La historia del llamado āTamborcito de Valladolidā es mucho menos conocida que las de otros niƱos insurgentes, como Narciso Mendoza, āel niƱo artilleroā, que combatiĆ³ al lado de Morelos, o la del hijo de Ć©ste, Juan Nepomuceno Almonte, comandante del regimiento infantil conocido como los Emulantes. Con todo, su fama fue suficiente para que se replicara en varios textos literarios, alcanzĆ³ para que el protagonista diera nombre a por lo menos una escuela y una calle, y aun para que se le representara en bronce al lado del cura Miguel Hidalgo en un monumento en la ciudad de Puebla. Honores que pueden parecer relativamente modestos, pero que resultan desmedidos si consideramos que muy probablemente tal Tamborcito no existiĆ³, o por lo menos no como los relatos mĆ”s conocidos nos lo describen.
El origen de la leyenda del Tamborcito parece ser la āRelaciĆ³n sucinta de los principios de la RevoluciĆ³n de 1810ā, escrita por el insurgente queretano Epigmenio GonzĆ”lez. En este breve escrito āvalioso sobre todo por sus informes acerca de los preparativos de la insurrecciĆ³n- GonzĆ”lez cuenta que el vencedor de la batalla del 7 de noviembre de 1810, FĆ©lix MarĆa Calleja del Rey, retornĆ³ dĆas despuĆ©s de su victoria a la ciudad de QuerĆ©taro, llevando con Ć©l a los prisioneros tomados al ejĆ©rcito de Hidalgo:
AllĆ manifestĆ³ su intenciĆ³n de fusilarlos, mĆ”s los principales vecinos intercedieron por ellos, y sĆ³lo fueron destinados al suplicio siete u ocho en quienes cayĆ³ la suerte fatal. Caminando al patĆbulo estos desgraciados por la calle del Hospital, se hallaba allĆ casualmente el filipense don Dimas DĆez de Lara, quien observĆ³ que entre ellos iba un niƱo de pocos aƱos nombrado Pablo Armenta, tamborcito de Valladolid. No pudo menos nuestro heroico don Dimas que arrojarse a quitarlo, hecho que mereciĆ³ tanto aplauso, que Armenta fue perdonado y los demĆ”s murieron en la Alameda.
((Epigmenio GonzƔlez, Memorias de don Epigmenio GonzƔlez, QuerƩtaro, Gobierno del Estado, 1926, p. 40.))
Aunque escrito por uno de los conspiradores de QuerĆ©taro, compaƱero de Hidalgo, Allende y la Corregidora, este relato levanta algunas sospechas. GonzĆ”lez no pudo ser testigo de los hechos pues se le aprehendiĆ³ el 13 de septiembre de 1810, dĆas antes de la rebeliĆ³n, y despuĆ©s se le enviĆ³ desterrado a Manila. RegresĆ³ al paĆs en 1838 y redactĆ³ esta memoria hasta 1853, lejos de su ciudad natal y ya septuagenario. Prueba de sus imprecisiones es que habla de āsiete u ochoā condenados a muerte en aquella ocasiĆ³n, cuando en realidad fueron la mitad.
