afirma que

Las excusas para justificar el suicidio son en su mayoría incidentales. En el mejor de los casos alivian la culpa de los que siguen vivos, tranquilizan a los biempensantes, y alientan a los sociólogos a perseverar en su interminable búsqueda de teorías y clasificaciones convincentes. Son como uno de esos triviales incidentes fronterizos que desencadenan una guerra feroz. Los verdaderos motivos que impulsan a un hombre a quitarse la vida están en otra parte; pertenecen al mundo interno, que es sinuoso, contradictorio, laberíntico y en general inaccesible.

En El demonio de la depresión, un brillante tratado sobre la depresión tanto desde la perspectiva de quien la ha sufrido como desde la ciencia que intenta comprenderla, Andrew Solomon cuestiona que el suicidio sea la última fase de la depresión.

No existe una correlación significativa entre la severidad de la depresión y la probabilidad de suicidio: algunas personas se suicidan en un momento en que están sufriendo trastornos leves, mientras otras, que están pasando por situaciones desesperadas, siguen siendo fieles a la vida […] El suicidio no es la culminación de una vida difícil; emerge de algún lugar que está más allá de la mente y de la conciencia.

El suicidio es algo íntimo, es un acto de una libertad radical: el individuo, consciente de su propia consciencia, decide acabar con ella por completo. Alvarez dice que es “un acto ambicioso que solo puede llevarse a cabo cuando uno ha traspasado los límites de la ambición”. La curiosidad por ver lo que hay al otro lado, muchas veces uno de los motivos del suicida más joven, no tiene sentido: si allí no hay conciencia, esa curiosidad no se sacia al llegar. Solomon, tras ayudar a su madre enferma de cáncer a suicidarse, y tras sufrir él mismo varias depresiones que lo dejaron al borde del suicidio, concluye que

El suicidio es la rebelión de la mente contra sí misma, una doble desilusión de una complejidad que la mente profundamente deprimida no logra comprender; es un acto voluntario destinado a liberarse de sí mismo. En la pasividad de la depresión es casi imposible imaginar el suicidio; se necesita la lucidez del reconocimiento de uno mismo para destruir al objeto de dicho reconocimiento. Por muy mal orientado que se halle, el impulso no deja de ser impulso. Aunque no hubiese ningún otro consuelo en un suicidio no evitado, sí hay al menos un pensamiento persistente, la idea de que fue un acto de valentía fuera de lugar, y de fuerza mal orientada, antes que un acto de profunda debilidad o cobardía.

La gente ya se ha dispersado, solo quedan algunos curiosos. A alguno le habrá dado una idea. Solomon comenta que "tras la publicación de la novela de Goethe Las desventuras del joven Werther se produjo en toda Europa una ola de suicidios calcados del perpetrado por el protagonista de la historia". Ese efecto contagio se ha llegado a denominar "efecto Werther". Tras el suicidio de Marilyn Monroe en 1962 la tasa de suicidios en Estados Unidos aumentó un 12%. No se informa oficialmente de los suicidios por miedo a que se produzca un efecto contagio. Es posible que, incluso, los programas de prevención contribuyan a aumentar la tasa. También es difícil determinar si un suicidio es realmente un suicidio y no un accidente o un homicidio. El periodista Sergio González Ausina lleva años escribiendo sobre el suicidio. En un artículo reciente cuenta el caso de un suicida que fingió su caída “colocando una banqueta, limpiacristales y un trapo en la ventana, y precipitándose después”. Ante la duda, los forenses optan por el accidente. Ausina analiza un estudio de la Revista de Psiquiatría y Salud Mental de 2014 que muestra 443 muertes en las que existen discrepancias. En el año 2012 se registraron en España 3529 suicidios, pero puede que fueran muchos más.

La calle del madrileño barrio de Tetuán a la que se lanzó el hombre ya ha vuelto a la normalidad. Las peluquerías están abiertas y a rebosar, a pesar de que es medianoche. La gente comenta el suceso desde las barras de los bares. El suicidio suele tener un componente de llamada de atención. O bien intencionada, del propio suicida, o bien porque los que lo presencian se ven interpelados por él. No conocía al hombre que se tiró desde la ventana. Y el asfalto al que cayó ya no tiene marcas de la caída. Más que su cara inerte, que alcancé a ver a duras penas desde la terraza, es la ventana, ese hueco a oscuras desde el que saltó, lo que se ha grabado en mi mente y me aterra. Ese era su infierno, y desde él saltó para escapar. 

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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).


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