Leyendas del CERN

Uno de los miembros legendarios del CERN fue clave para que el internet tenga la forma que ahora tiene. 
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Robert Cailliau es una leyenda del CERN. Cuando lo conocí acababa de diseñarle a Apple su primer navegador a fin de que las Macintosh de la empresa pudieran incorporarse al nuevo mundo de la WWW, creada por Tim Berners-Lee y el mismo Robert a fines de la década de 1980. “La idea era aprovechar las capacidades del hipertexto y comunicar laboratorios de altas energías como SLAC, Fermilab, KEK, DESY y CERN casi instantáneamente”, me contó el ingeniero holandés.

Cuando empecé a escribir aquellos “diarios de los días del átomo”, en 1992, el internet era cosa de unos cuantos iniciados en la física de partículas, más dos o tres despistados. Roger Bartra se atrevió a publicarme un arcano sobre el texto h cuando dirigió La Jornada Semanal. No existían las redes sociales, ni mucho menos las tabletas interactivas. Las PC y las Mac no se hablaban. Tocar la pantalla de tu máquina para pedirle un dato era un sueño guajiro. ¡No había discos duros! Incluso en los sitios de vanguardia como CERN muchos artefactos aún eran analógicos y no se veían tantos objetos digitales como hoy. Le platico a Cailliau que, además de partículas, me vi obligado a aprender un poco de Unix y TeX, y responde: “De eso nunca te arrepentirás”.

Robert y Tim siempre tuvieron clara la idea de lo que querían: abrir esta poderosa herramienta de comunicación al público con elementales reglas de convivencia. Más tarde Cailliau creó el primer proyecto web para la Comisión Europea, WISE, junto con Fraunhofer Gesellschaft. Bajo su supervisión se puso en marcha un primer sistema de verificación de identidad para una navegación segura y pugnó por la estandarización de los cables, hasta que por fin apareció el USB. “Es como la vida misma”, me dice Robert, “no puedes ir metiendo las narices en los asuntos privados de los otros o atropellar al prójimo mientras surfeas. Ni tampoco puedes tratar a los ciudadanos como si fueran sólo potenciales e sugestionables compradores, sino que es necesario darles la posibilidad de ser usuarios libres. Los datos no pertenecen a la compañía que renta el servicio de almacenamiento y gestión, sino al usuario”.

Momento histórico en el gigantesco ATLAS, pocos días antes de sellarlo y meses antes del descubrimiento del bosón de Higgs. Los sofisticados detectores pueden verse a la izquierda, alrededor del tubo azul del LHC. Es el punto donde se hacen chocar los dos haces de protones a velocidades muy cercanas a la de la luz.

 

Vino a Ginebra muy joven, en 1974, cuando inició la década dorada de esta física. Apenas cincuenta años antes Rutherford y su equipo se encerraban en un cuarto oscuro con objeto de ver y contar sin otro instrumento que su vista las cintilaciones generadas por las partículas alfa que golpeaban pantallas de sulfuro de zinc. La cacería de partículas subatómicas se hizo, primero, a ojo pelón, y hasta los años cincuenta mediante procesos semi automáticos, electromecánicos. Incluso en los inicios de experimentos relativamente recientes de CERN como el UA1 (1981-1990), la computadora escribía el registro completo de una colisión interesante, y mientras tenían esperando el rastro de otras 3,000 colisiones que podía ser pertinente registrar.

En los siguientes años el ingenio de la comunidad de ingenieros y físicos de partículas  para reinventar los aceleradores y, por tanto los detectores de partículas subatómicas, haciéndolos cada vez más rápidos y precisos, tuvo un apoyo logístico, estratégico, decisivo gracias a las ideas sobre programación computacional de gente como Robert. Éstas repercutieron en el nuevo entorno digitalizado del CERN al permitir una mayor capacidad de criterio y análisis a fin de saber lo que era pertinente o no registar del mundo cuántico. Hoy en día los detectores electrónicos y calorímetros que rodean el LHC en cuatro sitios cavernarios pueden contener la más extravagante ensalada de aleaciones, metales raros y peligrosos, cables únicos e industriales en una empresa eminentemente artesanal, pues muchos artefactos se diseñan y montan casi a mano.

Como quiera que sea, internautas, gracias a Robert y Tim estamos vivos y coleando en tierra binaria, donde, entre otras cosas, y a sugerencia de uno de los gurus de la Física teórica del CERN, Luis Álvarez Gaumé, podemos seguir una sabrosa polémica entre el furibundo reduccionista Steven Pinker y el ingenuo holista, editor de New Republic, Leon Wieselter. Puede leerse aqui.

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escritor y divulgador científico. Su libro más reciente es Nuevas ventanas al cosmos (loqueleo, 2020).


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