Celebración en Grant Park

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La leyenda dice —a partir de esta noche, 4 de noviembre, todo, absolutamente todo será leyenda— que en sus tiempos de senador estatal, Barack Obama conducía él mismo su automóvil en el trayecto desde Springfield, capital de Illinois, hasta su cuartel de operaciones en el sur de Chicago. El senador aprovechaba las 180 millas que tenía delante de él para alejarse del ajetreo político y pensar a completamente a solas, sin la sombra de los buitres asomándose a las antesalas del Senado en busca de su carroña, y sin verse obligado a aspirar los fétidos vapores de la cochambre política de la ciudad de Chicago. 180 millas de asombrosas planicies, un inmenso y aburrido espacio vacío para dejar vagar la mente por sus propios meandros cósmicos; largas tres horas y media de carretera en las que ni siquiera Obama mismo imaginó verse al frente de la revolución cultural que ganó la presidencia ayer por la noche pero que, por encima de la coyuntura política, propició la victoria y reivindicación de la democracia en Estados Unidos —aunque los cínicos de banqueta y los incompetentes afirmen que todo es lo mismo, que nada será distinto, que es el mismo juego de manipulación con apenas otras marionetas.

Muchos reporteros y gente de prensa se refieren a Chicago como la capital de Illinois, mientras que Obama no deja de recordarnos que todo empezó en las escalinatas del viejo Capitolio, en una ciudad que sería tan plana y chata como cualquier otra en el Medio Oeste salvo porque en ella se construyó el monumental museo dedicado a Abraham Lincoln. Pronto, los dueños de los lotes de estacionamiento que cubren la mitad del centro de Springfield harán una fortuna especulando con los terrenos que en unos años más alojarán el museo y la biblioteca presidencial de Barack Obama.

Después de ser la capital del orbe por una noche, mañana Chicago volverá a ser Chicago; la ciudad que el titánico Norman Mailer, llamó la gran ciudad norteamericana, tal vez la última: “Solamente una gran ciudad proporciona un espectáculo honesto, porque es la salvación del alma esquizofrénica. Chicago puede tener bestias en la calle, puede tener como alcalde a un gigante de tal fortaleza que se ha transformado en una bestia —un hombre con la verdadera cara de Chicago—, pero es una ciudad honesta que no parece incubar psicóticos en un corredor de aire acondicionado con suelo de vinilo.”

En 1968, el año en que Mailer escribió estas líneas, algunas cosas ocurrían tal como hoy, y otras eran radicalmente distintas. La corrupción municipal es casi la misma; el alcalde, con modestos 19 años de experiencia ininterrumpida en el cargo, lleva el mismo apellido que la bestia que entonces gobernaba la ciudad. En el año de la desastrosa Convención, una jauría de policías apaleaba a los manifestantes callejeros que desafiaban a los delegados del partido Demócrata a las afueras del Hotel Hilton; el 4 de noviembre de 2008, estudiantes de la universidades de Northwestern, Loyola, Illinois y DePaul se congregaron desde primeras horas de la mañana en los alrededores de Grant Park, bajo un cielo abierto e interminable, para entonar una vez más la célebre canción de Woody Guthrie: This land is your land. Brincaron, cantaron, se arremolinaron a las puertas del evento en el que Obama le habló al mundo entero y nadie, absolutamente nadie, les tocó un pelo; esos jóvenes con iphone en mano y sonrisa melancólica que no leen a Mailer, el cronista imbatible que desde 1968 previó la irrupción definitiva de las cadenas de televisión para hacerse con las llaves y las cerraduras de la política.

En 1968, el parque Grant era al mismo tiempo un campamento y un campo de batalla; el Hotel Hilton fue una fortaleza defendida con bastones y gases lacrimógenos; la tibia noche otoñal del 4 de noviembre de 2008, setenta mil miembros y simpatizantes del partido Demócrata regresaron al parque Grant luego de solicitar sus pases de acceso a través de internet; otros 200 mil lo vieron desde las pantallas desplegadas entre las avenidas Jackson y Monroe, a unos metros del evento principal. En 1968 miles de hippies reunidos en el parque Grant pregonaban el poder omnímodo de las flores, el amor y la revolución; en noviembre de 2008, a la víspera de la fiesta de Obama, cientos de pases de acceso fueron puestos en subasta electrónica en Craig’s List; decenas de cibernautas pidieron lo mismo mil dólares y boletos para ver a los Bears, que una cita con miembros del sexo opuesto la noche del 4 de noviembre a cambio de un codiciado pase doble.

Quizás tengan razón los necios. Este 4 de noviembre de 2008, la victoria de Obama, ahora presidente electo de Estados Unidos, trajo pocas cosas nuevas para los tontos y obcecados del planeta; para otros, menos sentimentales, ojalá más imaginativos, el aire del cambio sopla desde del fondo del horizonte, al fondo de la noche donde empiezan y terminan las parduscas e inmemoriales aguas del lago Michigan.

– Bruno H. Piché

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(Montreal, 1970) es escritor y periodista. En 2010 publicó 'Robinson ante el abismo: recuento de islas' (DGE Equilibrista/UNAM). 'Noviembre' (Ditoria, 2011) es su libro más reciente.


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