La alquimista de Berlín

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En un rincón del bar del Hotel Kempinski en Berlín me recibe Yoko Ono con alacridad y sin pretensión alguna. A pesar de sus casi ochenta años no ha perdido jovialidad y aparenta veinte menos. Sorbe un espresso, y la tacita de Meissen –fatalidad de la alquimia– parece un auspicio: con la crisopeya de su arte, Yoko Ono busca trocarlo todo en oro de paz.

Vino a Berlín para presentar un nuevo show –como le gusta decir–, una provocación para repensar la violencia. Su título, Das Gift, es un juego de palabras: en inglés significa “regalo”, en alemán es “veneno”. Yoko Ono vislumbra en cada ramalazo de la violencia un regalo u oportunidad para transmutar ese veneno en paz. “Este mundo está lleno de violencia y no puedes cerrar los ojos a esa realidad”, me explica. Habla pausadamente, se ayuda con señas enfáticas, como si aún se sintiera forastera en la lengua inglesa. “Hay que confrontarla porque solo conociéndola la puedes cambiar. Es imposible transmutarla si la desconoces. Si no comprendemos la verdad del mundo jamás tendremos paz, pues esa paz mundial que deseamos está basada en una cierta consciencia del mundo mismo.”

Cuando aludo a la situación desbordada de violencia en Medio Oriente y Latinoamérica se encoje de hombros. Prefiere dirigir la atención sobre Estados Unidos: “Son tiempos muy tristes, estamos todos en estado de shock, pasando todos por una serie de sacudidas. En Estados Unidos teníamos el orgullo de ser un país liberal. Pero de pronto caímos en la cuenta de que no lo es, que ya no es ese país grande y magnánimo de antes. Luego vino la devastación económica. Y el actual régimen es verdaderamente incapaz de conseguir lo que todos esperábamos.” Con el puño onomatopéyico concluye: “¡Pum, pum, pum! Fueron tres golpes duros.”

Esta decepción de hoy evoca las famosas bed-ins for peace (“encamadas por la paz”) con John Lennon durante su luna de miel a finales de los años sesenta, esa protesta célebre contra la guerra norteamericana en Vietnam. Pero pasadas las décadas, Yoko Ono está curada ya de aquellas inocentadas: “Bueno, siempre hay algo que aprender. Cuando John y yo escribíamos canciones políticas éramos ‘activistas’ –esta palabra llenaba la atmósfera en esos tiempos– y, cuando hicimos las bed-ins, pensábamos que el mundo se volvería pacífico. Pero no sucedió.”

La violencia ha signado su vida. De joven sobrevivió en un búnker a los despiadados bombardeos de Tokio al final de la Segunda Guerra Mundial. Su segundo divorcio fue particularmente penoso, sobre todo cuando su ex esposo le secuestró a la hija. Y por supuesto, los cuatro balazos a quemarropa a John Lennon, que le pillaron a pocos metros de distancia.

Aunque en conferencias de prensa evita hablar sobre Lennon, en petit comité no muestra reparo alguno: “Estamos por celebrar el cumpleaños 70 de John [el 9 de octubre]. Y todo el mundo lo está celebrando con música.” Pero ahora, Yoko Ono favorece las órbitas diminutas sobre los términos planetarios: “Mi manera personal de celebrarlo es, en cambio, hablando acerca de él, dando mis impresiones en círculos reducidos, como ahora mismo con ocasión de este show.

Me refiere una historia que cuenta en su manifiesto Imagine Peace del pasado abril, donde acuñó el término pebble people (“gente guijarro”): tras estudiar el movimiento de las olas, dos científicos concluyeron que cualquier guijarro tiene un impacto en el comportamiento de ellas. Un niño que juega en la playa cambia el océano entero. Durante la conversación, solo en este momento se permite Yoko Ono un modesto sobresalto. En su manifiesto sugiere: “Ahora propongo que nos llamemos ‘gente guijarro’. Enviémosle al mundo piedritas. No se trata de salpicar mucho con rocas grandes; eso atraería más gente, incluso a la gente no indicada. Nuestra revolución silenciosa no hace anuncios, pero algún día será aceptada como ley de vida por todos.”

El optimismo desbordado de la alquimista Yoko Ono muda en piedritas las ilustres mariposas de la Teoría del Caos: “La gente que no es ni rica ni famosa se pregunta qué puede hacer. ¡Solo piensa! Tu pensar está afectando el mundo entero. Estamos todos conectados. Olvídate de pensar que debes hacer algo grande y concéntrate en cositas. Somos ‘círculos pequeñitos’, como guijarritos. Arroja una piedrita, eso es todo.” Curiosamente, Yoko Ono parece no darse cuenta de que se mantiene en el mismo discurso de “transformar el mundo”. Pero ya no es cuestión de dos privilegiados que lo cambian desde la cama, sino que este esfuerzo es ahora de todos.

