En 2019 Álex Grijelmo, que dirige la unidad de edición de El País, de cuyo libro de estilo es también responsable, publicó Propuesta de acuerdo sobre el lenguaje inclusivo (Taurus). La discusión continúa pasado este tiempo. Para llegar a esa propuesta del acuerdo, Grijelmo explica con pedagogía las características de la lengua, que desmontan que la lengua pueda ser machista –lo es la realidad–. Atendió a las preguntas de Letras Libres por correo electrónico.
Una de las cosas que se ve claramente en el libro es el desconocimiento general sobre la lengua como sistema. De ahí que la primera parte del libro sea un repaso de cosas que quizá pueden parecer muy básicas para un lingüista, pero que es necesario repetir para desmontar ideas instaladas pero falsas sobre el lenguaje, como que es machista.
En efecto. Por eso vale la pena escuchar a las filólogas feministas. Es difícil que ellas caigan en simplismos como decir “el genérico masculino es fruto del patriarcado” o “lo que no se nombra no existe”. Sin embargo, oímos y leemos a feministas que son muy relevantes en otros ámbitos de la formación intelectual y académica pero que hablan de asuntos intrínsecos de la lengua sin haberla estudiado con la profundidad suficiente. Y por ahí vienen algunos problemas. Una filóloga sabe que hay lenguas en el mundo cuyo genérico es el femenino y que sin embargo se hablan en sociedades más machistas incluso que la nuestra.
Para explicar el presunto machismo del lenguaje utiliza el concepto de “sesgo del oyente”, ¿qué es?
Álvaro García Meseguer, pionero en analizar el sexismo en el español, hablaba del “sexismo del oyente” que se produce cuando una expresión no es discriminatoria en sí misma pero el receptor le da un sesgo sexista. Por ejemplo, si decimos “Veintidós jóvenes se presentaron al concurso de belleza”. Es muy probable que el oyente interprete que se trata de un concurso de belleza femenina, y que por tanto se presentaron veintidós mujeres. Pero no hay nada de esto en la enunciación, la frase no tenía ninguna marca de género.
En mi libro, parto de eso para extenderme en que, más que un sesgo del oyente, en estos casos se da un sesgo del contexto. En los concursos de belleza que vemos en nuestro entorno participan mujeres, y el contexto ocupa el espacio vacío que dejan las palabras, las dota de sentido. El oyente no es culpable, porque su representación mental viene condicionada por la realidad. Si digo “Martínez es representante de España en la ONU y una estrella de la diplomacia”, muy probablemente quien me escuche pensará que Martínez es un hombre; aunque eso tampoco se diga. Porque tenemos la representación mental previa de que los diplomáticos son hombres. En cambio, si digo “Muguruza representará a España en los Juegos Olímpicos, es una estrella del tenis”, con casi idéntica estructura que en el caso anterior entenderemos que se nos habla de una mujer, porque sabemos previamente que existe una tenista llamada Garbiñe Muguruza. Lo mismo que si digo “hemos ganado una medalla de oro en natación sincronizada”. Nadie pensará en hombres.
Son los contextos, y por tanto la realidad, los que entran en juego para producir sesgos sexistas. La parte buena de esto es que la realidad se puede cambiar, y que está cambiando. Eso parece más fácil incluso que cambiar la forma de hablar de más de 500 millones de personas. No es imposible transformar la lengua, claro, pero se tardaría más que en cambiar la realidad. Las lenguas evolucionan, por supuesto; pero muy despacio. La realidad puede ir más deprisa.
Hay otra idea muy interesante para rebatir el argumento de que lo que no se nombra se invisibiliza que tiene que ver con los principios de Grice.
Sí, Grice estableció los criterios para que se produzca una conversación leal. Siempre que se cumplan habrá entendimiento. Resulta llamativo que quienes afirman “lo que no se nombra no existe” hablen a continuación de “violencia de género”. ¿De qué género? No se nombra, pero todos sabemos de qué género se trata. Decir “lo que no se nombra no existe” es olvidar que en la comunicación funcionan el sobreentendido, la presuposición, la insinuación, la ironía… Y, sobre todo, el contexto.
Es confundir la ausencia en el significante con la ausencia en el significado. La prueba más clara está en el Boletín Oficial del Estado. He hecho alguna comprobación al respecto. Se convocaba una plaza para elegir “un responsable” de una biblioteca pública, usando el masculino genérico (“un responsable”). Se presentaron más mujeres que hombres, y obtuvo la plaza una de ellas. Deberíamos preocuparnos cuando ante un caso así solamente se presentaran hombres. Lo ideal, y coincido en ello con las filólogas feministas Aguasvivas Catalá y Enriqueta García Pascual, es que las mujeres se apropien de los genéricos, en lugar de sentirse excluidas. Ya ha pasado con palabras originariamente exclusivas de los hombres, como “homenaje” o “patrimonio”. Las mujeres se han adueñado de ellas en pie de igualdad.
En el repaso histórico a la aparición de los géneros en algún momento del indoeuropeo explica que, al contrario de lo que se cree, la necesidad de marcar el femenino es lo que hace que el masculino sea el género no marcado. ¿Es una pista de lo que puede suceder con los nuevos usos: si creamos la necesidad de marcar siempre el femenino tal vez obtengamos lo contrario a lo deseable…?
