Cerró sus ojitos Cleto

La validación de la elección judicial confirma que el INE es hoy una institución que certifica lo que la política ya decidió, un operador técnico del nuevo régimen.
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Cleto el Fufui, sus ojitos cerró,
todo el equipo al morir entregó.
Cayendo el muerto, soltando el llanto,
ni que fuera para tanto,
dijo a la viuda el doitor…

¿La identifican? Es la canción de Chava Flores, Cerró sus ojitos Cleto. La recordé mientras veía la sesión del Instituto Nacional Electoral para validar el proceso de renovación judicial de 2025. La democracia es Cleto. Y el INE… el funcionario que, con formalidad impecable, extiende el acta de defunción. Se le murió, pero hizo su trabajo. No es para tanto y “el velorio fue un relajo, pura vida”.

En su sesión de validación, el INE certificó que lo que se vivió —acarreo, propaganda, trampas viejas como las urnas embarazadas, manipulación estructurada, parcialidad institucional— no le quita brillo al proceso. Cleto murió, sí. Pero no es tan grave, porque lo hizo, más o menos, con dignidad procesal.

La sesión fue reveladora. Los consejeros más críticos hablaron de irregularidades más bien conceptuales: hubo una operación montada para condicionar la voluntad del electorado, pero fraude, lo que se dice fraude… bueno, sí, pero solo en 818 casillas. Está dentro del rango aceptable porque es poquísimo en el universo total. Es cierto que regresaron prácticas del priismo pretransición, pero el INE las detectó, las registró y las anuló. Fin del problema.

Me gana el sarcasmo, lo sé. Pero después de horas de escuchar a los consejeros pasar del azoro a la conmiseración, no encuentro otra forma de procesarlo. Todos, críticos y oficialistas, estaban orgullosos del trabajo realizado: fue una elección apresurada, no “auténtica”, sin recursos suficientes para organizarse, con recursos de más en áreas prohibidas, con innovaciones improvisadas e imperfecciones inevitables. Aun así, salieron adelante. Casi casi se abrazaban por lo que aún pueden hacer: operar un proceso que ya no es democrático, pero todavía es ejecutable.

Algunos, como la presidenta del Instituto, Guadalupe Taddei o el consejero Uuc-Kib Espadas, no cabían en sí de orgullo. Ella, porque ahora los mexicanos “eligen” jueces y el INE fue partícipe de esta maravilla. Él, porque al INE no lo derrota nadie —mucho menos unos canallas que embarazan urnas.

“Actores que no podemos identificar intentaron revivir viejas prácticas y hacer que incidieran en la voluntad de los electores. ¡Fracasaron!”, dijo Espadas en su intervención. Lo dijo así y de seis o siete formas más. Estaba empapado de entusiasmo por la capacidad del INE para cuidar y proteger la democracia. Según él, el Instituto no lo hizo bien: lo hizo “muy bien”.

Seis consejeros votaron por la validez de la elección y lo hicieron como Espadas, empapados de entusiasmo como Espadas, con la frente en alto. Otros cinco buscaron ser críticos y denunciaron un proceso viciado que no podían rechazar formalmente. 

Desde afuera se ve con claridad que el INE vive hoy atrapado: cumple con su mandato técnico sin poder actuar frente a una realidad política que lo sobrepasa. Algunos consejeros intentaron sostener ese equilibrio con dignidad. Celebraron su capacidad operativa para anular casillas, garantizar el conteo y entregar resultados pero en la sesión se dijo con claridad: lo que presenciamos no fue una elección auténtica. Fue una elección bien hecha por ciudadanos y funcionarios, sí, pero sin las garantías necesarias para llamarse democrática: sin imparcialidad, sin equidad, sin libertad plena ni información suficiente. Sobre todo, sin protección ante la manipulación del voto. 

Pero bueno, el INE se felicitó: el sistema funcionó. ¿Para qué o para quién? Esa es otra discusión, el caso es que funcionó. La técnica sustituyó a la democracia.

Aquí está el corazón del problema: el INE no es cómplice por acción, sino por conversión. Lo que antes era una autoridad con margen de incidencia se ha transformado en un operador técnico del nuevo régimen. Uno que ve, documenta y reporta, pero no incide. Uno que ya no puede hacer más que ordenar el caos y entregarlo en carpetas.

Algunos consejeros intentaron, en un último gesto institucional, declarar la no validez de la elección, pero no tenían razón. No sólo porque era un recurso dudoso para darle la vuelta a sus atribuciones —no validar, pero tampoco invalidar, entregar constancias sin asumir el resultado—, sino porque el hecho político (la manipulación política) rebasó la figura jurídica y desde el INE no se puede detener ni fiscalizar al poder. 

El INE de hoy es una institución que certifica lo que la política ya decidió. Que se abraza a la técnica como si bastara, sabiendo en el fondo, porque son funcionarios competentes, que entregan a Cleto muerto. Pero tampoco es para tanto, porque el acta está bien redactada y dedicaron horas y experiencia para que esto fuera así. ~


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