La ārelaciĆ³nā de Epigmenio GonzĆ”lez permaneciĆ³ inĆ©dita por largo tiempo, pues sĆ³lo se publicĆ³ en 1901, a instancias de Genaro GarcĆa y de Luis GonzĆ”lez ObregĆ³n. La conmovedora historia del niƱo insurgente rescatado del patĆbulo en el Ćŗltimo instante impresionĆ³ seguramente a don ValentĆn F. FrĆas āpadre de la historia regional queretanaā quien la tomĆ³ poco despuĆ©s para incluirla en la segunda serie de sus Leyendas y tradiciones. Claro que para ello reelaborĆ³ el relato al agregarle cierto contexto, lo dramatizĆ³ e incluso le sumĆ³ algunos datos que parecen ser de su cosecha, como la precisiĆ³n de que los āpocos aƱosā del niƱo eran unos ā12 aƱos no cumplidosā. El acto heroico del padre Dimas, ademĆ”s, adquiere en la versiĆ³n de FrĆas una mayor hondura, pues no se trata ya de un simple arrebato, sino de una acciĆ³n premeditada:
El padre prepĆ³sito del oratorio de san Felipe don Dimas DĆez de Lara, que tambiĆ©n se vio envuelto en la polĆtica independiente, a pesar de su acendrada virtud, prudencia y obediencia fiel al trono, tomĆ³ por su cuenta al pequeƱo tamborcito insurgente y presentĆ³se a Calleja, hospedado en el Convento de San Francisco, solicitando el indulto, mas Ć©ste le fue negado hasta con aspereza. Entonces el venerable oratoriano dijo con cierto aire de gravedad: “con permiso de Su Excelencia me retiro, previniendo a Su Excelencia, que he de hacer todo lo posible por salvar ese niƱo” y haciendo una grave reverencia se retirĆ³.
Al dĆa siguiente, a las primeras horas de la maƱana, se dejĆ³ escuchar el redoble de los tambores, las multitudes se agolpaban para ver el desfile de los ajusticiados que, con paso vacilante, caminaban rumbo a la Alameda a ser ejecutados como traidores al rey. Al pasar el convoy por la calle del Hospital, se promoviĆ³ entre el pueblo y la guardia que custodiaba a los reos, un desaguisado (que no se sabe si fue casual o preparado de antemano), del cual resultĆ³ la fuga de los presos en medio del tumulto.
Al comenzar la refriega entre el pueblo y la guardia, se vio entrar de prisa entre la multitud, P.D. Dimas, coger en hombros al pequeƱĆn y huir con Ć©l a todo escape. La guardia le hizo fuego varias veces sin causarle daƱo, y Ć©l continuĆ³ su fuga, entrando al convento de San Francisco sin sombrero ni capa, jadeante, con su preciosa carga, temeroso y casi seguro de haber incurrido en desagrado de Su Excelencia, teniendo que pagar quizĆ” muy caro su caritativo arrojo.
(( ValentĆn F. FrĆas. Leyendas y tradiciones queretanas, Segunda Serie, MĆ©xico, 1990, Universidad AutĆ³noma de QuerĆ©taro, p. 85-87. ))
Pocos aƱos mĆ”s tarde, el entonces muy joven escritor veracruzano Ignacio B. Del Castillo reescribiĆ³ una vez mĆ”s la historia, tomando lo esencial de la versiĆ³n de FrĆas, pero transformĆ”ndola con diĆ”logos y reflexiones que acentuaban el drama humano del relato:
āEn nombre de las seƱoras de la ciudad, tan respetables por sus virtudes y su piedad, y en el mĆo propio, vengo a rogar a Su Excelencia sea servido de conceder su perdĆ³n al infortunado niƱo que cayĆ³ en poder de las valientes tropas de Su Majestad āque Dios guardeāen la reciente gloriosa batalla de Aculco, el cual, segĆŗn rumores que hasta nosotros han llegado, serĆ” fusilado hoy mismo por orden de Su Excelencia.
āMe apena la peticiĆ³n de Su Paternidad, respondiĆ³ Calleja vivamente incomodado, y si no fuera porque es bien pĆŗblica su adhesiĆ³n a nuestro amado Soberano, creerĆa que Su Paternidad, al interceder por ese indigno rapaz, trataba de favorecer la inicua causa de los desleales y pĆ©rfidos vasallos que se han levantado en abierta rebeliĆ³n contra Dios, contra la patria y contra el Rey.