En el indoeuropeo, nuestra lengua abuela, existía un género para los seres animados y otro para los inanimados. Del primero de ellos nació el femenino; y al suceder eso, el antiguo genérico se desdobló en masculino para determinados casos. Es decir, fue la aparición del femenino lo que provocó que existiera el masculino. El problema es que al antiguo genérico lo hemos llamado “genérico masculino”. Si se llamara solamente “genérico” habríamos reducido mucho el problema. Es un genérico que, por oposición con el femenino, opera a veces como masculino. Esa es la historia, muy resumida. Pasa eso mismo en otros ámbitos de la lengua. Por ejemplo, el día abarca tanto el día como la noche. Una palabra puede servir para nombrar un todo y también una de sus partes.
Llevamos siglos entendiéndonos así. Pero los usos de ahora en el lenguaje público producen disfunciones. Por ejemplo, cuando Pedro Sánchez dijo que hay que evitar el enfrentamiento “entre catalanes y catalanas”, como si se tratara de un conflicto de sexos y no de ideas. El sistema de la lengua está muy asentado, y no admite cambios caprichosos tan fácilmente. Pueden tener efectos secundarios como sucedió con aquel empresario de Lucena (Córdoba) que no subía el sueldo a las trabajadoras porque el convenio solamente hablaba de los trabajadores. Los sindicatos defendieron lógicamente que las trabajadoras estaban incluidas, aunque luego en sus guías de lenguaje digan que las mujeres quedan excluidas si no se duplican las palabras.
Hay otra batalla perdida: la del término “género”, que es en realidad un eufemismo que viene del inglés para evitar la palabra sexo. Sin embargo, como explica en el libro, esa importación es una fuente de ambigüedades.
Sí, porque “género” tiene un matiz peyorativo en “violencia de género”; pero positivo en “políticas de género”. En el primer caso sustituye a “machista”; y en el segundo, a “igualdad”. Por tanto, puede significar una cosa y su contraria. Yo creo que se ha cometido un gran error al basar sobre esta palabra una campaña de comunicación que defiende algo tan importante (y tan irrenunciable) como la lucha contra la violencia de los hombres, la batalla contra el patriarcado, la búsqueda de una sociedad igualitaria. Ninguna gran multinacional basaría una campaña comercial en un concepto tan débil desde el punto de vista del significado. Aún estamos a tiempo de mejorar esto. Hablemos de violencia machista, de políticas de igualdad. Eso se entiende mucho mejor. La palabra “género” es extraña, fría, eufemística.
Ponerse de acuerdo en cuanto a la actualización del uso de la lengua es más o menos sencillo, lo complicado, parece decir en el libro, viene cuando las marcas del lenguaje “inclusivo” forman parte del lenguaje identitario que se usa sobre todo para mostrar que se forma parte de un grupo.
El problema de todo lenguaje identitario, y el feminismo ha construido el suyo, es que sea excluyente, que dé idea de que lo usa un grupo concreto en el que es difícil entrar si no se habla así: Que si alguien no usa esos términos sea considerado machista, o contrario a la lucha del feminismo. Muchas personas comparten las ideas feministas, pero no las duplicaciones y otras fórmulas. Confío en que no por eso sean repudiadas. Por otro lado, es curioso que se dupliquen los términos positivos o neutrales, pero no los negativos. Se dice “ciudadanos y ciudadanas”, pero no nos hablan de que “hay que subir los impuestos a los ricos y las ricas” o de que “hay acabar con los corruptos y las corruptas”.
La RAE se mostró contraria a modificar la redacción de la Constitución para incorporar el lenguaje inclusivo, que en el libro llama duplicativo. Esa oposición, entre otros motivos, está motivada porque crearía lagunas e inseguridades jurídicas que para desambiguarse obligarían a una tediosa redacción. ¿Cuáles serían los principales problemas de optar por el lenguaje duplicativo?
Algunos párrafos de la Constitución cambiarían de sentido con las duplicaciones, como explico en el libro. La pregunta que me hice en este caso es: ¿Las duplicaciones en la Constitución modificarían los derechos de las españolas? En absoluto, serían los mismos que ahora. Sin embargo, no hay que desdeñar el valor simbólico que eso tendría. Yo entiendo que las duplicaciones sirven para llamar la atención sobre un problema, y que por ese lado son útiles. Lo que no se puede hacer es considerar machista a la lengua.
El libro se publicó en 2019, ¿ha visto alguna evolución de los fenómenos que comenta en alguna dirección?
La verdad es que no. Hay que aclarar que todo lo que concierne a las lenguas evoluciona con una enorme lentitud. A veces nos deslumbran algunos neologismos, pero la estructura de un idioma se modifica poquísimo. Hace siglos que no se inventan una preposición, un artículo, una conjugación verbal.
Desde noviembre es responsable de una nueva unidad de edición en El País, donde también se ha encargado de actualizar el libro de estilo con especial atención a estos asuntos. ¿Cuáles son las principales preocupaciones con respecto a este asunto como periodista y responsable de edición?
Estamos comprometidos con la igualdad entre mujeres y hombres, una preocupación que ya se hallaba presente en ediciones anteriores. También hemos elaborado unas normas concretas sobre cómo tratar las informaciones sobre violencia machista.
Quizá la conclusión más clara del libro es que se use el sentido común, y que la propia lengua, por sus características internas, irá descartando o aceptando cambios. Pero en un momento tan identitario, eso parece un poco quimérico…
Yo creo que cuando lleguemos a la plena igualdad entre hombres y mujeres estos asuntos gramaticales van a importar muy poco.
(Zaragoza, 1983) es escritora, miembro de la redacción de Letras Libres y colaboradora de Radio 3. En 2023 publicó 'Puro Glamour' (La Navaja Suiza).