Relectura: Visitas guiadas de Gerardo Deniz

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Para empezar, ¿los textos en verso de Gerardo Deniz son poemas? Habría que decir que sí, que por supuesto que sí, pero a condición de que enseguida alguien más dijera que no, que por supuesto que no. O bien se podría escurrir el bulto y simplemente responder: depende. O no responder. Porque depende desde dónde se lea y depende qué se entienda por poesía.

Los versos de Deniz se tensan en esa contradicción. Por un lado se presentan como poesía desde el momento, por no ir más lejos, en que se asumen como versos, es decir, desde el momento en que su escritura adopta uno de los rasgos de identidad más visibles y tradicionales del poema; por otro lado, hay cierto extrañamiento en los versos de Deniz, una suerte de extranjería en sus materias, en sus formulaciones, que parecieran provenir de más allá de la poesía. Su discurso y sus preocupaciones son otras. Y hay cierta incomodidad con el género que se manifiesta incluso explícitamente: “Cómo será que a mis/ tíos y tías los poetas/ les ocurre lo que relatan/ y viven para contarlo.”

Deniz se asume entonces como medio pariente de los poetas: no como hijo, como sobrino. Hay un aire de familia, los versos, por ejemplo, pero eso es todo. Le pesa el nombre de familia, el apellido “Poeta” del que no puede terminar de deshacerse. Lo explica en la “Advertencia” a Visitas guiadas (2000):

 

En el anterior párrafo, la palabra “poemas” está entrecomillada para recalcar que tengo conciencia de no escribir poemas auténticos sino, a lo sumo, parodias vergonzosas del género arduo y sutil, exquisito y multiforme, conocido como poesía. Lo mismo es aplicable a todas las páginas que siguen. Como hay que nombrar las cosas, he osado, para ser breve, llamar poemas a estos textículos que practico.

Sí, los poemas de Gerardo Deniz lo son “entrecomilladamente”, es decir, lo son pero desconfiando y bien podrían no serlo. Al menos hasta que la noción de lo que se suele entender por poesía se modifique. Y Gerardo Deniz la ha venido modificando libro a libro durante más de cuarenta años. Es esta desconfianza sistemática lo que distingue a Deniz de sus contemporáneos y es desde ahí que su escritura poética se erige como una crítica radical. Más que en su escritura endemoniada, tal vez sea en esa desconfianza y en esa crítica radical donde los poetas de las más recientes generaciones han querido entroncar. Deniz se ha vuelto epígrafe cotidiano en los libros de los poetas jóvenes. Quién lo iba a decir hace treinta o veinte años. Posiblemente la noción de poesía se haya ido modificando lo suficiente en los últimos tiempos como para quitarle las comillas a sus poemas. Siempre y cuando, eso sí, esto no signifique obviar su desconfianza siempre recién afilada ante el fenómeno lírico. Tal vez la noción de poesía haya cambiado pero los poemas de Deniz no han perdido ni un ápice de ferocidad. Ahora bien, la desconfianza de Deniz no se limita al territorio poético. Sus versos son la línea de fuego desde donde dispara ante todo aquello que se presuma trascendente. Y sus poemas están a punto siempre de convertirse en otra cosa.

 

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Poesía y crítica a la poesía, los “textículos” de Deniz son artefactos de humor corrosivo que operan dentro y fuera. De ahí su problemática y su tensión. Pero también su apertura. Nada más lejos de Deniz que los soliloquios de la poesía que sólo puede hablar de sí misma, tan de moda entre algunos poetas. Nada tan lejos de Deniz como los meros flujos de palabras atraídas entre sí por su imantación sonora con los que muchos quisieran confundirlo. No, en Deniz más allá del asunto del sentido, siempre hay algo más acá y más concreto: una anécdota. Y una emotividad. Sus poemas siempre cuentan algo que tal vez el lector no acaba de comprender del todo, pero sospecha. Y aquí viene el tan manido asunto de la oscuridad deniziana que algunos han querido confundir con impenetrabilidad o ilegibilidad.

Sí, es oscuro. Habría que acotar: no siempre. Ciertamente a Deniz le gusta construir sus poemas con materiales no convencionales. Es decir, se sale del “código” en que suelen moverse los poetas y utiliza, a través de complicadísimas y personalísimas asociaciones, elementos de otros lenguajes y otras disciplinas: está afuera. Sus intereses, ya se ha dicho mucho, son amplísimos, de la química a la música, y no necesariamente literarios. A eso se le suele simplificar como erudición. Pero en Deniz es otra cosa. Octavio Paz, que saludó con entusiasmo Adrede (1970), su primer libro, no puede evitar al menos alzar la ceja ante ciertos “excesos” de su escritura que desde una perspectiva más tradicional podrían entenderse como lastres: “No todos los enlaces verbales son tan felices. A veces las palabras saltan como dómines envarados sueltos en una playa; otras son mujeres un poco (mucho) obesas cargadas de talismanes turcos, tibetanos, sogdianos, beritenses. Gangas del arte, sirtes del mucho haber leído.” Me gusta esa imagen para la poesía de Deniz. En esa crítica (inserta en un texto más bien elogioso) Paz dibuja uno de los rasgos que más me interesan de su escritura poética. El poema como un mecanismo de jubilosa degradación.

