Decían algunos griegos (los listos) que la ética era el arte de vivir bien: una búsqueda personal y colectiva del bien vivir (eudaimonía), guiada por la razón y el juicio. Aristóteles escribió: “La excelencia moral es el resultado del hábito: nos volvemos justos al practicar la justicia.” (Ética a Nicómaco, II, 1).
Escojo esa cita –más que otras en las que Aristóteles habla del “mejor modo posible de vivir”– porque deja claro que la ética no es una regla exterior, sino una disciplina interior: un ejercicio diario que obliga a distinguir lo bueno de lo malo y que al hacerlo, forma carácter.
Es frecuente que se confunda la ética con una receta moral o una lista de preceptos de conducta. En política y entre los beatos ese ejercicio suele desplazarse del juicio personal al mandato: del hábito al reglamento. En vez de invitar a la virtud, impone reglas, deja de formar ciudadanos y empieza a modelar soldados.
Esa confusión se encarna con claridad en los más recientes lineamientos del Consejo Nacional de Morena, cuya ignorancia conceptual los lleva al extremo de hablar de ética cuando lo que diseñaron fueron herramientas de orden y de control.
¿Recuerdan la cartilla moral del expresidente Andrés Manuel López Obrador? Yo ya la había olvidado, pero los nuevos lineamientos me regresaron a esa cartilla basada en un texto de Alfonso Reyes que se distribuyó descontextualizada en 2019. El gesto era simbólico y paternalista: un gobierno que se presentaba como guía moral, hablándole a los ciudadanos del respeto, del cuerpo y del alma en una oda a la patria y la justicia social. El texto provocó críticas justificadísimas por su tono religioso y el uso de recursos públicos, pero en el fondo era una declaración de principios: la paz social, el bienestar físico, la verdad, la cultura del trabajo. No es que haya sido muy útil, pero no es eso lo que analizo, sino su ethos.
Seis años después de la distribución de la cartilla (no era solo para los militantes), Morena aprobó sus Lineamientos éticos para el comportamiento de los militantes, y el disco giró. Ya no se trata de convencer, sino de controlar. El documento, lejos de formar conciencias, establece mecanismos de vigilancia interna: prohíbe alianzas incómodas, regula declaraciones, fiscaliza redes sociales, condiciona las candidaturas a una “formación ética” definida por el aparato y extiende su fiscalización incluso a conductas personales como comer en restaurantes “caros”.
Si la cartilla moral buscaba legitimar el poder con un barniz ideológico, los lineamientos éticos de Morena pretenden consolidarlo con estructura disciplinaria. En apariencia, ambos textos invocan los mismos valores: honestidad, austeridad, justicia. Pero las coincidencias acaban ahí. El primero apuntaba a la ciudadanía. El segundo está dirigido a los propios militantes, y su función es dejar claro que lo ético no es lo justo: es lo alineado.
Esto no debería sorprendernos. Claudia Sheinbaum no solo heredó el gobierno: a su pesar también es el eje de un partido que, sin contrapesos externos, necesita afianzar la obediencia interna. La narrativa de los lineamientos –evitar los vicios del pasado, castigar a quienes dividen, sancionar a los que “difamen” a otros compañeros– es el rostro de una purga anticipada. Es más, la sola amenaza de esa purga ya funciona.
Lo más revelador es su momento político. Los lineamientos no son abstractos: están diseñados desde el grupo de Claudia Sheinbaum para disciplinar al partido rumbo a las elecciones intermedias y locales de 2025, 2026 y 2027. No se olvide que fue una carta suya la base para la redacción de los lineamientos: estos tienen autor y destinatarios. Auguro que funcionarán como una especie de sistema inmunológico preventivo pues pueden detectar desviaciones, aislar disidencias y blindar al grupo dominante. Como ya no hay un líder moral, ahora hay una línea. ~