Aquí hay tres fragmentos de tres autores europeos del siglo XX:
1) Aunque no lo parezca, Crónica del alba está escrita en el campo de concentración de Argelés. Su autor era un oficial español del Estado Mayor del 42 Cuerpo del Ejército. Necesito yo haberlo visto para aceptar que un estilo tan sereno y frío, tan ‘objetivo’, fuese posible en aquellas duras condiciones. El verdadero autor, José Garcés, era muy amigo mío […] Pepe Garcés entró con los restos del ejército republicano en Francia. De su situación regular de hombre de 35 años, sano, inteligente y honesto a la manera española, es decir haciendo de la dignidad una especie de religión, se vio convertido en un refugiado sospechoso a quien los negros senegaleses de Pétain trataban a culatazos.
2) Pero la mayoría, como Poddach, la polaca y yo, habíamos pasado por prisiones y campos de concentración en Alemania, Italia, Europa oriental o España. Nos habían derrotado en parte por nuestra culpa, en parte porque las Potencias que debían haber sido nuestros aliados naturales nos habían abandonado y derrotado. Unos años antes nos habían llamado mártires de la barbarie fascista, pioneros en la lucha por la civilización, defensores de la libertad, y mucho más; la prensa y los políticos occidentales habían hablado mucho de nosotros, posiblemente para ahogar la voz de su mala conciencia. Ahora nos habíamos convertido en la escoria de la tierra.
3) El concepto de derechos humanos, basado en la supuesta existencia del ser humano como tal, se desmoronó en el mismo momento en el que aquellos que decían creer en él se enfrentaron por primera vez con personas que habían perdido todas sus cualidades y relaciones específicas, salvo la de que seguían siendo humanas.
Esta semana la Unión Europea ha declarado haber alcanzado un acuerdo con Turquía sobre la crisis de los refugiados: Europa devolverá a ese país a todos los “migrantes irregulares” que lleguen a Grecia, sean inmigrantes económicos o solicitantes de asilo. El acuerdo, bien explicado aquí y sobre el que se conocerán más detalles la semana que viene, ha sido criticado por la ONU y Amnistía Internacional y es legalmente cuestionable. Aquí se puede leer lo que pasa en un campo de refugiados en la Unión Europea.
Además de una compensación de 6.000 millones de euros, el pacto incluye un impulso a la posible entrada de Turquía en la UE. Paradójicamente, esto sucede cuando crece la inquietud por el autoritarismo en Turquía, donde en los últimos 18 meses se han abierto casi 2.000 casos por el crimen de insultar al presidente Erdogan, donde hay una veintena de periodistas encarcelados y donde hace unos días el gobierno entró a la fuerza en la sede de Zaman, un periódico crítico con el régimen. Como han escrito José Ignacio Torreblanca y Adela Cortina, “el principio de acuerdo entre la UE con Turquía es más bien producto del pánico político y electoral que del debate y la reflexión. Porque no solo es mezquino en su lógica, sino que ignora los problemas de derechos humanos y libertades en ese país, concede un cheque en blanco al presidente Erdogan para reprimir a la oposición y a los kurdos y no aporta soluciones a la causa final de todo el problema: la guerra de Siria, en la que Turquía tiene un papel crucial”.
Es casi una costumbre culpar de todo a la Unión Europea. Pero, además de la enorme complejidad del problema, de los errores que haya cometido y de que siempre sea más agradecido culpar a un organismo lejano que a los electores y sus representantes nacionales, a lo largo de toda esta crisis ha habido una mezcla de bloqueo y cinismo por parte de los gobiernos estatales, que no han cumplido los compromisos que aceptaron. 26 Estados miembros han acogido a medio millar de solicitantes de asilo de los 160.000 que hay que reubicar desde Grecia e Italia. Esa cantidad, señaló el presidente de la Comisión, representa un 0,11% de la población europea. Eslovaquia, uno de los países más reacios contra la entrada de solicitantes y lo que algunos dirigentes europeos han denominado “una invasión organizada”, no ha aceptado ni a una decena de solicitantes.
En una deprimente paradoja, la generosidad de Angela Merkel, aplaudida en su momento, ahora se ve como algo erróneo e irreflexivo. El discurso antiliberal, nacionalista y xenófobo de Viktor Orbán se vuelve paulatinamente aceptable, y finalmente mainstream. Hace unos días, Donald Tusk, el presidente del Consejo Europeo, aconsejó: “No vengáis a Europa”. Aunque supuestamente su mensaje iba dirigido a los inmigrantes económicos, también estaba destinado a los solicitantes de asilo. El periodista Pablo Rodríguez Suanzes escribía la semana pasada:
En apenas cuatro años, el mensaje que ahora envía la UE al resto del mundo es precisamente el contrario: lo que importa son las fronteras nacionales. Nosotros a un lado, ellos al otro. Ese "compromiso marcado por la trágica experiencia" ya no inspira el deseo de que no se cometan los errores del pasado. A 3 de marzo,siete países en Europa han reinstaurado controles fronterizos. Esta misma mañana, Dinamarca, tras aprobar una ley para requisar las pertenencias de los refugiados, ha notificado por carta a Bruselas que prolongará un mes más la medida para controlar los flujos migratorios. A 3 de marzo, miles de personas duermen en campos improvisados en la frontera entre Grecia y Macedonia, con gases lacrimógenos, presión policial, frío y una falta alarmante de productos de primera necesidad. El ministro francés Emmanuel Macron ha 'amenazado' a Reino Unido con dejar que los acampados en Calais, ahora desalojados, lleguen al país si sale de la UE, pues Londres ya no podría hacer controles en territorio galo. En el Este, los mensajes abiertamente xenófobos se propagan por Polonia, República Checa o Eslovaquia.
Los fragmentos que encabezaban este post son textos de tres grandes autores europeos que vivieron una época atroz: Ramón J. Sender, Arthur Koestler y Hannah Arendt. Los tres tuvieron que abandonar su país. Podría haber citado a muchos otros: uno de los primeros sería Jorge Semprún. No mucho antes de morir, Semprún, en el campo de Buchenwald en el que estuvo internado durante la Segunda Guerra Mundial, recordaba una advertencia de Claudio Magris: “lo fundamental ya no es luchar contra los totalitarismos, sino combatir los particularismos”. O podría haber citado a Héctor Abad Faciolince, que hace unos meses contó en Letras Libres cómo se tuvo que refugiar en el territorio de la Unión Europea cuando su vida corría peligro en Colombia.
A veces la admiración que podemos sentir por escritores como Sender, Arendt o Koestler convive con la percepción clarísima de las diferencias. Eso es también un síntoma de cordura. Pero lo que vieron y lo que vivieron, trasladado a la ficción, el testimonio o la reflexión, nos recuerdan algo que forma parte del impulso que crea la Unión Europea: no solo la conciencia de la destrucción sino también del desamparo.
En la idea de Europa hay un elemento entusiasta y casi utópico. Es fácil despreciarlo, a veces desde un cinismo disfrazado de pragmatismo. Pero ese elemento incluye también un componente realista, empírico: la evidencia de la profundidad del sufrimiento y sus consecuencias para todos, y de lo importante que es hacer lo que esté en nuestra mano por evitarlo.
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Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).