Pequeño genocidio olvidado

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Julián Herbert

La casa del dolor ajeno

México, Literatura Random House, 2015, 306 pp.

Hace años leí sobre cómo la amistad entre Nietzsche y Wagner terminó abruptamente. Algunas ideas se quedaron en mi mente acerca de ese amargo debate. Me llamó la atención la afirmación de Nietzsche sobre cómo Wagner había traicionado su perspectiva de la música y el arte al incluir una visión cristiana en Parsifal. Para el filósofo en el arte no había espacio para el espíritu, el pensamiento y la fe cristiana. Esa ideología decadente no debería inmiscuirse en el arte, sobre todo cuando este tendría que ser una piedra angular para una nueva moral.

Desde entonces me quedó claro que, en cuestiones de arte, las ideologías estorban. Sin ser tan radical como el filósofo, prefiero aquellas obras que buscan extirpar cualquier dogma. Entiendo la dificultad que esto significa, sé que todos tenemos algún tipo de ideología, pero pienso que el arte no debe servir como vehículo para ensalzar cualquier pensamiento alejado de la experiencia estética, en todo caso, el arte debe tocar estos temas de refilón.

A veces llegan a mis manos libros de escritores con los que no coincido ideológicamente pero con quienes puedo platicar racionalmente sin que eso signifique terminar como Nietzsche y Wagner.

Con Julián Herbert (Acapulco, 1971) tengo un par de debates, el primero casi no importa y tiene que ver con futbol. El otro puede ser intenso y pocas veces lo abordamos: él admira profundamente a Villa y yo soy un Herrera, de los que ayudaron a ajusticiar al bandolero y asesino. A raíz de la publicación de La casa del dolor ajeno, tenemos ahora un tercer debate que explicaré en las siguientes líneas.

Por fortuna, la historia comienza a volverse conocida. En mayo de 1911, durante la revolución maderista, trescientos tres chinos fueron exterminados en Torreón, Coahuila. Estaban desarmados, indefensos y asustados. No entendían bien el español y es probable que tampoco comprendieran las razones de la Revolución mexicana.

Los asesinaron a casi todos después de que la batalla por la plaza había terminado. Fueron atacados tanto por soldados maderistas como por ciudadanos locales. Fue un embate dirigido específicamente a un grupo racial. La sinofobia era algo común en México y su demostración más violenta y, en apariencia, espontánea, algo que Herbert rechaza, se dio en una ciudad en crecimiento, estandarte porfirista de la modernidad y el capitalismo.

Esta historia –que había permanecido por años en estado latente, más que olvidada– ha regresado a la discusión pública no solo por el libro de Herbert sino también por múltiples esfuerzos tanto de historiadores locales como de escritores y estudiosos del tema.

La casa del dolor ajeno se convierte en una perspectiva novedosa porque en realidad no es solo un libro de historia. Si alguien desea leer este pequeño genocidio desde una lectura académica, puede buscar la investigación más completa de esos tres días de 1911: Entre el río Perla y el Nazas de Juan Puig. En cambio, lo que Herbert nos ofrece es una mezcla de crónica, historia, diario confesional y narrativa de no ficción.

El autor hizo una investigación extensa y profunda de una herida histórica en la vida de Torreón y la Laguna. Se sumergió en distintos archivos para demostrar con las suficientes pruebas la participación del ciudadano común en la matanza; también recurrió a la historia oral e incluso a la microhistoria. Pero no lo hizo desde un lenguaje académico y especializado, sino que decidió utilizar sus habilidades narrativas para acercar al lector a la desgracia china de la época. Así, el libro puede ser leído por los legos en historiografía. Un pequeño ejemplo: visité mi cantina favorita durante el periodo en que releía el libro para escribir esta reseña. El Versalles es un lugar limpio en donde la música no ensordece y hay suficiente luz para leer mientras la cerveza de barril helada llega a la mesa. En cuanto entré ese sábado por la mañana, el dueño me interceptó: “Oye, tú que le sabes a esto de los libros y la literatura, tú sabes que a mí esto de leer no es lo mío, pero, ¿ya leíste este?” Me dijo mientras me enseñaba un ejemplar de La casa del dolor ajeno. “Pues sí, resulta que aquí lo traigo.” Las siguientes dos horas estuve platicando con el dueño acerca del libro.

Pero si la obra tiene sus cualidades también pienso que posee algunas carencias. Y aquí retomo la idea inicial de que la literatura no debe ser vehículo ideológico. El libro, a final de cuentas, es narrativa. Lo es porque echa mano de recursos como las acciones encadenadas, las pequeñas historias personales y la interacción de distintos géneros literarios. En ese sentido, Herbert está convencido de que la matanza es un asunto político, y no solo lo fue en 1911, sino que también lo es en la actualidad. Explica que la clase empresarial lagunera, en voz de algunos historiadores, niega la matanza a manos de ciudadanos locales y se la adjudican únicamente a los soldados maderistas que venían de lejos.

Para el autor, el discurso de la burguesía local ha contaminado también el del ciudadano de a pie. Todos prefieren echarle la culpa a Villa de esta matanza antes de reconocer que el lagunero participó activamente en ella.

Aquí siento que Herbert se equivoca. Como ya lo he expresado en otras ocasiones, creo que si la clase burguesa tiene cadáveres escondidos en el ropero no son los de los chinos. Más que de la hipocresía, las mentiras que se han propagado respecto a esta matanza son producto de la ignorancia y la omisión. No sé qué es peor.

Aunque Herbert intentó leer la región y fue bastante acertado, me parece que algunos aspectos se le escapan. Uno de ellos es que al habitante de esta ciudad no le interesa la historia local. De hecho, el ciudadano común demuestra desprecio aunque en su discurso aparente lo contrario. Esto puede comprobarse en los múltiples edificios centenarios que son destruidos cada año, o en el caos en que se encuentran los archivos municipales. El habitante de Torreón no vuelve hacia el pasado, porque se le ha vendido con eficiencia que debe buscar el progreso. La mirada se dirige hacia el norte, nuestro modelo es Houston. El pasado porfirista ni siquiera figura como una pequeña piedra en el zapato.

La casa del dolor ajeno es una investigación profunda, seria y compleja. Un libro que no significa un paso hacia atrás en el trabajo de Herbert, sino en una dirección distinta. Recomendable para entender que las historias de migración son atemporales, incluso si la ideología del autor opera en ocasiones en contra del libro. ~

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(Torreón 1978) es escritor, profesor y periodista. Es autor de Con las piernas ligeramente separadas (Instituto Coahuilense de Cultura, 2005) y Polvo Rojo (Ficticia 2009)


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