Me recuerda una canción de Michel Polnaref famosa en 1968 (¡el mayo francés fue un no!) que decía: "Tengo una muñeca, que dice no, no-no, no-no, no; todo el santo día, dice no, no-no, no-no, no…"
El no de mayo del 2005 me recuerda el no francés de 1954 que enterró el proyecto de una Comunidad Europea de Defensa: 51 años después Europa no ha podido construirla y no la va a construir pronto. Hoy en el mundo el único proyecto político original es, era Europa. ¿Una utopía? Eso parecen pensar esos franceses, ampliamente mayoritarios, que negaron el proyecto de Constitución. De hecho no es una Constitución; es un tratado entre veinticinco Estados que no crea ningún Estado federal europeo y tampoco cancela la Constitución Francesa. Cuando mucho crea un principio de Europa política al fundar una Presidencia y una Secretaría de Relaciones, darle a la Unión Europea la personalidad jurídica internacional, y aumentar el papel del Congreso europeo. Se vale decir que ese texto está mejor que el marco jurídico existente, a saber: el Tratado de Niza.
Los sondeos no fallaron al anunciar la victoria del no; sólo subestimaron la dimensión triunfal de esa negación (56 por ciento) con doce puntos de ventaja, un no que pasa en medio de las clases sociales y de los partidos y que une a la extrema derecha de Le Pen con la extrema izquierda "trotskista", con los verdes, el Partido Comunista y más de la mitad del Partido Socialista. El no es mayoritario entre todas las categorías de asalariados, tanto del sector privado como del sector público, y alcanza el 83 por ciento entre los obreros espantados por el movimiento de deslocalización que cierra las fábricas en Europa (y en ee.uu.). De manera interesante, un estudio manifiesta que, en vísperas del voto, una mayoría de franceses, hasta entre los partidarios del sí, le tenía más miedo a una victoria del sí (¿qué pasará?) que a la del no (no cambiará nada, seguiremos igual, además se podrá renegociar el tratado).
Todos los esfuerzos de toda Europa y de los mejores defensores del sí en Francia (Jacques Delors, Jean Daniel, Alain Touraine y muchos otros) no lograron tranquilizar a los franceses frente a lo desconocido. "Caminante, no hay camino…" "¿No lo hay? No camino, pues." Desde 1983 la tasa del desempleo en Francia es superior al 10 por ciento y afecta 22 por ciento de los jóvenes; es una experiencia terrible que se ha vuelto permanente. Los franceses se equivocan cuando creen que la Unión Europea tiene la culpa, pero les habían dicho que el mercado único y el euro significaban prosperidad y crecimiento. Se equivocan de la misma manera cuando creen que el déficit creciente del Seguro Social y la quiebra por venir del sistema de pensiones se deben a Europa. Los Estados Unidos (y México) tienen el mismo problema.
Al identificar Europa con el liberalismo y la economía de mercado, se ilusionan; Europa, como China, como la India, está en la economía de mercado, y vetar la "Constitución" no servirá de nada. Mantendrá un tiempo la ilusión de que los problemas socioeconómicos de Francia no tienen causas francesas, y de que la culpa la tiene la maldita globalización, de la cual Europa es el instrumento.
Alain Touraine apoyó el sí: "Es seguro que si vota no, Francia perderá su lugar central en Europa y, al mismo tiempo, reforzará en ella a todas las fuerzas que se oponen a unas iniciativas necesarias […] Rompe con la evolución de Europa durante cincuenta años, y el futuro de Francia se verá gravemente comprometido."
Jean Daniel —quien encabezó valientemente desde la dirección de Le Nouvel Observateur una contraofensiva a favor del sí— terminó desesperado: "Si se mira caso por caso, es cierto que los franceses tienen opiniones diferentes, pero lo que siempre aprueban es el rechazo, la oposición; en definitiva el no." No era ni sordo ni ciego ante las razones del descontento generalizado, pero decía —y pienso lo mismo— que el voto sobre la Constitución no tenía nada que ver con la necesidad de cambiar a la sociedad francesa. Pero el fondo del problema ¿no será que los franceses no quieren cambiar nada? Para que no cambie nada son hasta capaces de hacer una revolución. (El no holandés, que se confirma mientras escribo —10 de junio—, merece otro artículo: obedece a razones diferentes.) –
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