Deniz es un erudito pero sólo en una primera fase. Un erudito es, en el fondo, un coleccionista de conocimientos (materias) y un coleccionista es, en el fondo, un conservador. ¿Son sus poemas una mordaz curaduría de oscuros referentes culteranos? No exactamente: los poemas de Deniz no son vitrinitas donde se exhiben valiosas pedacerías de la cultura occidental. En principio, no hay nostalgia en Deniz. Ni tampoco afán de conservación. Su talante es mucho más práctico: lo suyo es la descomposición y el reciclaje. Si un coleccionista, más que un conservador, es, en el fondo, un pepenador, entonces Deniz hace su agosto en los deshuesaderos de la cultura. Extrae, por ejemplo, citas amputándoles datos de procedencia, o las parodia, es decir, descompone sus materiales hasta la extrañeza y luego les da un nuevo uso, los recicla. No hay desperdicio. Todo le sirve: con una fórmula química, un mal verso de José Emilio Pacheco, una leyenda escandinava y una errata descubierta en un libro de filosofía arma un poema asombroso.

Ahora bien, es en este proceso de reciclaje que ocurre al ingresar las materias al poema donde opera el mecanismo de jubilosa degradación al que me referí más atrás. Materias de origen pretendidamente noble son puestas en vecindad y en igualdad de rango con sustancias de suyo abyectas. Y más aún: les son asignadas nuevas funciones y lo que tenía vocación de trascendente termina en el poema por cumplir las más triviales tareas. Así un koan cuya función originaria sería la de provocar el satori en el discípulo bien podría servirle a Deniz para que un borracho intentara, sin éxito, pedir la cuenta en la cantina de un poema.

La escritura de Deniz no se trata sólo de asociaciones inesperadas sino también de inadecuaciones sañosas a las que son sometidos los materiales con los que trabaja. Las ideas, citas, lenguas que utiliza terminan diciendo cosas para las que no fueron diseñadas y al decirlas delatan su futilidad. Por supuesto que el poema es monstruoso o al menos así lo perciben algunos lectores. Por supuesto que el lenguaje a fuerza de extrañamientos es oscuro, pero ya sabemos que la oscuridad es el hábitat de los monstruos. Por supuesto que no comprendemos del todo el poema pero también nos queda claro que no lo comprendemos del todo. ¿Y, además, qué en este mundo pretenderíamos comprender del todo?

Gerardo Deniz cuenta con nuestra incomprensión, está calculada. Dice con respecto a uno de sus poemas en uno de los comentarios de Visitas guiadas: “Por supuesto, el lector, tan inocente como hipotético, que se interne por ‘Amor y Oxidente’, lo hace ignorando todo lo anterior. Se trata, precisamente, de ver qué cara pone.” Podría decirse que nuestra incomprensión es otro recurso deniziano que se cumple en cada poema suyo con una eficacia asombrosa: habríamos de ver nuestras propias caras mientras intentamos leer uno de esos poemas en voz alta. Deniz se está riendo de antemano: calcula. Y nosotros nos reímos del chiste a nuestra costa. Sin comprenderlo de todo. La oscuridad y la ilegibilidad en Deniz es consciente y calculada. Nos excluye e incluye al mismo tiempo. Otra vez: dentro y fuera.

 

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Si nuestra incomprensión está calculada y si la oscuridad es uno de sus recursos, ¿qué sucede si de pronto el poema se aclara? Gerardo Deniz da un salto al vacío, o, al menos, otro giro de tuerca a sus propios poemas, en Visitas guiadas. Allí reproduce 36 de sus poemas publicados y les agrega notas y comentarios que él se niega a calificar como explicaciones. Apunta:

 

Lo que se ofrece aquí son listas de ingredientes, y casi nada más. Lo cual puede ser curioso y hasta útil a quien trate de leer los correspondientes “poemas” sin aburrirse tanto ni padecer molestias inmerecidas. A veces se añade, cuando más, cierta “puesta en escena”, prescindible a fin de cuentas, que el lector podría –puede– deducir con poco esfuerzo, por su cuenta, o sustituir por visiones suyas igualmente válidas.

 

Lo que en ese libro acontece es realmente fascinante: los lectores somos testigos de cómo un poema al contacto con su comentario se convierte realmente en otro poema. O en otra cosa: una vieja fotografía, una huella, un fósil a partir del cual se puede inventar un pasado. El poema se convierte realmente en otro poema sin que ninguna palabra que lo compone haya sido modificada. No es que finalmente el poema haya sido comprendido a cabalidad. No, realmente hemos perdido para siempre el poema original y ha sido sustituido por uno nuevo. Aunque sean las mismas palabras sus recursos son otros. La oscuridad y la incomprensión eran recursos del poema anterior. En el nuevo poema, modificado por su comentario, la iluminación ha cambiado (puesta en escena, al fin y al cabo) creando el efecto de una familiar intimidad. Por supuesto que se trata de un artificio. Si Gerardo Deniz baja las cartas y muestra su juego (su lista de ingredientes) es porque ya está jugando a otra cosa.

En los comentarios, divertidísimos y entrañables, ya sean un simple glosario o un breve esbozo autobiográfico, Deniz descompone y recicla una vez más. Desmonta el poema en su partes, señala la genealogía de sus materiales, recrea el recorrido, a veces caprichosísimo de sus asociaciones, y cuando vuelve a montar las partes el poema ya no es el mismo, ha cambiado de función: ha sido reciclado. Así lo que antes era un punto de llegada es ahora un punto de partida. Y en algún punto del recorrido Gerardo Deniz que va se tropieza con Gerardo Deniz que viene, intercambian algunas palabras, y continúa cada uno su camino. El poema se convierte en la constatación (foto, huella, fósil) de que lo que cuenta el comentario en verdad ha sido así. Al final del libro hemos perdido 36 poemas (de los que ya sólo nos queda un oscuro recuerdo) y hemos ganado otros 36 poemas. ¿Estamos a mano? Como siempre con Deniz uno tiene la sensación de que hay algo que se nos escapa, de que fuimos testigos de algo que no comprendemos del todo. Pero como él mismo escribe: “¿Quién manda a nadie leer a GD?” ~

 

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