Velos

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La expulsión de una alumna de un instituto en Pozuelo de Alarcón por llevar el velo islámico ha reabierto el debate sobre esta prenda en España. En ocasiones la discusión ha tenido un tono deprimente. Algunos han apelado a la libertad y el “derecho a la educación”; otros han aprovechado para rechazar la influencia islámica, defendiendo en cambio la presencia en la escuela pública de los crucifijos, que, según explicaba un representante de una asociación de padres católicos el otro día, no son un símbolo religioso.

Me entró un poco de melancolía cuando la ministra Carme Chacón nos informó oportunamente de que no vivimos en Francia, que prohibió los símbolos religiosos en la escuela pública y se platea vetar el niqab en los espacios públicos. En España –donde no se han eliminado los símbolos religiosos de las instituciones estatales– el uso del velo en la escuela depende de las normas de los centros educativos. En Pozuelo, el centro lo había prohibido, una alumna lo llevaba y fue expulsada. Si la alumna hubiera decidido ir desnuda o vestida de Batman y la hubieran expulsado, probablemente quienes defendían su derecho a la educación habrían hecho algún matiz: quizá algunos le habrían sugerido que se vistiera, o que fuera a un centro educativo donde la desnudez o los trajes de Batman estuvieran permitidos. Pero, por lo visto, como se trata de una cuestión religiosa, hay que emplear reglas distintas. Cuando se habla de libertad religiosa parece que se piensa que esa libertad es un poco más importante –algo más sagrada– que otras libertades. Como si cuando una costumbre estuviera sancionada por la religión la ley no tuviera nada que decir. Eso no es una defensa de la libertad sino de un privilegio: un blindaje que sirve para justificar atrasos y crímenes y nos lleva directamente a la barbarie.

Varios países europeos tienen medidas diferentes, y gente que está en contra del velo y de la patética defensa que hacen a veces de él algunos occidentales desconfía de la eficacia de la prohibición: es por ejemplo el caso de Marnia Lazreg, que en Questioning the Veil se muestra contraria a la legislación turca que prohíbe el velo en la universidad (Erdogan intentó eliminarla). Una periodista que admiro, Soledad Gallego Díaz, se muestra partidaria de prohibir el burka y el niqab en determinados espacios públicos, pero no el hiyab. Uno de los argumentos que se repiten es el de la prudencia: la lucha contra el velo puede ser contraproducente si los musulmanes deciden convertirlo en un símbolo; la presencia del velo integral es poco importante en España y atacarlo podría servir para reforzarlo. También se alerta del peligro de legislar sobre la vestimenta, del fantasma de la xenofobia y se señala que no son lo mismo el burka o el niqab que el hiyab. Los matices y el respeto a la libertad son esenciales, y en esta batalla la educación debe ser un arma más poderosa que la prohibición, pero las consideraciones tácticas no deberían primar sobre los principios. Creo que hay que recordar todo el tiempo lo que significa esta prenda: lo ha explicado muy bien la escritora iraní Chahdortt Djavann en Abajo el velo. Es un elemento de segregación que afecta a la mitad de la población y contraviene el más leve concepto de igualdad. Borra del mapa a las mujeres como seres humanos y las convierte en un objeto sexual y de intercambio. Clasifica en esa categoría a las niñas cuando todavía son menores de edad. Djavann cree que eso debería ser un delito:

Que jóvenes mujeres adultas lleven el velo es asunto suyo. Pero en la actitud de muchas de ellas hay una doble perversidad. Llevar el velo en Francia no es el medio de fundirse en la masa anónima, más bien la forma de atraer la mirada, de hacerse notar, una forma de exhibicionismo, de provocación; mujer objeto y orgullosa de serlo; mujer objeto sexual, más exactamente. Esa perversidad, de nuevo, es asunto suyo. Pero no lo es de ningún modo, suplico que me presten atención, si se acompaña de un mensaje proselitista destinado a las más jóvenes, de un mensaje también velado porque disimula su verdadera naturaleza bajo el velo de las palabras “libertad”, “identidad” o “cultura”. Imponer el velo a una menor, es, en sentido estricto, abusar de ella, disponer de su cuerpo, definirla como un objeto sexual destinado a los hombres. La ley francesa, que no prohíbe nada a los mayores que consienten, protege a los menores contra todo abuso de este tipo. Todas las formas de presión directa o indirecta que aspiran a imponer el velo a menores les confieren al hacerlo un estatus de objeto sexual asimilable al de la prostitución. Deben ser prohibidas por la ley. Las mutilaciones psicológicas y morales son mutilaciones sexuales, al igual que las mutilaciones sexuales son igualmente mutilaciones psicológicas y morales. Ha habido etnólogos, afortunadamente minoritarios, que han defendido la ablación en nombre de la diferencia cultural. Pecado contra la inteligencia y contra la sociedad. No cometamos el mismo error, la misma falta, con el velo islámico. No es en nombre de la laicidad que hay que prohibir llevar el velo a las menores, en la escuela o en otro sitio, sino en nombre de los derechos del hombre, y en nombre de la protección de menores.

De vez en cuando, los medios muestran a una mujer musulmana moderna, que explica que para ella el velo es una opción, un elemento que reafirma su identidad o un instrumento de emancipación. Creo que la diferencia entre el hiyab y el burka o el niqab es cuantitativa y no cualitativa, y que mientras el velo sea una imposición para una sola mujer no puedo aceptar el argumento de la emancipación. Djavann escribe:

¿Las mujeres musulmanas que han podido salir gracias a las leyes y la educación republicanas y laicas de Francia y que hoy reivindican el velo piensan alguna vez en esas otras mujeres, encerradas tras el velo, que no tienen ningún derecho en su país? Me pregunto si miden la situación de esas mujeres privadas de la educación más elemental, que no tienen, en el caso de las más pobres, ni siquiera una partida de nacimiento, esas mujeres aplastadas, esas mujeres muy numerosas de las regiones más desérticas y aisladas de los países musulmanes. ¿Quizá una estancia en un país como Afganistán les viniera bien a quienes se pretenden “liberadas por el velo”? ¿Quizá podrían compartir su “libertad” con las mujeres afganas?

Hay estudiosos que discuten la procedencia coránica de la obligación del velo. Prefiero que las religiones se adapten a los tiempos, que se cuestionen las lecturas de los textos sagrados y se impongan las interpretaciones menos fundamentalistas, pero creo que es más importante la razón laica, que debe transmitirse por medio de educación en libertad y ha de mostrarse comprensiva pero firme: el pedigrí de cualquier costumbre es menos relevante que su respeto a los derechos del hombre. El velo es una ofensa a la dignidad de todos los seres humanos y es incompatible con los principios de la democracia. No quiero que desaparezca en Occidente: quiero que desaparezca en todo el mundo.

– Daniel Gascón

(Ilustración tomada de aquí.)

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Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).


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