La ciencia es el paradigma de nuestro tiempo. Como sucede con cualquier paradigma, sea dios, sea la naciรณn, sea el republicanismo, es objeto de dos impulsos diferentes. Uno de imitaciรณn. Otro de reacciรณn. Y ambos entraรฑan riesgos.
Desde la revoluciรณn darwinista, la ciencia fue adquiriendo un peso relativo mayor, y no tardรณ en mezclarse con las ideas polรญticas. El marxismo se empapรณ del nuevo paradigma, que alcanzรณ todos rincones de Europa impreso en las pรกginas de El Capital de Marx y Engels. En Rusia causรณ furor. Tiene gracia, porque la Rusia zarista hacรญa gala de una censura fรฉrrea, tan fรฉrrea que habรญa prohibido libros tan peligrosos como la รtica de Spinoza. El caso es que El Capital logrรณ burlar la censura, que dijo que aquel mamotreto era demasiado denso, demasiado analรญtico y demasiado cientรญfico como para que alguien se tomara la molestia de leerlo.
Pues bien, El Capital lo petรณ en Rusia. Llegรณ en 1872, solo cinco aรฑos despuรฉs de que se publicara la primera ediciรณn en Hamburgo, y quince aรฑos antes de que se editara en inglรฉs. La primera tirada, de tres mil ejemplares, se agotรณ en menos de un aรฑo, cuando la primera ediciรณn alemana, de mil copias, habรญa tardado cinco aรฑos en venderse. Para la intelligentsia urbana el marxismo fue un soplo de esperanza. Aquella ideologรญa contaba con el respaldo de la ciencia, constituรญa una “vigorosa fe, pertrechada de hechos y de cifras”. El fatalismo con que los aspirantes a revolucionarios habรญan encajado el atraso y la pobreza de Rusia, que parecรญa condenada a ser un paรญs de campesinos pobres, rudos y devotos, encontrรณ en Marx un optimismo cientรญfico y econรณmico sin precedentes.
La intelligentsia despreciaba al campesino ruso sobre el que los zares habรญan querido representar una falsa comuniรณn con su pueblo. Decรญan que eran brutos y los ridiculizaban asegurando que, durante una epidemia de cรณlera, aquellos campesinos hambrientos e iletrados habรญan agredido a los doctores que trataban de vacunarlos porque pensaban que les estaban inyectando veneno con su medicina. Y ciertamente eran brutos: aquellas gentes paupรฉrrimas no habรญan tenido ocasiรณn de pisar una escuela.
Pero los altaneros obreros fabriles que con tanto fervor habรญan abrazado el paradigma cientรญfico tampoco eran el recopetรญn de la intelectualidad. Habรญan dejado de confesarse y de acudir a la iglesia, pero, a pesar de sus esfuerzos, todavรญa estaban muy lejos de haber entendido nada. Cuando trataban de refutar el nihil ex nihilo de los creyentes, incurrรญan en disparates hilarantes. Es el caso de un joven obrero que, segรบn cuenta Orlando Figes, tratรณ de demostrarle a un campesino lo errado que estaba al creer en dios del modo siguiente: tomรณ una caja, la llenรณ de arena y la puso al sol. Al cabo de los dรญas, la tierra contenรญa gusanos e insectos. Asรญ era como la “ciencia” de la generaciรณn espontรกnea dejaba a dios fuera de juego.
Algo parecido sucediรณ con la siguiente revoluciรณn cientรญfica, que tuvo lugar al alba del siglo XX, y cuyo mรกximo exponente fue Albert Einstein. El bueno de Einstein nunca imaginรณ que su teorรญa de la relatividad de 1915 alcanzarรญa tales cotas de รฉxito social. Lo cuenta Paul Johnson en Tiempos modernos: en los aรฑos veinte el gran hallazgo cientรญfico comenzรณ a permear la vida cotidiana. Para horror de Einstein, la gente confundiรณ la relatividad con el relativismo, asรญ que comenzรณ a extenderse la creencia de que los absolutos se habรญan extinguido: el tiempo y el espacio, el bien y el mal, el conocimiento, el valor, ya no eran absolutos. Como seรฑala Johnson, el fรญsico no era un creyente practicante, pero reconocรญa un dios. Creรญa apasionadamente en estรกndares absolutos sobre lo que era correcto y lo que no, y habรญa consagrado su vida a la bรบsqueda de certidumbres. Aquella interpretaciรณn caprichosa de su trabajo cientรญfico le provocaba gran desazรณn, y asรญ se lo hizo saber a su colega Max Born: “Como en el cuento del hombre que convertรญa todo cuanto tocaba en oro, tambiรฉn conmigo todo se convierte en confusiรณn en los periรณdicos”.
