El caso Sebald

AÑADIR A FAVORITOS
ClosePlease loginn

No acaba de disiparse aún el desconcierto por la inesperada muerte de Winfried Georg Maximilian Sebald —también conocido como W. G. Sebald o “Max” Sebald— cuando ya se han puesto en marcha las bien aceitadas máquinas de su canonización.Nacido el 18 de marzo de 1944 en Wertach, Alemania, y muerto el 14 de diciembre de 2001 en East Anglia, Inglaterra, por un ataque cardiaco mientras conducía su automóvil (o viceversa; una muerte “mixta” y sebaldiana, en cualquier caso), Sebald desaparece de este mundo en el momento exacto de su triunfo internacional —a partir de la traducción de su obra al idioma inglés y al español y siguen las lenguas—, pero reaparece con renovado brío desde ese Más Allá del que disfrutan los pocos elegidos a la hora del llamado “clásico instantáneo”. Los porqués para su inmediata admisión a un club tan selecto son tan lógicos como inevitables. A saber:
     1. Sebald era un académico respetado por los suyos quien, además, escribía unas ficciones “mixtas”, entre el ensayo y lo narrativo, que lo hicieron muy querido por cierta crítica y por ciertos lectores que antes ya habían pasado por Kundera, Eco & Co.: es decir, Sebald como un escritor inteligente para un lector con ganas de que lo hagan sentir todo lo inteligente que le gustaría ser. Y atención: Sebald no es un escritor “de ideas” sino un escritor “con buenas ideas”.
     2. Sebald como Europeo Total: alemán oficiando primero como lektor y después como profesor de literatura en universidades inglesas durante casi cuarenta años a la vez que escritor en su idioma nativo (trabajando codo a codo con sus traductores) y sintetizador cum laude de la naturaleza de su continente.
     3. Sebald fue un logrado agonista que, sin caer en los lloriqueos de Sábato o en los exabruptos de Saramago, denunciaba con elegancia el apocalipsis en cámara lenta en el que nos encontramos todos metidos a la vez que confesaba su “incapacidad para escribir desde una posición moral”. Así, ominoso pero divertido, se benefició de lo mejor de ambos mundos: el compromiso descomprometido del pesimista bon-vivant.
     4. Sebald funcionaba como un todavía más elegante divulgador procesando vidas y obras de otros para —subliminalmente y no tanto— relacionarlas con la suya e insinuar —otra vez, subliminalmente y no tanto— que Stendhal, Casanova, Browne, Conrad, Napoleón & Co. eran, de algún modo, parte inseparable de un Sebald que no se cansaba de repetir dos cosas: “no leo a los contemporáneos” y “no soporto los chirriantes ruidos de las novelas modernas”.
     5. Sebald, devoto fotógrafo y apasionado de los archivos, supuestamente “descubrió” una nueva forma de “ficción-no-ficción”. Un método donde se funde lo autobiográfico con lo biográfico con imágenes —fotos, mapas, dibujos— y se puede competir y ganar con un estilo de libre asociación de ideas generando un aparentemente estricto aparato documental pero que —atención— estaba lleno de “erratas” adrede para el placer narcisista de connoisseurs y happy few con la educación necesaria para detectarlas.
     6. Su Gran Tema era la batalla de la memoria (“la memoria es la espina dorsal de toda literatura respetable”) contra el olvido, y su compulsión —perfecta para un perfecto lector progre— era la de sacar a relucir los recuerdos, lo olvidado a propósito, lo desaparecido, dragar esos “océanos de silencio”. Para Sebald, la culpa está para sentirla y no para negarla (lo que explica ciertas reticencias de sus paisanos a la hora de certificar su grandeza), sin que esto evitara su profundo desprecio por “la industria del Holocausto à la Spielberg & Co.” y por “todo tipo de confesionalismo”.
     7. Sebald murió justo después de publicar su admirable e indiscutiblemente mejor y más clásicamente novelístico libro: Austerlitz. Obra donde por fin el autor presenta un personaje fuera de su persona: el atribulado y nómada Jacques Austerlitz, construido a partir de “tres individuos y medio reales”. Austerlitz consigue un perfecto destilado entre trama, historia, recuerdo y amnesia, a la vez que obliga a pensar en todo lo que pudo haber sido y no será y que, por omisión, hace a Sebald todavía más grande a partir de una muerte en la plenitud de sus poderes.
     Un genio del marketing no hubiera podido producir un mejor producto.