Sus dos guijarros más preciados son el amor y la sonrisa. “La gente me pregunta qué eficacia puede tener una sonrisa en este mundo. Cuando John murió, estaba furiosa. No pude sonreír durante mucho tiempo.” Yoko Ono se incorpora un poco de su silla e imita las hilachas que le devolvía el espejo a diario. “Hasta que me dije que esa actitud era mala y me enfermaría. Así que intenté sonreírle al espejo.” Con las yemas de los dedos sobre los labios contiene una risita infantil que se le escapa por los ojos. “En cierto momento logré sonreír de nuevo y sentirme mejor. No solo en el corazón, sino en todo mi cuerpo. Caí en la cuenta de que me hacía bien, que tenía que seguir sonriendo.” Y sentencia: “No hay nada torpe en sonreír.”

Yoko Ono invita a ver la vida desde su nueva atalaya del amor y la sonrisa. Este es también, en definitiva, el regalo de Das Gift: una presentación “pacífica” de la violencia.

Pocos autores han observado el binomio arte-violencia con tanto acierto como Theodor W. Adorno. En algún lugar señala que el arte moderno se ha vuelto decididamente violento y que ya no se trata de la representación de la violencia, sino tan solo de su presentación. En el arte moderno, Adorno descubre un sismógrafo de los mecanismos sociales de violencia. La paradoja se cifra en que el arte moderno ha devenido inofensivo. Adorno pregunta cómo debe leerse la fuerza destructiva de la violencia.

Das Gift funciona como la respuesta de Yoko Ono a Adorno. “Por doquier se repite acerca de mi exposición: ‘¡Violencia, violencia, violencia!’, pero cuando entras adviertes que no es en absoluto violenta. No se trata de una conversación en voz alta sobre la violencia. En realidad, mi voz es muy silenciosa, muy suave.” Al entrar a la galería Haunch of Venison, el visitante encuentra –suspendidos del techo– cascos de soldados llenos de piezas del rompecabezas de un cielo azul. La violencia destroza horizontes individuales pero el cielo sigue ahí, azul e impávido ante la Historia. Al librar la jungla de cascos colgantes resulta imposible no embolsarse un trozo de cielo.

La pieza principal, titulada “A Hole”, es un vidrio con un impacto de bala. La artista trata de interpelar al espectador y lo invita a plantarse delante y detrás del cristal para que asuma los roles de víctima y agresor. Es una obra fuerte subrayada por esa asepsia que le confiere la artista-cirujano en el quirófano de la galería.

Más interesante aún es la pieza de la habitación posterior, “Memory of Violence”. Se invita al asistente a completar nueve planos de Berlín con fotos, recortes o notas que marquen geográficamente alguna experiencia violenta para producir un mapa de los recuerdos de la violencia berlinesa. Yoko Ono lo apoda el “Basurero”: “Pegando lo que quieras, pones tu cólera y resentimiento en este cuartito, que funciona como basurero. Todos esos cuadros pueden cubrirse con sufrimientos, incluso tu propio dolor puede ser cubierto por el de otro.”

El filósofo israelí Avishai Margalit escribió un libro fundamental sobre la ética de la memoria (The ethics of memory, Harvard University Press, 2002). Entre otras cosas, Margalit propone perdonar sin olvidar. “¡Magnífico!”, me interrumpe Yoko Ono. “Es muy difícil perdonar… en mi caso, a la persona que mató a John. Me gustaría llegar a ese punto, pero en realidad se trata de llevar a cabo todos los perdones que nos debemos.” Una entrevista publicada en Time al día siguiente de nuestro encuentro en Berlín completa lo que me dijo: “No he sido capaz de perdonarlo [al asesino] todavía. Pero no pienso todo el tiempo en él, eso ya es algo bueno”.

Una pregunta flota aún en el aire: por qué traer Das Gift a Berlín, una ciudad donde florece la paz entre las ruinas salvajes de guerras no muy lejanas. ¿Justo por eso o mera casualidad? “Hasta cierto punto puedes decir que es fruto de la casualidad porque me invitaron a presentar un show y necesitaba ideas sugerentes. Pero más allá de eso, Berlín significa mucho para mí. Fui educada en la cultura alemana, con su música, pintura, literatura… todo esto estuvo presente en mi infancia. Luego vinieron la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría y todo lo que ya sabemos. Precisamente por esa tradición alemana tan rica en historia, filosofía, música clásica, etcétera, estoy segura de que la gente de aquí entenderá mi exposición. Al preparar una instalación debes tener un diálogo conceptual, de lo contrario sería una locura presentar algo que nadie va a entender. Cuando trabajaba en esta exposición conducía un diálogo mental con la gente de Berlín.”

La paz chicha de Berlín es idónea para festejar el arte y discutir sobre violencia, como un sitio neurálgico donde Yoko Ono ha instalado su pequeña piedra filosofal online: “hay una obra en el segundo piso de la galería donde se te da la oportunidad de regalarle tu sonrisa al mundo, a cualquier mundo”.

Pero hacia el final de nuestra conversación se le escapa a Yoko Ono una digresión que evidencia su auténtico desasosiego. Berlín es la nueva trinchera desde donde lanza su crítica al Estados Unidos de hoy, que compara con la época del Muro: “Es un país hermoso, lo admiro de verdad. Pero de pronto te das cuenta de que hay norteamericanos cazando gente inocente.”

¡Pum, pum, pum! Cuarenta años después, la bed-in for peace devino en el Berlin for peace. ~

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Doctor en Filosofía por la Humboldt-Universität de Berlín.


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