āPuede estar seguro Su Excelencia, replicĆ³, sin inmutarse Fray Dimas, de que mi ruego estĆ” inspirado tan sĆ³lo en un sentimiento de compasiĆ³n hacia el niƱo de quien hablo, y de que yo nunca abjurarĆ© de mi profunda fidelidad a Su Majestadāque Dios guarde.āCreo, sin embargo, que para domeƱar la insurrecciĆ³n iniciada en los Dolores son inadecuados e infructuosos los medios hasta hoy usados, y que la Ćŗnica manera eficaz de reprimirla es mostrarse benigno con los mismos que han turbado la paz del Reino, porque sĆ³lo asĆ se les puede atraer a la buena causa, y no con la crueldad que se ha desplegado, que Ćŗnicamente les exaspera, les irrita y les hace afianzarse mĆ”s y mĆ”s en sus extraviadas ideas.
(( Ignacio B. del Castillo, “El tamborcito de Valladolid” en El Mundo Ilustrado, aƱo XIII, tomo II, nĆŗm. 12, MĆ©xico, 16 de septiembre de 1906, p. 7. ))
Del Castillo enviĆ³ su texto al āCertamen de cuentos de costumbres nacionalesā convocado por la revista El Mundo Ilustrado en 1906. Aunque fue muy celebrado por el jurado, la redacciĆ³n de la revista acordĆ³ premiarlo fuera de concurso, por tratarse -seƱalĆ³- de un episodio histĆ³rico y no propiamente de un cuento. Se equivocaron.
Aunque por algĆŗn tiempo la historia del Tamborcito se mantuvo como una tradiciĆ³n queretana, especialmente por la intervenciĆ³n en ella del querido y recordado padre Dimas, a mediados de la dĆ©cada de 1950 el escritor JesĆŗs Romero Flores decidiĆ³ escribir una nueva versiĆ³n para subrayar el origen moreliano del niƱo, incluyendo nuevos datos que lo ligaban antes y despuĆ©s del suceso con la antigua Valladolid de MichoacĆ”n:
Y se efectuaron centenares de ejecuciones en aquel terrible dĆa, pero no se volviĆ³ a saber nada del Tambor Insurgente de Aculco […] Cuando la Guerra de Independencia terminĆ³, once aƱos mĆ”s tarde, y tras de las variadas peripecias de una lucha terrible que culminĆ³ con la emancipaciĆ³n de nuestra patria del dominio espaƱol, volviĆ³ el joven Armenta a su ciudad natal. Como los verdaderos patriotas, no pidiĆ³ recompensa por sus servicios el tamborcito de Valladolid; siguiĆ³ ejerciendo el oficio de carpintero, como su padre y su abuelo lo habĆan ejercido, en aquella calle del barrio de Capuchinas que la gente conociĆ³ durante muchos aƱos con el nombre de la calle del Tamborcito en recuerdo del tamborcito Armenta; allĆ” en la hermosa ciudad de Valladolid, que hoy se llama Morelia.
(( JesĆŗs Romero Flores. JĆ³venes ilustres en la historia de MĆ©xico, MĆ©xico, 1973, Gobierno del Estado de MichoacĆ”n, p. 22. En los mapas antiguos de ese barrio aparece una calle del Tambor, que no del Tamborcito. ))
Aunque Romero Flores indicĆ³ como origen de su versiĆ³n las conversaciones que escuchĆ³ de voz de los ancianos que se reunĆan en la āalacenaā del librero Sixto Nieto en el portal Hidalgo de Morelia (quienes supuestamente habĆan conocido en su juventud al Tamborcito), es posible que sĆ³lo se trate de un recurso literario para darle mayor interĆ©s a la tradiciĆ³n y que su fuente sea en realidad el conjunto de textos de GonzĆ”lez, FrĆas y Del Castillo. O quizĆ” esa tradiciĆ³n oral sĆ existiĆ³, pero como tergiversaciĆ³n de los recuerdos locales para adaptarlos al relato canĆ³nico que se habĆa vuelto popular. Porque, como veremos enseguida, las fuentes estrictamente histĆ³ricas cuentan algo muy distinto acerca de estos hechos.