EL NUEVO ORDEN
La muerte ordena y, sí, pone las cosas en su justo sitio. La muerte —en un escritor tan “funerario” como Sebald— aporta un factor extra y definitivo: una nueva visión de sus libros a partir del final en el que la obra en tránsito se convierte en súbita obra completa. Un paisaje donde lo sebaldiano (el movimiento constante del cuerpo y de la cultura) cambia de signo, de polaridad. Lo nómada vira a sedentario y el lector en castellano —que se vio obligado a leer a Sebald a partir del recorrido trazado por las ediciones inglesas— tendrá en breve la oportunidad de leer in toto la obra de Sebald. Y en orden. A saber: el iniciático poema en prosa de 1988 After Nature (aparecido en inglés el año pasado), Vértigo (1990), Los emigrantes (1992), Los anillos de Saturno (1995) y Austerlitz (2001), el recién editado en Hamish Hamilton On the Natural History of Destruction (polémico ciclo de conferencias sobre el bombardeo de ciudades europeas por los aliados y la responsabilidad e irresponsabilidad en el asunto de los alemanes, cosa que no le cayó nada bien a sus compatriotas), y For Years Now, poemas ilustrados por la artista Tess Jaray. Agregar dos ensayos sobre literatura austriaca —Descripción de la miseria (1985) y La patria siniestra (1991)—, un conjunto de “reflexiones” sobre Keller, Hebel y Walser —Hospedaje en una casa rural (1998)— y eso, parece, es todo lo que habrá hasta que alguien se anime a la inevitable recopilación de papeles académicos, apuntes para sus clases, etcétera. Después, claro, pasado el entusiasmo y descubierto un nuevo astro, habrá que ver si Sebald sigue siendo un nuevo sol entre los soles con los que habitualmente se lo compara (Borges, Proust, Calvino, James, Nabokov, Conrad, Kafka y Bernhard, a quien consideraba “uno de mis modelos”); o si, luego del encandilante momento de nova, pasará a ser otra de las miles de muy interesantes estrellas muertas. ¿Provocará su ausencia una legión de fáciles imitadores? Porque, en apariecia aunque no en calidad, Sebald es muy fácil de imitar. Meses atrás, en Barcelona, el italiano Roberto Calasso manifestaba su desconcierto ante esta veloz ascensión de Sebald a los territorios mitomaniacos del póster jamesdeanesco. Calasso comparaba esta vida post-mortem con la misma compulsión que ha marcado al viajero de ultratumba Bruce Chatwin. Sea cual sea el motivo de que de tanto en tanto el mundo intelectual parezca requerir los servicios de un icono consagrado y bendecido, una cosa, otra vez, queda clara: todo juicio veloz por la prepotencia de una muerte antes de lo que se suponía es, sí, inevitablemente un juicio apresurado. De este modo y sin demora, las necrológicas y memoirs de amigos y colegas han elevado a Sebald a un altar muy alto, tan alto que da vértigo.

