Diálogo con Ovidio, de Gonzalo Rojas

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Nuevo arte de amar

Gonzalo Rojas, Diálogo con Ovidio, Aldus, México, 2000, 117 pp.

Material explosivo, pero luminoso y numinoso —como él dice— es el material que brilla en todas las páginas de este libro de Gonzalo Rojas. Un diálogo con el autor de Las tristes y Las Pónticas, trazado con vigor y libertad pulquérrimas, como de un solo golpe, y entonado sin pausa, en un solo aliento, como el de los cantores dotados para emitir la voz por encima de los ciento veinte decibeles en salas mayúsculas de concierto.
     Leyendo "en romano viejo, cada amanecer" a su "Ovidio intacto", como dice el poeta, nos entrega aquí este nuevo, inimitable, irrepetible Ars Amandi moderno, en que se confunden con alegría y con furia las visiones, las voces, las imágenes del universo entero, de Platón o Wittgenstein, de Safo, de Anacreonte, de Catulo y Propercio, a Hölderlin y Novalis, y de ellos a Breton, a Mallarmé y a Pound, y a Borges y a Neruda, y a Vallejo, que le dio "el tono" desde la juventud, como también confiesa el poeta.
     Este último pasmoso libro de Gonzalo Rojas es un sólido tejido de lenguas y de poéticas de todos los confines y territorios en que ha puesto los ojos y los pies. Un complejo muro deslumbrante en que pueden registrarse los diversos estratos de sus vastas lecturas, sus pasiones estéticas y eróticas a flor de piel. Un himno a la belleza del mundo expresado con la libérrima furia verbal de este mortal orgulloso y jubiloso que es el gran poeta chileno.
      
     Hölderlin fue el último que habló
     con los dioses
     yo
     no puedo…
      
     Pero leyéndolo, en este libro y en otros, uno siente la impresión de que sí puede, de que ha logrado con fortuna hablar, y de tú a tú, por lo pronto con los dioses vivos de la literatura, que han sido sus ilustres, conocidos y reconocidos amigos y contemporáneos, los Neruda, los Borges, los Cortázar, los Octavio Paz, los Parra y tantos otros.
     Y también parece, sin ser deísta, que ha logrado hablar con las imaginariasdivinidades de las religiones y las mitologías, él, metafísico y dionisiaco, pero inteligentemente liberado de esa pesada retórica, propia de los telúricosliridas americanos (algunos grandes, hay que reconocerlo) que cantaron hasta la saciedad las glorias del Momotombo, el Aconcagua, el Popocatépetl y la Revolución.
     No se puede acerca de su Diálogo con Ovidio decir más de lo que el libro dice, volcado él mismo sobre su lectura, como un pensante espejo frente a otro. Tal parece al leerlo que todo lo viejo, y todo lo moderno y parte de lo por venir está expresado de insuperable modo en estos poemas. Como que —bien lo sabe el autor desde el principio— la única forma de no ser libresco que un poeta tiene a su alcance, consiste en atenerse, sin reparos ni tapujos académicos o morales, a lasanfructuosidades, tiempos, timbres y armonías de su habla personal, contada en ella tanto el "romano viejo" como lasrasposas jergas arrabaleras de cualquiera lengua y de cualquier país.
     La primera tentación que yo sufroante este libro no es la de escribir algún sesudo ensayo sobre la materia, sino la de ponerme a leer en voz alta sus versos.Pero, como bien lo dice Gonzalo en su presentación de 1997 en Valparaíso, "[…] la poesía […] debe leerse en su aire y su respiro, o simplemente no leerse. Lo penoso es que la oreja no alcanza a ver, y además nadie sino el poeta dispone eneste caso de la partitura".
     Así, dejemos siempre al miglior fabbro y mejor cantor leer él mismo sus poemas como sabe hacerlo, él que posee la partitura y conoce los códigos para descifrar esa compleja maraña de hiatos y desinalefas, de acentos tónicos y de juegos métricos que conforman el ritmo de sus exactas arquitecturas sonoras. –
      
     — Texto leído en la presentación del libro en la Casa Refugio Citlaltépetl, de la Ciudad de México.

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