El 17 de octubre de 1810, tras una exitosa campaƱa por el BajĆo y despuĆ©s de adentrarse en la Intendencia de MichoacĆ”n, el cura Hidalgo tomĆ³ sin resistencia la ciudad de Valladolid. AhĆ se le adhirieron tres batallones provinciales y el regimiento de Dragones de PĆ”tzcuaro, lo que aumentĆ³ significativamente el nĆŗmero de militares profesionales en su ejĆ©rcito.
{{ Antonio GarcĆa Cubas. Cuadro geogrĆ”fico, estadĆstico, descriptivo Ć© histĆ³rico de los Estados Unidos Mexicanos, MĆ©xico, 1884, Oficina TipogrĆ”fica de la SecretarĆa de Fomento, p. 414. }}
Entre los dragones que quedaron bajo el mando de Ignacio Allende estaba Pablo Armenta āde ninguna manera tambor de su regimiento y menos aĆŗn menor de edadā quien se incorporĆ³ a la rebeliĆ³n convencido de que aquello se trataba de una guerra contra NapoleĆ³n Bonaparte, pues, como confesarĆa mĆ”s tarde, “le habĆan hecho saber que irĆa a pelear contra los franceses”.
(( Antonio Ibarra, “CrĆmenes y castigos polĆticos en la Nueva EspaƱa BorbĆ³nica: patrones de obediencia y disidencia polĆtica, 1809-1816”, en Marta TerĆ”n y JosĆ© Antonio Serrano Ortega (editores). Las Guerras de Independencia en la AmĆ©rica EspaƱola, MĆ©xico, 2002, El Colegio de MichoacĆ”n / Universidad Michoacana de San NicolĆ”s Hidalgo / Conaculta-INAH, p. 265. ))
El dĆa de la batalla del 7 de noviembre de 1810 en San JerĆ³nimo Aculco, Armenta se percatĆ³ de que no habĆa tales franceses, sino otros cuerpos del mismo ejĆ©rcito novohispano del que provenĆa. De tal manera, “conforme los vio cerca conociĆ³ que eran soldados y en cuanto tuvo lugar se presentĆ³ a un oficial de los amarillos”.
(( Ćdem. ))
En efecto, Armenta se apartĆ³ de los insurgentes, como confirma el Diario contemporĆ”neo escrito por el queretano JosĆ© Xavier de Argomaniz: “Pablo Armenta del Regimiento de PĆ”tzcuaro quien hizo presente el que antes de la batalla en Aculco se presentĆ³ a nuestro ejĆ©rcito [realista] al Sr. Amparan apartĆ”ndose Ć©l del enemigo”.
{{ JosĆ© Xavier de Argomaniz, Diario de QuerĆ©taro, manuscrito, 1807-1818, Tomo IV, Biblioteca de la Universidad AutĆ³noma de Nuevo LeĆ³n, f. 34v. }}
El coronel Miguel de EmparƔn formaba parte ciertamente de las tropas realistas que actuaron en Aculco la maƱana del 7 de noviembre y comandaba la columna central-derecha de las cinco en que avanzaron sobre los insurgentes.
{{ FĆ©lix MarĆa Calleja del Rey, “Parte detallado de la acciĆ³n de Aculco”, en J. E. HernĆ”ndez y DĆ”valos. Historia de la Guerra de Independencia de MĆ©xico, MĆ©xico, 1877, JosĆ© M. Sandoval, impresor, nĆŗm. 132. }}
Fue en aquel avance cuando Armenta debiĆ³ presentarse ante Ć©l, aunque no por su defecciĆ³n se le dio trato distinto al de prisionero.
El enfrentamiento concluyĆ³ con la victoria de los realistas y la desordenada huida de los insurgentes, a los que se hicieron mĆ”s de 600 cautivos. De ellos sĆ³lo unos 26 eran soldados que habĆan pertenecido a los cuerpos provinciales del ejĆ©rcito de la Nueva EspaƱa, por lo que se les consideraba no sĆ³lo rebeldes, sino desertores y traidores. Era el caso del dragĆ³n Pablo Armenta.