EL VIEJO SISTEMA
Y el vértigo ofusca tanto a los sentidos como al sentido común. La culpa —otra vez— no es de Sebald sino de los fans de Sebald que prefieren no ver en su supuestamente indiscutible originalidad a los anteriores y simultáneos representantes de la forma. No me refiero aquí al Stendhal de Henry Brulard o al Sterne de Un viaje sentimental (o a la tan sebaldiana antes-de-Sebald —incluyendo fotos y mapas— Nadja de André Breton), sino a todos esos contemporáneos de Sebald que muchos de los sebaldmaniacos prefieren ignorar por amor a su ídolo o porque, sencillamente, prefieren no leer a tantos pudiendo leer sólo a uno. Nombres y títulos tan diversos como el Michael Ondaatje de Running in the Family, el Rick Moody de The Black Veil, el Enrique Vila-Matas de Historia abreviada de la literatura portátil, el Paul Auster de La invención de la soledad, el Pierre Michon de Vidas minúsculas, el Douglas Coupland de Polaroids y La vida después de Dios, el Javier Cercas de Soldados de Salamina, el James Ellroy de Mis rincones oscuros, el Haruki Murakami de Underground, el Don DeLillo de Submundo, el Javier Marías de Todas las almas y Negra espalda del tiempo, el Jack Finney de Time and Again y From Time to Time, y tantos otros.
     “Sí, recordamos y escribimos sobre nosotros mismos a través del recuerdo y la escritura de otros”, explicó Sebald un tanto obvio pero funcionalmente epigramático. Lo que no ha impedido que sus acólitos —suele ocurrir en estos casos— prefirieran y sigan prefiriendo leer para otro lado y celebrar su ingenio popular antes que su indiscutible y mucho más exquisito genio: ese tempo y ese tono que hacen a todas y cada una de sus frases perfectos ejemplos de eficacia narrativa y de orfebrería sintáctica según la cual una encaja con otras pero que, a la vez, permite que se las pueda admirar en solitario, como si todo empezara y terminara en cada una de ellas.
     En este contexto de unánime apología absoluta y de búsqueda solitaria de un estilo entre ascético y exquisito, la publicación en inglés de After Nature —piedra fundamental del edificio sebaldiano y obra de transición entre el ensayo y lo narrativo casi coincidiendo con la publicación en español de Austerlitz (Anagrama)— tal vez aclare unas cuantas cosas gracias a que, paradójicamente, no es un gran libro de Sebald pero sí es un libro muy interesante a la hora de catalogar al alemán célebre por su posterior fiction-non-fiction. Para empezar, en After Nature resulta un tanto discutible su etiqueta de “poema en prosa”, así como sus intenciones de reflexión lírica sobre la destrucción de la naturaleza a manos del hombre. Cercano al zapping-enciclopedismo de las canciones del italiano Franco Battiato (y al formato utilizado por Roberto Bolaño en Tres o Hans Magnus Enzensberger en El hundimiento del Titanic), Sebald divide su ciclo poético en tres secciones estipulando desde el vamos la estética de su sistema desplazándose, siempre, por la confusión que existe “entre la historia y la historiografía como experiencia histórica”. La primera parte de After Nature se ocupa del pintor Matthias Grunewald; la segunda de Georg Wilhelm Steller, un miembro de la expedición de Beringan; y la tercera —la mejor de todas— de W. G. Sebald inaugurando su personaje/caminata. Movimiento que no puede dejar de recordar al conductor de Connections —aquella formidable serie televisiva de divulgación donde todo se relacionaba con todo— y que en Sebald es la perfecta corporización del miniturismo como coartada perfecta para convertirse en maxihistoriador: en dueño de la Historia Universal a partir de la deuda con la historia privada. “La oscura noche sale y avanza” —así se llama el tercer poema— inaugura ese vahído-vértigo que marcará después, enseguida, posteriores exploraciones suyas. Viajes donde —como suele ocurrir con los supuestos reencarnados, que siempre son derivados de Cleopatra o de Leonardo Da Vinci y que nunca parecen representar a un humilde pastor tebano o a un mendigo renacentista— Sebald suele pasearse, casualmente, por los territorios de lo más trascendente dejando los barrios bajos de lo anónimo para otro día.
     El que este primer Sebald nos hable en versos desflecados en lugar de líneas a toda página, poco y nada modifica el resultado —en realidad irrita un poco por su gratuidad— al ser comparado con el de Los anillos de Saturno o Vértigo. Resultado éste —la llamémosla “autobiografía universal”— al que Sebald arribó cuando buscaba “una forma de escribir en la que el arte se manifestara con discreción y sin pompa basándome un poco en los documentales que se pusieron muy de moda en la Alemania de 1970 y que nunca fueron considerados importantes… Un sistema con el que trabajar un ‘efecto de realidad en la ficción'”. Dicho y hecho, y After Nature (a diferencia de la madura y sabia Austerlitz) se lee, según se prefiera, casi como una deducción demasiado tardía de un detective o una confesión anticipada del asesino antes del crimen. En cualquier caso: ambas motivaciones —la de buscar huellas digitales en el mango de un cuchillo o la de clavarlo hasta el mango— están marcadas por una obsesión con los efectos del pasado sobre el presente y la admisión casi orgullosa de que “los muertos siempre me han interesado más que los vivos”.
     Aquí y ahora, muerto, Sebald es muy pero que muy interesante para todos los que lo sobreviven. Para los muchos que admiten en voz muy baja (tal vez por miedo a ser víctimas de una maldición faraónica) lo un tanto exagerado de su prestigio y para los muchos más que juran por su divino nombre al que siempre invocan en vano —para salir bien parados— a la hora de responder rápido a la pregunta de qué se está leyendo ahora.
     Sebald sirve, funciona, abriga, refresca mejor y es tan fashion y tan útil para los nuevos ricos de la intelligentsia. Sebald es práctico y legible. Sebald prestigia a su usuario y consumidor. Sebald no sólo es culto: Sebald produce el agradable efecto —o impresión— de culturizar y produce también astucia evangélica.
     Otra vez, para que quede claro, para que nadie se enoje: lo mejor de Sebald son sus libros considerados como gratificantes escalas en un largo viaje; lo peor de Sebald son los que piensan que Sebald es, inevitablemente y de golpe, el mejor de los mejores y el destino final y definitivo donde más allá sólo puede haber monstruos.
     Y que su muerte así lo confirma.
     Queda por averiguar cuánto tiempo permanecerá el fantasma de Sebald poseyendo la biblioteca de nuestra casa embrujada.
     Volvemos a hablarlo —si estás ahí, Max, por favor, da tres golpes— en uno o tres o cinco o diez años, ¿sí? –

+ posts

es escritor. En 2019 publicó La parte recordada (Literatura Random House).


    ×

    Selecciona el país o región donde quieres recibir tu revista: