En febrero del aรฑo 2000, durante un congreso internacional celebrado en Cuernavaca, Mรฉxico, un puรฑado de cientรญficos discutรญa sobre la intensidad del impacto humano en el planeta. Paul J. Crutzen, quรญmico galardonado con el Premio Nobel por sus trabajos sobre la capa de ozono, se puso de pie y exclamรณ: โยกNo! Ya no vivimos en el Holoceno, sino en… ยกel Antropoceno!โ Se acuรฑaba de este modo un nuevo tรฉrmino y, probablemente, nacรญa una nueva era geolรณgica. O, al menos, asรญ reza la anรฉcdota. Print the legend. Su espontรกneo hallazgo exigรญa un rรกpido desarrollo, por lo que Crutzen publicรณ ese mismo aรฑo, junto con el biรณlogo estadounidense Eugene F. Stoermer (que venรญa empleando el tรฉrmino desde los inicios de los ochenta del siglo XX), un artรญculo que planteaba de manera formal la hipรณtesis del Antropoceno, ampliada por รฉl mismo en solitario en la revista Nature dos aรฑos mรกs tarde y sucesivamente refinada por un conjunto de cientรญficos e historiadores que han tratado de conformar desde entonces una versiรณn โoficialโ de esta.1
Su tenor puede resumirse con sencillez: la Tierra estarรญa abandonando el Holoceno, cuyas condiciones climรกticas relativamente estables han sido propicias para la especie humana, y adentrรกndose de un modo gradual en un Antropoceno de rasgos aรบn imprevisibles. La causa mรกs relevante de dicho desplazamiento serรญa la influencia de la actividad humana sobre los sistemas terrestres, lo que habrรญa provocado el acoplamiento irreversible de los sistemas sociales y naturales. Aunque el cambio climรกtico es la manifestaciรณn mรกs llamativa de esta transformaciรณn, estรก lejos de ser la รบnica: en la lista tambiรฉn figuran la disminuciรณn de la naturaleza virgen, la urbanizaciรณn, la agricultura industrial, la infraestructura del transporte, las actividades mineras, la pรฉrdida de biodiversidad, la modificaciรณn genรฉtica de organismos, los avances tecnolรณgicos, la acidificaciรณn de los ocรฉanos o la creciente hibridaciรณn socionatural. Se trata de un cambio cuantitativo de tal envergadura que ha pasado a ser cualitativo. De esta manera, la humanidad se ha convertido en una fuerza geolรณgica global.
Desde su presentaciรณn en sociedad, la propuesta ha ganado tracciรณn muy rรกpidamente y ha generado un intenso debate que trasciende las propias ciencias naturales. Nature pidiรณ el reconocimiento cientรญfico y pรบblico del Antropoceno en un editorial en 2011, y la prensa generalista ha incorporado el tรฉrmino de forma paulatina despuรฉs de que The Economist le diera una sonora bienvenida en su portada del 26 de mayo de ese mismo aรฑo. Tambiรฉn se le han dedicado exposiciones, como la del Deutsches Museum de Mรบnich o la del Museo de Ciencias Naturales de Madrid. Y, aunque su impacto en la cultura popular parezca todavรญa limitado, el gรฉnero de la cli-fi (o ficciรณn climรกtica) ha empezado a incorporarlo: ahรญ estรก el ciclo de las novelas que Kim Stanley Robinson dedica a la colonizaciรณn humana de Marte o la desoladora fรกbula que compone Cormac McCarthy en La carretera; aunque no estรก de mรกs seรฑalar que la distopรญa climรกtica fue inaugurada en 1964 por J. G. Ballard con La sequรญa. Es pronto para aventurar si el tรฉrmino โAntropocenoโ cautivarรก o no a la imaginaciรณn pรบblica, pero su gradual implantaciรณn sugiere que compartirรก protagonismo en el debate pรบblico sobre el futuro de la especie con el cambio climรกtico.
De hecho, resulta llamativo que esta rรกpida difusiรณn se produzca antes de que el concepto haya obtenido un reconocimiento oficial. El Anthropocene Working Group, formado por 35 cientรญficos dedicados a promover el reconocimiento de la nueva รฉpoca, votรณ en 2016 solicitar su formalizaciรณn a la Comisiรณn Internacional de Estratigrafรญa. Serรก este organismo quien decida al respecto, tras oรญr las recomendaciones de la subcomisiรณn de Estratigrafรญa Cuaternaria, compuesta por especialistas en el periodo del mismo nombre. Asรญ pues, no sabremos hasta dentro de varios aรฑos si al Pleistoceno y al Holoceno les sucederรก el Antropoceno, dado el rigor de las pruebas que habrรกn de presentarse para justificar tan inusual peticiรณn: al tiempo geolรณgico no se le puede meter prisa.