AsĆ como Ć©l, los otros militares prisioneros justificaron su presencia en las filas insurgentes de diversas maneras: Manuel Bartolache, soldado del batallĆ³n de infanterĆa de Guanajuato de 19 aƱos, asegurĆ³ que sus superiores le informaron que “trataban los europeos de jurar en este reino a NapoleĆ³n y que era preciso estorbar esto”. Guillermo Sendejas, tambor del regimiento de infanterĆa de Valladolid que se uniĆ³ a los insurgentes desde que “todo el regimiento se formĆ³ a el toque de caja para incorporarse a aquel ejĆ©rcito”, huyĆ³ de los insurgentes en Aculco y se refugiĆ³ en la parroquia “por miedo a que le hubieran dado un balazo el ejĆ©rcito de EspaƱa por estar en el de Allende con su regimiento”. Por su parte Rafael LĆ³pez, soldado tambiĆ©n del regimiento de infanterĆa de Valladolid, de 22 aƱos, afirmĆ³ que sĆ³lo los habĆa acompaƱado “por la obediencia que debĆa a sus oficiales” y reconociĆ³ haber obrado mal, ācontra el rey y contra la religiĆ³n”. Francisco Rocha, de 18 aƱos y compaƱero de armas del anterior, reconociĆ³ haber seguido a Allende, pero asegurĆ³ nunca haber disparado su fusil “porque del miedo que le causĆ³ el primer caƱonazo […] se escondiĆ³ entre unos pinos”. Otro de los soldados prisioneros, el sargento Lorenzo Medina, dijo que “no creyĆ³ luchar contra el gobierno” y que al darse cuenta de que con sus tropas se habĆa unido a unos rebeldes, se habĆa entregado a los realistas “por haberse desengaƱado que aquĆ©l no era el ejĆ©rcito verdadero”.
(( Antonio Ibarra, “CrĆmenes y castigos…”, p. 266. ))
En este recuento de los testimonios de algunos de los aprehendidos en Aculco se advierte ya el germen de la leyenda del Tamborcito de Valladolid: aparece el nombre de Pablo Armenta entre los prisioneros, se anota la presencia de varios soldados muy jĆ³venes procedentes de los regimientos provinciales de MichoacĆ”n y uno de ellos tenĆa el grado de tambor.
Todos fueron conducidos por Calleja a la ciudad de QuerĆ©taro. De acuerdo con los cĆ³digos militares pudieron haber sido ejecutados inmediatamente, pero parece ser que el corregidor de QuerĆ©taro don Miguel DomĆnguez (quien hasta entonces habĆa mantenido oculta su participaciĆ³n en la conspiraciĆ³n insurgente), fungiendo como “asesor de guerra”, aconsejĆ³ a Calleja que se sorteara a los que habrĆan de sufrir la pena capital.
{{ “Sumaria instruida en QuerĆ©taro, por orden de Calleja, a diecinueve soldados y tres paisanos que fueron aprehendidos o se presentaron despuĆ©s de la batalla de Aculco”, Infidencias, vol. 5, exp. 11, AGN. }}
Argomaniz en su Diario da todo el crĆ©dito del perdĆ³n al brigadier espaƱol: “veinte y tantos eran los sentenciados al suplicio, pero la bondad del sr. General D. FĆ©lix Calleja mandĆ³ que se quintaran, de lo que resultĆ³ el que a cuatro de ellos tocĆ³ la suerte”.
(( JosƩ Xavier de Argomaniz, Diario de QuerƩtaro, f. 34r-34v. ))
La maƱana del 11 de noviembre los prisioneros echaron suertes para decidir quiĆ©n morirĆa: “vendados de los ojos echĆ³ cada uno los dados sobre la caja de guerra que se dispuso al efecto [y] saliĆ³ el nĆŗmero nueve al expresado Rafael LĆ³pez que fue el mayor de los que salieron, y por consiguiente quedĆ³ comprendido en la pena de muerte, y se puso inmediatamente en capilla para que fuera ejecutado esta tarde a las cuatro la sentencia en la Alameda de esta ciudad”. La suerte decidiĆ³ tambiĆ©n que Pablo Armenta y dos soldados fueran condenados a la pena capital. Los demĆ”s serĆan sentenciados a diez aƱos de presidio.
