Foto: EFE

Un brindis para Fernando del Paso

Palinuro de Mรฉxico, de Fernando del Paso,ย le hacรญa una autopsia irreverente a lo que entonces quedaba de โ€œla moderaciรณnโ€, esa tiranรญa afelpada de las sociedades hipรณcritas y solemnes.
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Me alegrรณ mirar las fotos que muestran a Fernando del Paso ayer, en Bellas Artes, en el festejo de su octogรฉsimo aniversario. Se mira formidable, Fernando: un leprechaun encendido de ojos sagaces, buena melena de leรณn plateado y piel de muy buen color, amplificada por uno mรกs de sus inauditos sacos y corbatas de dandy cromรกtico: diez megatones de rojo escarlata.

En cosa de fernandodelpasologรญa yo soy palinuresco, si no palinuromaniaco. Yo (que era muchacho y conocรญa la “o” por el trasfondo) habรญa leรญdo un capรญtulo de Palinuro de Mรฉxico en el suplemento de Siempre! que dirigรญa Monsivรกis, La cultura en Mรฉxico, pero la novela no navegaba en Mรฉxico por no sรฉ quรฉ entrevero de editoriales o derechos, a pesar de su nombre y de estar encomendada al legendario piloto Palinuro.

Por fin un pariente tameme trajo a desgano la novela de Espaรฑa: medio kilogramo de dicha encuadernada. Todo cambiรณ. Un lector mexicano como yo, antes de Palinuro, tenรญa en su librero pocas novelas conciudadanas (mi preferido en espaรฑol era Guillermo Cabrera Infante). “Lo de Mรฉxico es la poesรญa”, solรญamos decir en los pedantes corredores universitarios. La escuela nos imponรญa las marchas forzadas de los novelistas de la Revoluciรณn y hasta Agustรญn Yรกรฑez. Ya en privado, uno se espesaba leyendo a Salvador Elizondo, a Juan Garcรญa Ponce y a Juan Vicente Melo. A Ibargรผengoitia se le disminuรญa por “divertido” (como si fuera fรกcil). Rulfo era un altar brillante con su custodia paradรณjica de polvo y silencio. Fuentes me parecรญa impostado y trepidatorio. (El capรญtulo que hay en Palinuro sobre Ambrose Bierce es literatura; Gringo viejo, la novela de Fuentes, es un manual de buenas costumbres acadรฉmicas malas).

Palinuro de Mรฉxico abundaba de vida, viveza y vivacidad, se desbordaba de su propio exceso, rebasaba todo sentido de la proporciรณn y hacรญa de la hipรฉrbole un exabrupto estrepitoso. Era absolutamente inusitada: hablaba como hablรกbamos, sucedรญa a la vuelta de la esquina, no habรญa intermitencias ni sermones. Felizmente ayuna de encargo histรณrico y paqueterรญa concienciante era intensamente mexicana, pero como debe ser, a contrapelo, sin guitarrones aullantes ni destilados identitarios. ¿Serรก cierto lo que dice Palinuro, que acostarse sobre los tres tomos de Mรฉxico a travรฉs de los siglos cura la flatulencia?

Para mรญ y para mi generaciรณn fue una formidable propedรฉutica. Palinuro de Mรฉxico, mรฉdico en ciernes, le hacรญa una autopsia irreverente a lo que entonces quedaba de “la moderaciรณn”, esa tiranรญa afelpada de las sociedades hipรณcritas y solemnes; Palinuro y sus amigos (y avatares) Molkas y Fabricio y Walter —y desde luego la divina Estefanรญa— hacรญan trizas el abrigo ceniciento del “medio tono” y lo cambiaban por uno de esos sacos rajaretinas que usa Fernando. La “psicologรญa nacional” se dejaba de ventriloquismos y por fin botaba la charretera y la leontina, se sacudรญa el mastique y danzaba y cogรญa y se reรญa y se aligeraba en psiques y eros que caminaban por barrios adjuntos: de la universidad a Tlatelolco, por los centros comerciales (donde Palinuro y sus camaradas aterran empleadas con tropelรญas anatรณmicas) y las hospitalarias librerรญas.

Y no lo hacรญa con ligereza, sino con “gracia”, esa categorรญa imprecisable pero contundente. Es, Palinuro de Mรฉxico, una novela enormemente versรกtil y valiente, llena de riesgos. “Palinuro en la escalera” es un asombroso tour de force. Los cรกlidos amores de Palinuro y Estefanรญa en su cuartito de la plaza de Santo Domingo me parecen mรกs cercanos que los de Cortรกzar y La Maga en Parรญs. Aquellos huevos estrellados que se escapan del sartรฉn y vuelan por el aire como un pequeรฑo sistema planetario. Las parodias del mundo publicitario y los discursos filosรณficos y la lengua castellana. El desenfado gรกstrico y la exaltaciรณn corporal…¡ah, el desopilante capรญtulo ya no del llano, sino de los pedos en llamas, “flagrantes e ignipotentes”! y ¿quรฉ decir del asombroso y rabelaisiano concurso de penes? Y la triste muerte del espejo y la dulce discusiรณn sobre si hay que enterrarlo o dejar que se lo coman los pรกjaros…

¡Feliz cumpleaรฑos, querido Fernando! ¡Vamos un dรญa siete veces a desayunar, siete a comer y siete a cenar con la hermosa Socorro al Pavillon Montsouris y pedimos siete veces siete platos! ¡Salud!

 

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Es un escritor, editorialista y acadรฉmico, especialista en poesรญa mexicana moderna.


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