Daniel Gascón

La Covid-19 y la cultura mediterránea. Reinventando nuestras pautas sociales de cortesía

La cortesía proporciona el marco de buenas relaciones con los otros. En Europa se usan dos estrategias básicas para lograrlo: la del distanciamiento y la del acercamiento.
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Vivir en sociedad no es fácil. Cada uno se presenta a los demás con su mochila de miedos, inseguridades, complejos, vicios. Convivir implica superar lo propio y respetar lo ajeno y eso, en general, es complicado. Pero pese a ello, los humanos, en general, sentimos la necesidad de vivir en comunidad. Mal que nos pese, tenemos que reconocerlo: vivir con los otros nos da felicidad.

Para la convivencia, las distintas culturas cuentan con un conjunto de principios y normas al que llamamos cortesía y que tiene el objetivo general de proporcionar un marco de buenas relaciones con los otros. La consigna general es hacer que los demás se sientan bien y, para ello, en Europa solemos utilizar dos estrategias básicas, bien conocidas desde el trabajo de 1987 de Brown y Levinson.

Por un lado, la cortesía anglosajona se caracteriza por lo que se ha denominado “cultura de distanciamiento”, que consiste en asegurarse de que los demás se sienten libres, sin injerencias, para actuar. Los actos de habla más problemáticos (aquellos en los que pedimos a los demás que nos ayuden) se llenan de fórmulas que atenúan el conflicto (por favor, gracias, ¿sería usted tan amable?); la distancia interpersonal es sagrada, el volumen de voz bajo; los turnos de palabra se respetan y si rechazas un ofrecimiento, no se vuelve a hacer. Por otro lado, la cortesía mediterránea desarrolla la “cultura de acercamiento” que se basa en hacer que los otros se sientan queridos y aceptados. Los actos de habla en los que ofrecemos a los demás nuestra ayuda se presentan de la forma más directa posible, sin posibilidad de que el otro se niegue; nos tocamos, alzamos la voz, peleamos el turno de palabra en una lucha a corazón abierto y somos capaces de amenazar al camarero por pagar la cuenta del bar.

Estas dos estrategias, tan contradictorias, reflejan muy bien la propia naturaleza del ser humano, que quiere ser parte querida del grupo, pero sin perder su libertad. Ambas tienen el mismo propósito y ambas son excelentes herramientas corteses. Sin embargo, solo la primera se lleva la fama. Será porque en general, en este mundo en el que globalizar significa uniformar e imponer una sola forma de ver la vida, la cultura anglosajona parece siempre mucho más avanzada que la nuestra. Ayuda también que la cortesía del distanciamiento es la propia de las clases altas y son las clases populares las que desarrollan más la cultura de acercamiento. Permitidme, sin embargo, que rompa una lanza a favor de nuestra forma de ser corteses. Cuando me aseguro de que mi invitado coma, beba y se vaya de casa sintiéndose parte de mi familia, estoy siendo tan cortés o más que cuando mi anfitrión de cultura diferente me permite amablemente elegir qué quiero hacer con mi tiempo.

Sintámonos orgullosos, pues, de nuestra cultura de acercamiento y veamos en sus manifestaciones signos de cortesía. Ahora bien, es cierto que hasta que no tengamos una cura o una vacuna para la Covid-19, no se puede desarrollar como solía. Se impone la distancia de seguridad: no podemos acercarnos, besarnos, abrazarnos y las mascarillas esconden nuestras sonrisas. Pero ya estamos encontrando nuevas formas de expresarnos. Los aplausos en las ventanas no nacieron por casualidad en el Mediterráneo. Otros pueblos los han replicado, es verdad, pero nadie lo ha hecho de una manera tan espontánea, masiva y popular como España. Hasta que la ciencia nos devuelva nuestra vida y nuestra cultura, mantengamos la distancia personal pero sin perder por ello nuestra forma de relacionarnos. Que vuelvan los aplausos, mantengamos la costumbre de las videollamadas hasta que sea posible juntarnos con tranquilidad, volvamos a pegar los carteles ofreciendo ayuda a los vecinos. Adaptemos nuestra cultura a los nuevos tiempos, pero no permitamos que nos convenzan de que lo nuestro no es cortesía.

 

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Mamen Horno (Madrid, 1973) es profesora de lingüística en la Universidad de Zaragoza y miembro del grupo de investigación de referencia de la DGA
Psylex. En 2024 ha publicado el ensayo "Un cerebro lleno de palabras. Descubre cómo influye tu diccionario mental en lo que piensas y sientes" (Plataforma Editorial).


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