Entrevista a Joel Kotkin: “La clase trabajadora ha sido devastada por una combinación de neoliberalismo y políticas medioambientales”

Autor de libros sobre clases sociales, urbanismo y geografía, el sociólogo Joel Kotkin cree que la concentración de riqueza y la desigualdad nos acercan al feudalismo.
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En The coming of neo-feudalism. A warning to the global middle class, el sociólogo Joel Kotkin, autor de varios libros sobre geografía urbana y demografía, elabora una nueva jerarquía de las clases sociales en Occidente. Por un lado está una nueva oligarquía compuesta por multimillonarios que, al contrario que la vieja aristocracia, creen en el trabajo productivo y la meritocracia. Luego hay dos clases medias: la tradicional, que denomina yeomanry, “formada por pequeños propietarios de negocios, pequeños terratenientes, artesanos, o lo que históricamente denominaríamos la burguesía, o el Tercer Estado francés, muy integrado en la economía privada”, y la clerecía o clerisy, formada por “un grupo que se gana la vida en instituciones cuasi públicas, generalmente universidades, los medios, el mundo de las ONGs y el alto funcionariado”. Y, finalmente, las clases populares sin propiedades y con trabajos precarios. Su análisis es original, riguroso, provocador y trasciende las divisiones partidistas e ideológicas tradicionales.

¿En qué se basó para construir esta nueva jerarquía? Y, sobre todo, ¿qué es lo que ha cambiado en Occidente en las últimas décadas que explique estos cambios?

Durante la Revolución industrial existían estas divisiones, pero en EEUU, Reino Unido y Japón, tras la Segunda Guerra Mundial, hubo un esfuerzo muy importante por acabar con ellas, por incluir a la clase trabajadora en el proyecto de movilidad social. Existía la idea de que si la gente trabajaba duro merecía determinadas ayudas y podría comprarse una casa y vivir bien. Y fue algo universal, al menos en los países industrializados. Entonces ocurrieron dos cosas. El surgimiento de China, que debilitó la fuerza industrial que impulsó la creación de una clase media en Occidente. Y en segundo lugar, el crecimiento del sector financiero, que ha llegado a dominar otras actividades económicas. Cada vez más las empresas son instrumentos financieros, no corporaciones que producen algo. Si a esto le añades la tecnología, tienes un grupo pequeño de empresas tecnológicas, muy financiarizadas, que dominan los mercados de capital. Compran otras industrias y contribuyen a la concentración de la riqueza en cada vez menos manos.

En la gran mayoría de países occidentales, la clase trabajadora ha sido devastada por una combinación de neoliberalismo y políticas medioambientales, con subidas del precio de la tierra, de la energía, lo que ha creado pobreza energética. Y tienes también una ideología por la cual todo el mundo debería vivir en una ciudad densa y usar el transporte público, a pesar de que la gente (y especialmente con la covid) no quiere.

Hoy se impone la visión del mundo de Davos, en la que grandes empresas determinan los valores sociales. Hay mucha gente preocupada por Trump, comprensiblemente, por su personalidad y tendencias autoritarias. Pero el tipo de autoritarismo que veo en el futuro es un autoritarismo corporativo. Creo que el objetivo de las empresas es hacer dinero y que deberíamos crear incentivos para que esto se consiga de la manera más beneficiosa para la sociedad. Pero no quiero que el presidente de Goldman Sachs me diga cómo debo vivir mi vida. Hay un autoritarismo corporativo que pone muy difícil a las pequeñas empresas competir. Si esto sigue así, tras la pandemia y con la emergencia climática, esta actitud va a poner las cosas muy difíciles a la clase media y baja. Tenemos una clerecía y una oligarquía multimillonaria que están acabando con la clase media.

Habla de los nuevos oligarcas como individuos formados que defienden la globalización, la meritocracia, la sostenibilidad medioambiental, el progreso. Pero no escribe sobre los viejos ricos, lo que en otras obras ha denominado “los viejos plutócratas”.