Sin embargo, ni siquiera un eventual rechazo de la propuesta representarรญa el repentino fin del Antropoceno. La hipรณtesis no solo cuenta con avales cientรญficos suficientes para ser tomada en serio, sino que apunta hacia una realidad que trasciende las propias fronteras de la geologรญa. Tal como apunta el paleoecรณlogo Valentรญ Rull, no es necesario definir formalmente el Antropoceno como una รฉpoca geolรณgica para aceptar que la actividad humana ha cambiado los procesos del sistema terrestre de manera significativa durante los รบltimos siglos;2 tampoco para reflexionar sobre las implicaciones morales y polรญticas de esa profunda alteraciรณn. En ese sentido, el รฉxito del concepto demuestra su oportunidad: se dirรญa que lo estรกbamos esperando. El Antropoceno ha proporcionado asรญ aval cientรญfico a una intuiciรณn compartida acerca del estado de las relaciones socionaturales y ha servido como marco general para su discusiรณn. Incluso si los geรณlogos rechazan la nociรณn o esta no logra atraer el interรฉs del pรบblico de masas, la realidad que describe no va a desaparecer. ยกYa vivimos en el Antropoceno!
En puridad, el tรฉrmino denota tres significados diferentes, aunque complementarios. Por un lado, es un periodo de tiempo, un tracto histรณrico que, para un nรบmero creciente de cientรญficos, debe ser reconocido como una nueva รฉpoca geolรณgica en razรณn de las novedades planetarias que incorpora. Por otro, constituye un momento preciso en la historia natural, ademรกs de un estado particular de las relaciones entre la humanidad y el mundo no humano: la transiciรณn del Holoceno al Antropoceno. Finalmente, puede utilizarse como una herramienta epistรฉmica, esto es, como un nuevo marco para la comprensiรณn de los fenรณmenos naturales y sociales que exige dejar de estudiar estos รบltimos de forma separada. El Antropoceno nos recuerda que naturaleza y sociedad se encuentran profundamente relacionadas.
Y, ademรกs, nos muestra que esa entidad que denominamos โnaturalezaโ es una realidad dinรกmica y cambiante con la que mantenemos una interacciรณn cada vez mรกs compleja. No resulta casual que, como afirmase cรฉlebremente Raymond Williams, la palabra sea una de las mรกs difรญciles del lenguaje.3 En su evoluciรณn semรกntica, el concepto ha incluido las distintas dimensiones de la vida humana y ha seรฑalado los lรญmites del conocimiento cientรญfico, asรญ como su potencialidad transformadora: la historia humana podrรญa verse como la historia de nuestras relaciones con la naturaleza.4 No podemos entendernos a nosotros mismos sin recurrir a ella.
En los รบltimos dos siglos y medio, desde el advenimiento del industrialismo, nuestro conocimiento del mundo natural ha aumentado tanto como nuestro impacto material sobre รฉl. El resultado se traduce en que hemos transformado la naturaleza, al tiempo que descubrรญamos su influencia sobre nosotros: de Darwin a la doble hรฉlice. Este largo proceso de imbricaciรณn socionatural llega a su paroxismo con el Antropoceno, que confirma la coevoluciรณn de naturaleza y sociedad y deja al descubierto la densa red de conexiones existentes entre una y otra. Huelga decir que esta penetraciรณn humana en el mundo natural ha provocado un conjunto de problemas medioambientales โdel cambio climรกtico a la pรฉrdida de biodiversidadโ que han de situarse en el centro del debate pรบblico.
Por su parte el Antropoceno tambiรฉn cuestiona el hecho de que podamos seguir hablando de problemas medioambientales a la manera clรกsica. El historiador Dipesh Chakrabarty ha enfatizado que en la transiciรณn al Antropoceno convergen tres historias distintas que hasta ahora permanecรญan separadas: la historia del sistema terrestre, la historia de la vida (sin olvidar la evoluciรณn del ser humano) y la mรกs reciente historia de la civilizaciรณn industrial. Si la desestabilizaciรณn de los sistemas planetarios es aguda, incluidos un aumento excesivo de la temperatura global y sus posteriores efectos ecolรณgicos, podemos olvidarnos de la bรบsqueda individual de eso que los filรณsofos llaman la โbuena vidaโ: la naturaleza no humanizada acabarรญa con la vida humana. Este tipo de sublime finale es mostrado en Melancolรญa, la pelรญcula de Lars von Trier donde otro planeta choca con la Tierra por razones de orden astronรณmico que enseguida pierden importancia. Podemos leer esa intrusiรณn espacial como un desdoblamiento metafรณrico de la Tierra, que se bastarรก a sรญ misma si todo sale mal para devolver a la especie humana a la nada de la que surgiรณ. No debe extraรฑarnos, por tanto, que el Antropoceno incorpore sin esfuerzo un punto de vista apocalรญptico.
Y es que nada garantiza que la adaptaciรณn agresiva protagonizada por la especie humana no termine siendo una desadaptaciรณn de fatales consecuencias. En palabras del historiador medioambiental John R. McNeill, hemos convertido la Tierra en un gigantesco laboratorio, sin que podamos anticipar el resultado de un experimento todavรญa en marcha.5 ยฟHemos de continuarlo, detenerlo, acelerarlo? Salta a la vista que el Antropoceno constituye una hipรณtesis cientรญfica con una fuerte carga moral: el reconocimiento de que los seres humanos han transformado de forma masiva la naturaleza implica que ahora tienen โtenemosโ una responsabilidad hacia el planeta: como hogar de la especie humana, como hรกbitat para otras especies, como entidad significativa en sรญ misma. El debate sobre el Antropoceno acarrea por tanto importantes consecuencias polรญticas, pues la decisiรณn acerca de cรณmo proceder parece una decisiรณn colectiva que ha de ser polรญticamente debatida, adoptada y aplicada.
No serรก fรกcil. El consenso cientรญfico sobre la alteraciรณn antropogรฉnica del sistema terrestre no tiene por quรฉ traducirse en uno social y mucho menos polรญtico. La mejor prueba de esto la proporciona la controversia polรญtica acerca del cambio climรกtico, hipรณtesis que una parte estimable de la poblaciรณn considera infundada por razones de alineamiento ideolรณgico: mientras los progresistas han promovido o aceptado la causa del cambio climรกtico, los conservadores han tendido a rechazarla. Incluso el sector culto de tendencia conservadora propende a hacer una lectura polรญtica de la ciencia climรกtica. Sin duda, los excesos profรฉticos del medioambientalismo ayudan a explicar este escepticismo: el colapso ecolรณgico ha sido anunciado demasiadas veces y no es ya creรญble. Algo parecido puede decirse de las recomendaciones formuladas por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climรกtico (ipcc por sus siglas en inglรฉs), obligado a comunicar sus hallazgos de manera apocalรญptica para obtener la atenciรณn de gobiernos y ciudadanos. Sin embargo, es preciso diferenciar entre ciencia del clima y polรญtica del clima: entre aquellos hechos susceptibles de ser comprobados empรญricamente y las conclusiones que puedan extraerse de estos. En ese sentido, no hay ninguna razรณn para dudar de que existe un cambio climรกtico cuya causa es principalmente antropogรฉnica: el acuerdo de la comunidad cientรญfica al respecto resulta casi unรกnime. El nรบcleo esencial de la ciencia climรกtica debe, por tanto, ser aceptado sin reservas por todos aquellos ciudadanos que, en otras esferas de su vida, acepten la autoridad epistemolรณgica de la ciencia moderna; el resto, en cambio, estรก abierto a discusiรณn.
