Apenas el año antepasado, como parte principalísima de los festejos de su centenario, Claude Lévi-Strauss (1908-2009) fue admitido, en vida, en la Biblioteca de la Pléiade, privilegio inusual que compartió con el novelista Julien Gracq y algún autor de los pocos que alcanzan el siglo en procesión. Leo el prefacio de la edición, firmado por Vicent Debaene y me encuentro con una defensa del derecho de Lévi-Strauss a estar en una colección donde destacan los escritores, defensa un tanto fuera de lugar pues en el canon de Gallimard aparecen las plumas de otros pensadores: Tocqueville, Marx, Nietzsche.
Es conveniente, pese a todo, esa defensa: desde hace mucho se tiene vulgarmente por literatura sólo a lo que pertenece al dominio de la ficción o de la poesía, restricción que hubiera resultado incomprensible para Aristóteles (quien expulsó a la lírica de la poética) y para buena parte de los tratadistas y críticos de los siglos XVIII y XIX. Literatura también es escribir gran historia y gran antropología, literatura han sido y serán, también, Herodoto, Tucídides, Las Casas, Sahagún, Gibbon, Michelet, Darwin y… Lévi-Strauss. De hecho, quizá casualmente, quizá no, un año antes que a Lévi-Strauss, la Pléiade admitió en su seno al conde de Buffon (1707-1788), otro gran naturalista-escritor en su día criticado por Cuvier –nos recuerda Debaene en su prefacio– por escribir demasiado bien en demérito de su ciencia.
Escribía soberbiamente Lévi-Strauss y recorriendo sólo los libros incluidos en las Oeuvres de la Pléiade, es difícil no abandonarlo casi todo para seguir la cadencia, a ratos muy ardua para el profano, de Tristes trópicos (1955), El totemismo en la actualidad (1962), El pensamiento salvaje (1962), Mirar, escuchar y leer (1993), traducidos al español, entre otros, por Francisco González Aramburu y Juan Almela (alias Gerardo Deniz). El de Lévi-Strauss era “gran estilo” en varias de las definiciones alcurniosas del término y no poca de su influencia se debió a su brillante presentación como clásico en vida, es decir, el autor de una obra que parecía indiferente a la historia, hecha de antigüedad, horneada con el mito y a la vez neta, transparente, como el pensamiento salvaje que –según algunos– se inventó. Se culpa al antropólogo de haber postulado, triunfalmente, la causa de la teoría como sustituto de lo real.
No es extraño ni casual que Lévi-Strauss y sus mejores lectores (sobre todo Michel Foucault y Roland Barthes) fueran escritores todos muy buenos, si no es que grandes. Los excesos y las puerilidades de la “moda estructuralista” (como la llamó el antropólogo antes de darse de baja, sin mayor éxito, como su patriarca) quedarán siempre atemperadas, en principio, por el estilo. No todo en ellos fue sólo estilo y tratándose de Lévi-Strauss, su influencia sobre las teorías de la literatura fue inmensa y, a veces, nefasta. Véase, por ejemplo, lo que dice Antoine Compagnon, en Le Démon de la théorie. Littérature et sens commun (1997), a propósito de la llamada “querella de los gatos”, en la cual Lévi-Strauss y nada menos que Roman Jakobson, vaya dúo, entraron a saco en la poesía de Baudelaire con la intención de imponer el mito, la estructura, contra la intención de decir, abolida, de un poeta.
Guiado por Montaigne, cuya relectura es un capítulo hermosísimo de la Historia de Lince (1991), Lévi-Strauss forma parte esencial de la historia de las ciencias humanas en tanto literatura, en compañía de Rousseau, para empezar. Inspirado como escritor por Max Ernst y sus collages, Lévi-Strauss se recortó a sí mismo en una profunda silueta de moderno: siempre viaja Lévi-Strauss en el mismo barco que André Breton, como lo reconoció, primero que nadie entre nosotros, Octavio Paz. Nadie como Lévi-Strauss expandió los límites del universo e hizo contemporáneos a Rimbaud y a las vocales de colores de los indios macushi de la Guyana, a la venerable forma de la sonata del manifiesto del surrealismo, a los animales que pueblan las Mitológicas de todo el censo salvaje que conformamos sus lectores, aturdidos y admirados. Tanta literatura de fundación, la que modifica la realidad, hay en la antropología de Claude Lévi-Strauss como en el libro de los viajes de Cristóbal Colón, aunque uno y otro no se hayan topado con el antiguo oriente sino con otra cosa.
(Publicado previamente en El Ángel de Reforma)
es editor de Letras Libres. En 2020, El Colegio Nacional publicó sus Ensayos reunidos 1984-1998 y las Ediciones de la Universidad Diego Portales, Ateos, esnobs y otras ruinas, en Santiago de Chile