En las dรฉcadas siguientes el paradigma cientรญfico fue completamente interiorizado. Asรญ, la gente comenzรณ a buscar explicaciones de apariencia racional para los misterios cotidianos que durante siglos se habรญan atribuido a la magia o a los dioses. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial y durante toda la Guerra Frรญa, las noticias sobre avistamientos de ovnis inundaron las pรกginas de los diarios de informaciรณn. Hoy puede parecernos ridรญculo y descabellado, pero, durante dรฉcadas, la hipรณtesis extraterrestre se revistiรณ del aura de lo cientรญfico. Recuerdo una entrevista con un campesino burgalรฉs que aseguraba que habรญa tenido un encuentro en la tercera fase con seres de otro mundo. El ovni habรญa aterrizado junto a su huerta y de รฉl habรญan descendido dos tipos verdes que le habรญan preguntado: “¿Quรฉ tienes ahรญ plantado?”. El seรฑor les dijo que tomates. Despuรฉs, los alienรญgenas volvieron a su nave y desaparecieron.
Seguramente, si su seรฑora le hubiera dicho que habรญa visto una bruja volando en una escoba o le hubiera contado que habรญa estado hablando con el espรญritu de su difunta madre, el campesino burgalรฉs la habrรญa tomado por una chalada. Sin embargo, pensar que los extraterrestres nos visitaban parecรญa una hipรณtesis cientรญfica y, por tanto, verosรญmil. De hecho, las experiencias mรญsticas y las apariciones religiosas que habรญan sido tan frecuentes todavรญa a principios del siglo XX dejan de producirse hacia 1950, dando paso a un creciente nรบmero de avistamientos y encuentros con extraterrestres. En el fondo se trata de fenรณmenos esotรฉricos parecidos que, en el caso de los ovnis, se reviste de un barniz pretendidamente cientรญfico para actualizarlo al paradigma de su tiempo.
El fin de la Guerra Frรญa, de su carrera espacial y de la carrera armamentรญstica, trajo consigo el declive del fenรณmeno ovni. Pero eso no ha significado el fin de las pseudociencias. El mundo posmoderno, siempre dispuesto a jalear al individuo y a promover la crรญtica contra lo establecido, ha dado alas a un buen nรบmero de creencias que pretenden estar respaldadas por la ciencia. Los movimientos antivacunas, de los que tanto se hubieran burlado los obreros rusos del XIX que creรญan en la generaciรณn espontรกnea, cuentan hoy con un buen nรบmero de seguidores. Del mismo modo, encontramos legiones de opositores a los fรกrmacos, “la quรญmica” o la ingenierรญa genรฉtica. Los alimentos transgรฉnicos son vรญctima de una cruzada que sostiene que son cancerรญgenos. Las pruebas del calentamiento global son despachadas como mera ideologรญa sin base racional y las antenas de los mรณviles son criminalizadas como enhiestos surtidores de muerte.
Ayer mismo, alguien en mi Facebook publicรณ un enlace a algo que se presentaba como informaciรณn bajo el siguiente titular: “Cientรญficos de la USP demuestran que la energรญa liberada por las manos tiene el poder de curar”. La ciencia es el paradigma de nuestro tiempo y, por eso, incluso sus enemigos tratan de imbuirse de su poder racionalista. A pesar de todo, lo que va de la relatividad al relativismo seguirรก siendo el abismo que media entre la ciencia y el disparate.
Aurora Nacarino-Brabo (Madrid, 1987) ha trabajado como periodista, politรณloga y editora. Es diputada del Partido Popular desde julio de 2023.