A fin de cuentas, si tuviรฉramos la absoluta certeza de que el cambio climรกtico es de origen antropogรฉnico, la absoluta certeza de que, si no tomamos medidas radicales, la especie no sobrevivirรก, asรญ como la absoluta certeza de que las medidas en cuestiรณn serรญan eficaces, ยฟalguien duda de que las adoptarรญamos? De ahรญ que tal vez sea mรกs razonable distinguir entre diferentes grados de certidumbre โo de incertidumbreโ a la hora de tomar decisiones de polรญtica pรบblica. Asรญ, poseemos un alto grado de certidumbre acerca del calentamiento en sรญ mismo, esto es, del aumento gradual de las temperaturas durante el รบltimo siglo. Y, aunque es mรกs fรกcil identificar una tendencia empรญricamente constatable que establecer una relaciรณn de causalidad, todo indica que la actividad humana ha contribuido de forma significativa a ese incremento, sin que pueda descartarse del todo una evoluciรณn climรกtica de largo recorrido sin intervenciรณn humana. Mucho mรกs difรญcil serรก predecir el desarrollo futuro de esta tendencia, ya que los factores que deben considerarse son tantos y tan variados como abundantes sus combinaciones: demografรญa mundial, desarrollo tecnolรณgico, polรญtica energรฉtica, hรกbitos alimentarios. De ahรญ que se diseรฑen diferentes escenarios, cada uno de los cuales proporciona la imagen de un futuro posible mediante una simulaciรณn informรกtica que procesa los datos hoy disponibles.6 Sobre esa base hemos de adoptar decisiones polรญticas informadas por la ciencia, no convertir las recomendaciones cientรญficas en decisiones polรญticas. Se trata de un equilibrio delicado que no puede inclinarse โa la espera de noticias mรกs tajantesโ ni hacia el escepticismo, ni hacia el dogmatismo.
Si tenemos pruebas mรกs o menos concluyentes de que las temperaturas aumentan, aunque no podamos saber exactamente quรฉ evoluciรณn van a experimentar en el futuro, y existealgunaposibilidad de que el hombre sea un agente activo de dicho cambio, entonces pierden importancia dos posibilidades anejas: que el hombre no tenga nada que ver con el cambio observado o que ya sea tarde para influir en ese proceso. Igual que el creyente pascaliano apostaba por la existencia divina, al tratarse de la รบnica posibilidad de acceder a la salvaciรณn, exista o no, nuestro curso de acciรณn mรกs lรณgico โla maximizaciรณn de nuestras oportunidadesโ es actuar como si algรบn tipo de reorganizaciรณn social pudiera revertir el calentamiento o mitigar sus efectos. Cualquier otra apuesta carece de sentido. ยกIncluso el Vaticano se ha hecho eco del problema! Ahora bien, que deba hacerse algo no indica automรกticamente quรฉ debe hacerse. Y aquรญ conviene recordar el fracaso de los grandes proyectos de ingenierรญa social con que nos obsequiรณ el siglo XX para defender la conveniencia de hacer lo posible dentro de lo razonable o, lo que es igual, para desarrollar polรญticas cuya magnitud se corresponda con el grado de incertidumbre antes descrito. Desde este punto de vista, una polรญtica razonable de mitigaciรณn del cambio climรกtico equivale a la contrataciรณn de una pรณliza de seguro de la que no es prudente prescindir; lo mismo sirve para las polรญticas de adaptaciรณn al cambio ya en marcha y, por extensiรณn, para todos los desafรญos que plantea el fin del Holoceno. ~
Este texto es un fragmento de Antropoceno (Taurus), que sale a la venta el 1 de febrero.
1 Paul J. Crutzen y Eugene F. Stoermer, โThe Anthropoceneโ, Global Change Newsletter, 41 (2000), pp. 17-18; Paul J. Crutzen, โGeology of mankindโ, Nature, 415 (2002), p. 23.
2 Valentรญ Rull, โA futurist perspective on the Anthropoceneโ, The Holocene, 23 (8) (2013), pp. 1-4.
3 Raymond Williams, Keywords: a vocabulary of culture and society, Londres, Fontana/Croom Helm, 1976, p. 84.
4 Heinrich Schipperes, โNaturโ, en O. Bruner , W. Conze y R. Koselleck, eds., Geschichtliche grundbegriffe: historisches lexikon zur politischsozialen sprache in Deutschland, Stuttgart, Klett-Cotta, 1978, pp. 216, 243.
5 J. R. McNeill, Nothing new under the sun. An environmental history of the twentieth century, Londres, Penguin, 2000.
6 Andrew E. Dessler y Edward A. Parson, The science and politics of global climate change. A guide to the debate, Cambridge, Cambridge University Press, 2006.
(Mรกlaga, 1974) es catedrรกtico de ciencia polรญtica en la Universidad de Mรกlaga. Su libro mรกs reciente es 'Ficciรณn fatal. Ensayo sobre Vรฉrtigo' (Taurus, 2024).