Stefan Zweig escribe en El mundo del ayer: “Todavía hoy me sorprende la de cosas que sabíamos de niños gracias a esa exaltación de la pasión literaria y lo pronto que adquirimos la capacidad crítica gracias a ese afán irrefrenable por discutir y analizarlo todo”.
En cualquier país, cada vez que un nuevo programa de educación le resta importancia al pensamiento, se escuchan voces que advierten la pérdida de la capacidad crítica en los alumnos, y me cuesta trabajo comprender a qué se refiere eso. Suena bien la palabra “crítica”, y sin duda es algo que pone a funcionar el cerebro, pero tomando a Zweig como faro, he de decir que me sería insoportable ir a tomar una cerveza con quien tenga un “afán irrefrenable por discutir y analizarlo todo”.
En eso de discutir y analizarlo todo, mi libro preferido es la Suma Teológica de Santo Tomás. Basta con leer las preguntas para darnos cuenta del funcionamiento de la mente medieval, que sin duda tenía buena capacidad crítica.
Tan solo sobre los ángeles se pregunta si son incorruptibles, si ocupan un espacio, si se conocen a sí mismos, si un ángel conoce a otro ángel, si tienen voluntad o libre albedrío, si puede haber varios en el mismo sitio al mismo tiempo, ¿ilumina o no ilumina un ángel a otro?, ¿habla un ángel inferior con otro superior?, y tantas otras preguntas que seguramente nos hacíamos de niños cuando le rezábamos al angelito de la guarda.
Santo Tomás suelta preguntas que sin duda usted se hace cuando va rumbo al trabajo. ¿La sensualidad es apetitiva? ¿Hay o no hay orden en los demonios? ¿Está hecho el semen de lo sobrante del alimento? ¿El alma intelectiva se une al cuerpo mediante determinadas disposiciones accidentales? ¿Es correcto decir que la acumulación de aguas fue hecha en el tercer día?
Y seguro que a la hora de la cena, bebiendo vino con la pareja, nos preguntamos si crear es hacer algo de la nada, si el inicio del mundo es un artículo de fe, si al Espíritu Santo le corresponde ser enviado visiblemente, si los actos nocionales son voluntarios, si Dios puede hacer que lo pasado no fuera y, sobre todo, si podemos ser borrados del libro de la vida.
Un excelente libro para quien se quiera iniciar en el cuestionamiento de las cosas es Las preguntas de los grandes filósofos, de Leszek Kołakowski, que en inglés tiene un título infinitamente mejor: Why is there something rather than nothing? Digo “iniciar”, pero ciertamente las preguntas del libro siguen siendo válidas para las mentes más filosóficas. Pongo aquí unas pocas que van en los títulos de los capítulos: ¿Por qué hacemos el mal? ¿Qué es la realidad? ¿Qué es la felicidad? ¿Cómo funciona el cosmos? ¿Es bueno el mundo? ¿Dios necesita a sus criaturas? ¿Tenemos libre albedrío? ¿Qué es el espíritu humano? ¿Qué es la existencia?
Son preguntas más emocionantes que las que solemos hacer cada día. ¿Cómo estás? ¿Qué horas son? ¿Cargaste el teléfono? ¿Viste la película tal? ¿Quién va a ganar el partido?
Ocurre que a veces resulta fácil descartar a un filósofo y hasta burlarse de él. ¿Qué significan las preguntas de Santo Tomás sobre los ángeles para quien no cree en los ángeles? Significan mucho. No es ociosa su lectura. Por ejemplo, hagámonos en serio la pregunta: ¿Pueden estar muchos ángeles en un mismo lugar a la vez?
Quizás alguien se incline a decir que sí, pues le vendrá a la mente los ángeles bailando en la punta de un alfiler. Sin embargo Santo Tomás responde: “Dos ángeles no pueden estar a la vez en un mismo lugar. El porqué de esto radica en que es imposible que se den dos causas perfectas y directas de un mismo efecto”.
Y volviendo al título de, ¿por qué hay algo en vez de nada? ¿por qué el ser y no la nada? Quizás no haya respuesta confiable, pero basta con empujar la mente hacia la bella ficción filosófica para hallar placer.
Hace años eché este libro en la mochila. Hice una caminata desde Baviera a Cracovia. Es un libro breve pero no es para leerse de un tirón. Llegó tan subrayado que hubiese tenido más sentido subrayar lo que no quería subrayar. Además llegó llovido y asoleado. Me compré otro ejemplar.
También compré otro ejemplar de El mundo del ayer porque quién sabe dónde quedó el primero.
Me corrijo, y ahora digo que me habría gustado ser un adolescente de la pandilla de Zweig. “Muchachos imberbes y enclenques que cada día tenían que permanecer sentados en los bancos de la escuela formábamos… un público curioso, críticamente despierto y entusiasmado con entusiasmarse. Y es que nuestra capacidad de entusiasmo no tenía límite: durante las horas de clase, yendo o volviendo de la escuela, en el café, en el teatro, durante los paseos, nosotros, mozalbetes de bigote incipiente, no hacíamos más que hablar acerca de libros, cuadros, música y filosofía.”
Bendita generación. ~
(Monterrey, 1961) es escritor. Fue ganador del Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2017 por su novela Olegaroy.