A pesar de que eran dañinos en muchos aspectos, los viejos capitalistas industriales (General Motors, las empresas petrolíferas), incluso las primeras empresas tecnológicas e informáticas (Intel, Hewlett Packard, IBM), trataban bien a sus trabajadores, porque existían sindicatos, y les ofrecían un estilo de vida mejor. El mundo que describe John Kenneth Galbraith en El nuevo Estado industrial era indudablemente jerárquico, pero no acababa con la clase media. Existía la posibilidad de ascender socialmente. Y no existía lo que existe ahora: la pretenciosidad moral. Odio que un imbécil de Goldman Sachs me diga que tengo que reducir mi huella de carbono. Un tío que tiene un apartamento enorme, una casa en los Hamptons, un jet privado.

El oligarca compra su indulgencia salvando miles de hectáreas en la selva o invirtiendo en empresas solares. Es como un líder feudal que dona dinero a la iglesia para salvarse. No es que estemos en la Edad Media pero sí que hay características que parecen más de esa época, como por ejemplo la completa falta de movilidad social. Desde el fin de la Edad Media ha habido un proceso de dispersión del poder y la propiedad. Ese proceso duró unos 400 o 500 años y ahora se ha frenado.

Dice que las grandes empresas tecnológicas emplean a mucha menos gente que las grandes empresas del pasado.

Si creas una empresa y creas puestos de trabajo ya has hecho algo bueno por la sociedad; si empiezas una empresa con dinero de capital riesgo, dura cinco años y luego la vendes a otra compañía, ¿qué bien aportas? Antes, si eras una limpiadora de una oficina en Kodak, formabas parte del sindicato, tenías el mismo derecho a pensión y a seguro sanitario que los demás. E incluso podías ascender. Pero ahora las grandes empresas tecnológicas externalizan estos servicios (limpieza, seguridad, comida) en otras empresas que pagan fatal a sus empleados.

¿Estamos obsesionados con las credenciales?

Es obvio que, al principio, necesitas que la gente adquiera aptitudes. Pero ahora es necesario un máster o un doctorado para obtener cualquier trabajo. Antes había gente que aprendía una profesión tras el instituto, seguía un aprendizaje; ahora parece que hace falta tener un título universitario para ser recepcionista. Esto da más poder a las familias que pueden permitirse mandar a sus hijos a una universidad, que pueden permitirse que su hijo no tenga ingresos o muy pocos durante diez años.

Me encuentro con muchos casos en los que cuanta más educación y credenciales tiene un individuo, más estúpido es. Cuanto más especializado está, menos capaz es de comunicar sus ideas o comunicarse con los demás. Llevo escribiendo libros cuarenta años. Cuando empecé, podías leer artículos académicos que estaban escritos con claridad. Los escribía gente que sabía de algo pero no solo de ese algo. Hoy, nadie lee artículos académicos, que están escritos en un lenguaje y una nomenclatura abstracta, que no puede atraer. Es como la vieja clerecía, que escribía todo en latín pero nadie los entendía.

No tenemos confianza en la experiencia, en el proceso de aprender a hacer cosas. Hemos creado este sistema meritocrático y en el proceso nos hemos cargado la educación. Cuando los académicos cogen algo le quitan la vida. Los libros, por ejemplo. Hay una obsesión con los títulos. Mira en literatura. Los que ganan premios literarios suelen ser estudiantes de cursos de escritura creativa.

Trabajé muchos años en el Washington Post. Mi jefe no tenía el graduado escolar. Mi compañero más cercano era un italiano de clase trabajadora cuyo padre era un policía de Baltimore. Cuando dejé el Post, se llenó de gente con másteres de universidades de élite. Y creo que, como periodista, uno ha de ser consciente de que el periodismo es algo que uno aprende, un oficio, no es una profesión que se aprende en los libros de texto. En este mundo basado en las credenciales, la gente pasa de un máster en Harvard al Washington Post. En mi época, empezabas en un periódico local cubriendo el ayuntamiento de tu pueblo.

Habla de una alianza entre los oligarcas y la clerecía o las clases medias profesionales. El populismo ha recogido el descontento contra esa clerecía (los globalistas, cosmopolitas, etc.) pero no ha atacado con el mismo fervor a los oligarcas.

