Ilustración: Letras Libres

Volvernos locos

El presidente ataca al INE, pero sobre todo, acaba con la confianza como pegamento político y social.
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El escenario es alarmante. Si el presidente logra su cometido, estará dinamitando la confianza en el arbitraje de las elecciones, algo que empezó a hacer mucho tiempo atrás. 

Andrés Manuel López Obrador nos ha advertido incansablemente que el INE es carísimo, que sus consejeros son ricos, que sus decisiones no son imparciales, que su consejo responde a intereses económicos, que sus integrantes militan en la oposición y que las elecciones se deciden con fraudes. Además, el titular del Ejecutivo pregona la decencia de su gobierno y afirma sin rubor que ya no interviene en la renovación de autoridades ni usa recursos públicos indebidos, así que el INE ya debe pasar a ser otra cosa. Algo más barato y más etéreo. Menos relojería. Menos funcionarios. Menos institución. 

“El único puesto que permanecería es el mío”, me dice una amiga que, tras 20 años de trabajo y méritos, ganó el concurso para ser la responsable de la junta local. “Si eso sucede, me veré obligada a renunciar; no podré cumplir con la tarea”. Ella, la que está mejor capacitada, no podría cumplir con su función pues la propuesta implica, entre otras cosas, una drástica reducción de funcionarios. Una sola persona deberá hacer el trabajo de cinco el día de la elección.

Es gravísimo. Pero el horror no se detiene ahí, en la burocracia famélica. Los cambios son en realidad el último de los argumentos del presidente para acabar con la confianza que nos tenemos para renovar autoridades. La confianza en el juego.

Y el horror no se detiene ahí, en ese juego sexenal de cambio de curules, banda presidencial y monstruoso poder. El horror continúa, porque el presidente destruye la confianza en general. En las elecciones y en todo. 

Como él tiene otros datos, coloca a los ciudadanos en un terreno pantanoso donde no se sabe si hay desabasto de medicamento o ataques a su gobierno; si hay más pobres o ayuda social como nunca; si la gasolina está más cara o si tenemos nueva refinería; si Ciro Gómez Leyva fue atacado o fingió serlo para molestar al presidente; si el metro capitalino requiere tornillos nuevos o si hay saboteadores asesinos.

El presidente ataca al INE, sí, pero sobre todo, acaba con la confianza como pegamento político y social. Eso es lo más malvado que un individuo con poder puede hacerle a una nación y eso que la competencia es dura: los poderosos en México han hecho esfuerzos notables para ser tóxicos a la salud pública. 

Temo que lo de López Obrador pasa a otra escala. Sin confianza no solo no podemos renovar gobernantes en paz o tener diálogos públicos, sino que sobreviene la parálisis completa. En salud. En educación. En seguridad. En economía. 

Sin confianza no existe la realidad compartida (robo esa frase, literal, a Maria Ressa, la periodista ganadora del premio Nobel) y ahora déjenme explicar por qué eso es grave. Si no compartimos la realidad, no solo no podemos encontrar solución a nuestros problemas, sino que ¡no podemos encontrar los problemas! ¿Mujeres desaparecidas? Cuáles. ¿Narcotraficantes en los gobiernos estatales? Cuáles. ¿Ex secretarios de seguridad criminales? Uno, pero ninguno de Defensa. ¿Cuál ex secretario de Defensa? Cuál, a ver. 

El futuro que propone el presidente con el último bombazo a la confianza no es un futuro sin elecciones creíbles, sino un futuro de alienación mental colectiva. Un futuro de miedo.

Por eso hay que defender al INE. Porque lo que se está defendiendo es el mundo de los hechos, de la evidencia comprobable, de la razón. El INE funciona y eso sí es verificable. Lo otro es un esfuerzo por volvernos locos. ~

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es politóloga y analista.


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