(( Antonio Ibarra, “CrĆmenes y castigos…”, p. 270. ))
Pero entonces ārelata el cronista Argomanizā “[estando ya en capilla] se vindicĆ³ a Pablo Armenta del regimiento de PĆ”tzcuaro”.
{{ JosƩ Xavier de Argomaniz, Diario de QuerƩtaro, f. 34v. }}
AquĆ surge, pues, otro de los elementos que la leyenda desvirtuĆ³: la salvaciĆ³n de Armenta en el Ćŗltimo momento. Pero el perdĆ³n, lejos de deberse a la intervenciĆ³n del padre Dimas DĆez de Lara o a los pocos aƱos del condenado, vino simplemente por haberse comprobado que se presentĆ³ al coronel EmparĆ”n antes de que iniciara la batalla de Aculco.
La sentencia de muerte para los otros tres soldados se cumpliĆ³ al parecer hasta el 15 de noviembre de 1810, dĆa en que apuntĆ³ Argomaniz “se han arcabuceado a tres soldados de varios regimientos de nuestro ejĆ©rcito, unos de los muchos que se cogieron prisioneros en Aculco”.
(( Idem, f. 34r. ))
Lo que no parece tener mayor fundamento es la supuesta intervenciĆ³n en estos hechos del padre Dimas DĆez de Lara. Algo extraƱo, pues su papel es el mĆ”s relevante y decisivo en la leyenda. Lo que existe sobre Ć©l son Ćŗnicamente denuncias que con posterioridad a 1810 se hicieron en su contra por una no comprobada simpatĆa hacia los insurgentes.
Al respecto, escribe Lucas AlamĆ”n que en 1813 el cura Manuel Toral, enemigo de los rebeldes, organizĆ³ en QuerĆ©taro unas “misiones” con el objetivo de predicar la obediencia a las autoridades espaƱolas. Sin embargo, la reacciĆ³n del clero queretano fue adversa y sĆ³lo se le permitiĆ³ predicar en pocos templos. Con gran irritaciĆ³n, Toral denunciĆ³ a varios sacerdotes, entre los que estaba el padre Dimas, “a quien la gente veneraba como un santo”, acusĆ”ndolo de hacer abierta propaganda por el bando insurgente. Es mĆ”s: advirtiĆ³ al general Calleja -convertido para entonces en virrey- que existĆa en la ciudad toda una camarilla de “malos sacerdotes” que sostenĆa la causa insurgente y estaba bajo la direcciĆ³n de aquel religioso. Un fraile amigo de Toral incluso sugiriĆ³ poner bajo arresto al padre Dimas:
QuerĆ©taro conserva el entusiasmo de la mala causa sostenido por el nĆŗmero de diez a doce sacerdotes malos, de los cuales es corifeo el presbĆtero don Dimas de Lara filipense, y no faltan entre Ć©stos algunos que estĆ”n seduciendo en los confesionarios, y comĆŗnmente lo hacen en los estrados.
(( Lucas AlamĆ”n, et. al. Episodios histĆ³ricos de la Guerra de Independencia, MĆ©xico, 1910, Imprenta de El Tiempo de Victoriano AgĆ¼eros, Tomo I, pp. 215-221 ))
Las denuncias no tuvieron mayor efecto, pero quizĆ” se explica con ellas que el padre Dimas se incluyera como uno de los protagonistas de la leyenda del Tamborcito de Valladolid. De cualquier manera, este es un punto menor en una historia comprobadamente apĆ³crifa, o quizĆ” serĆa mejor decir, adulterada. Porque, aunque Pablo Armenta existiĆ³, se le tomĆ³ prisionero en Aculco y se librĆ³ por poco del fusilamiento, no se trataba de un niƱo, ni era un tambor y ni siquiera un insurgente verdaderamente convencido.
Ingeniero e historiador.