Trump era un plutócrata porque su padre lo fue. A la antigua. Creo que, aunque no me gusta Trump, al final de su mandato finalmente comenzó a enfrentarse a los oligarcas de las empresas tecnológicas. Pero creo que es porque como esas empresas le odian, él entonces también les odia.

Lo que es emocionante hoy en Estados Unidos es que está surgiendo una coalición de gente a izquierda y derecha que están comprometidos con enfrentarse a los oligarcas tecnológicos y otras cuestiones. Josh Hawley en Misuri, que es un potencial candidato conservador a la presidencia, y Bernie Sanders están promoviendo legislación juntos. En contra del poder de los oligarcas tecnológicos tienes por un lado a Elizabeth Warren y a Ted Cruz en el otro.

A un nivel global, hay un conflicto entre dos autoritarismos: China y EEUU (Europa, desgraciadamente, no pinta nada). En China es el partido comunista el que toma las decisiones y en EEUU son los oligarcas y la alta clerecía.

En el libro habla de la “gentrificación de la izquierda”. Los partidos progresistas se han convertido en los partidos de los ciudadanos formados y han abandonado a la clase trabajadora. Hay diferentes explicaciones a este fenómeno: la globalización, el neoliberalismo. ¿Cuál es la suya?

Creo que la explicación más importante es demográfica: el número de gente con educación ha aumentado. Electoralmente tiene mucho sentido. Pero creo que hay también un aspecto cultural. El problema, para muchos, no es realmente el poder de los oligarcas o la elitización de la educación sino la actitud de la clase trabajadora blanca. Y con esto no solo me refiero a EEUU sino también a España, Francia, Reino Unido. David Goodhart habla de los somewheres y los anywheres.

Los que están arraigados y los que no. O los que sienten una afiliación nacional y los que no.

¿De qué manera afecta a un izquierdista de Nueva York que las fábricas automovilísticas se trasladen a Corea? Es posible que incluso le venga bien, porque quizá la empresa coreana tiene una oficina de marketing en Nueva York o San Francisco.

En Europa la rebelión de las clases trabajadoras y la clase media tiene que ver con los precios de la energía, como vimos en Francia con los chalecos amarillos. Es gente que vive en las afueras que tiene que conducir, no tiene alternativa. Ha habido protestas como las de los chalecos amarillos en Países Bajos, en Noruega.

En EEUU pasa con el fracking, por ejemplo. Si Biden lo prohíbe, tiene que pensar en alternativas de trabajo para mucha gente en Texas, Oklahoma, Pensilvania, Ohio. Son economías que necesitan el fracking. Y en California vemos que a los oligarcas y la clerecía no les importa la vida de los que viven en el interior del estado, que son mayoritariamente latinos. Hay zonas en las que en verano hace mucho calor y en invierno mucho frío. Dependes mucho más de los precios de la energía.

Mi esperanza es una coalición entre la clase media y trabajadora que luche contra los oligarcas y la clerecía. Es algo que entienden a derecha y a izquierda y que incluso algunos grandes empresarios también entienden.

En el libro da mucha importancia a la propiedad del capital y al acceso a la propiedad de viviendas.

Le doy mucha importancia a la propiedad de viviendas porque los propietarios tienen una riqueza neta mucho mayor que los que no tienen propiedades. También creo que al poseer una vivienda estás más arraigado en tu comunidad. Es mucho más probable que votes en las elecciones locales y formes parte de la junta escolar. Es también más probable que tengas hijos. Y creo que eso es lo que necesitas para que la democracia funcione. No existirá una república si no hay propietarios. Lo que tendremos es una dictadura electoral.

Es muy crítico con el activismo “prodensidad” en las ciudades.

La gente prefiere vivir en las afueras, en suburbios. Y con la pandemia, más aún. El taxista indio de Londres no puede permitirse vivir en el centro a no ser que viva en un zulo. Y el cacho de hierba que tiene delante es el único espacio abierto que puede disfrutar cincuenta semanas al año. He estudiado el efecto de la densidad en las grandes ciudades durante la pandemia. Ha tenido un efecto terrible en gente de bajos ingresos y en los niños. La clase media, y especialmente las familias de clase media, está concentrada en poblaciones de baja o media densidad por razones obvias. ~

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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).


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